Martín Hodara en la pasada edición del Festival de Cine de Málaga. Foto: Juan Sardá
El cineasta argentino Martín Hodara estrena Nieve negra, un filme plagado de misterios y de elocuentes silencios que ha arrasado en Argentina.
P.- ¿Quería hacer un filme en el que el peso recayera en las actuaciones?
R.- Laia, Ricardo y Leo son tres grandes actores. Todos conocemos los trabajos que tienen Ricardo y Leo a sus espaldas. Laia logra algo tan difícil como estar a la altura. Yo siempre vi la película como un drama. La escritura del guión fue un ejercicio de ir quitando diálogo. Es una película en la que es más importante lo que no se dice que lo que se dice. Por ejemplo en el caso de Laia sabemos lo que quiere preguntar pero no se atreve. Hemos intentado que el espectador vaya poniéndose a cada rato del lado de un personaje u otro. Primero te encariñas con uno, pero luego te gusta otro. Es una ruleta en la que te preguntas a quién le toca ser el protagonista. También todos somos un poco Zelig y cambiamos según el ámbito. Es lo que nos convierte en seres sociales.
P.- ¿Hay más drama que thriller?
R.- Tiene algunas cosas de thriller, pero una cosa es el paquete y otra lo que está dentro del paquete. Después hay gente que se ve venir lo que va a pasar y lo descubre mucho antes y gente que no adivina nada. De todos modos no es tan importante porque lo más significativo es lo que les pasa a los personajes y el drama entre ellos. Me gusta mucho por ejemplo Mystic River de Clint Eastwood, es un thriller pero luego lo importante es otra cosa.
P.- Eso sí, no evita mantenernos intrigados hasta el final...
R.- Todos ocultan algo. Incluso el personaje de Leo engaña a su mujer con alguna información. Lo que no me gusta es que la resolución de los personajes sea un deus ex machina y que de repente los malos sean buenos y los buenos malos porque sí. Uno tiene que poder revisar la película y que el final tenga una coherencia. Shyamalan esto lo hace muy bien en El sexto sentido, si uno vuelve a ver la película sabiendo cómo acaba ve que ya están las claves. En esta película la idea es que el hecho de que se sorprenda o no el espectador no sea crucial.
P.- Ricardo Darín puede explayarse con un "gran" personaje. ¿Y por qué ese nombre de Salvador?
R.- Cuando estábamos escribiendo el guión y hablando con Ricardo lo llamábamos "el cuidador del cementerio de un solo cadáver". Lo de Salvador lo puso el guionista y se fue quedando. Es un nombre muy común entre los que nacieron en los 60. Denota también de qué época viene tu padre y que es español, porque un italiano no hubiera llamado a su hijo con ese nombre. Se parece un poco a Lee Marvin en El infierno en el Pacífico (1968, John Boorman). Más que un drama podría decirse que la película está más cerca de una tragedia porque todos pagan por su pecado y están condenados a su destino.
P.- ¿Cómo marca al filme ese paisaje nevado e inhóspito en el que sucede?
R.- Esos lugares son parte de las características de los que vivimos allí. Las personas que viven en la Patagonia o en el norte tienen unas características muy peculiares. No solo culturales, también de comportamiento. Mi tío vive en el sur de la Patagonia y son muy únicos. No es que sean hoscos con mala onda, forma parte de una manera de ser que tiene que ver con que todo queda lejos. El lugar tiene que ver con un personaje. Ricardo casi parece que está mimetizado con esa aridez húmeda de la montaña. El personaje de Leo al contrario, quiso dejar ese mundo atrás y tiene todas esas cosas de los urbanitas de hoy, cuando la mujer no quiere que fume en la casa o el estar buscando todo el rato la señal del móvil.
P.-El personaje de Leo representa muchos de los "vicios" de los nuevos urbanitas.
R.- En el caso del personaje de Leo quizá hay un extremo de mimetizar esos tics del "europeo" porque quiere ser lo contrario a su hermano rústico de la montaña. Leo esto lo crea con pequeños detalles. Es una construcción que hace de sí mismo para olvidar. El otro en cambio es un bruto.
@juansarda