Reflexiones sobre el arte en los primeros compases de Cannes
El arte y el artista. La pantalla como vehículo de expresión y reflexión sobre el proceso creativo, sus relaciones existenciales, sus efectos comerciales, su contexto contemporáneo. En los primeros días del 70 Festival de Cannes este parece haber sido el hilo que ha conectado diversos filmes a concurso y fuera de él. El más interesante de todos ellos, el nuevo trabajo de Agnès Varda, Visages Villages (fuera de competición), en el que la veterana directora francesa se embarca con el fotógrafo JR en un viaje por la Francia rural en una furgoneta-laboratorio para intervenir directamente en los paisajes decorando fachadas con fotografías gigantes de los habitantes locales. En la línea de sus trabajos más recientes, como Los espigadores y la espigadora y Las playas de Agnés, donde ficción y documental se disuelven, se impone la imaginación y la frescura del cine en movimiento rodado en vídeo, al servicio de un proceso creativo que no deja de asombrar a cada paso.
También Noah Baumbach ha entregado una de sus mejores piezas, The Meyerowitz Stories (a concurso), una especie de combinación entre Los Tennenbaum de Wes Anderson y Los descendientes de Alexander Payne. Dustin Hoffman es un escultor olvidado, el patriarca de una familia en la que los hermanastros interpretados por Ben Stiller y Adam Sandler aportan un jugoso enfrentamiento interpretativo que convierte esta comedia familiar en la película más equilibrada y disfrutable del neoyorquino. También Todd Heynes explora las relaciones familiares y la transmisión intergeneracional en Wonderstruck, película menor en su filmografía que traza un paralelismo entre las historias de una niña y un niño, ambientadas en las décadas de 1920 y 1970, que comparten la orfandad como punto de intersección.
Por su parte, como era de esperar, el pastiche de Michel Hazanavicius Redoutable convierte a Jean-Luc Godard en un personaje tan plano como caricaturesco, retratado durante su relación con su segunda esposa, Anne Wiazemsky, durante su conversión maoísta y convertido en emblema de la Nouvelle Vague. Mientras, el sueco Ruben Ostlünd propone en The Square una reflexión a medio gas sobre el arte contemporáneo y sus vinculaciones con el mercado, mediante el retrato ficticio del director de un museo de arte contemporáneo. Aparte de una escena memorable que logra generar una extraña incomodidad en el espectador, todo parece estirado más de la cuenta.
@carlosreviriego