Una imagen de la pelicula

El nuevo trabajo de Mario Torrecillas, plato fuerte del próximo Atlántida Film Fest, relata el horror de los campos de refugiados a través de la animación de los dibujos de dos niños, Fátima y Dashir.

Uno de los platos fuertes del próximo Atlántida Film Fest, que arranca el lunes 26 de junio en su sede física de Mallorca y online en la plataforma Filmin, es el estreno de Si no soy no puedo ser, nuevo trabajo de PDA (Pequeños Dibujos Animados), un proyecto creativo liderado por Mario Torrecillas. El director se ha pateado medio planeta para que niños de países del tercer mundo o en situación de desamparo cuenten sus historias con dibujos que se acaban convirtiendo en originales y pintorescas animaciones. Honduras, Italia, Jordania o China son algunos de los países en los que ya han trabajado.



Después de Haití, donde colaboraron con el cineasta J.A. Bayona, que retrató su trabajo en el documental 9 días en Haití, PDA presentará en el Atlántida Film Fest su nuevo cortometraje, Si no soy no puedo ser en el que nos relata el horror de los campos de refugiados a través de las voces de dos niños: Fátima y Dashir, quienes nos cuentan una realidad marcada por la miseria, la desesperación e incluso la violencia en un entorno imposible. Grabado en Cherso (Grecia), escuchando esas voces y viendo sus ilustraciones comprendemos mejor el horror de una generación traumatizada por la guerra que acaba dando con sus huesos en unos campos raquíticos.



"Nos pusimos en contacto con unos cooperantes españoles que nos ayudaron a introducirnos en el campo", explica Mario Torrecillas. "No dejaban entrar cámaras y el equipo que venía con nosotros lo tuvo bastante difícil. En la medida de lo posible tratamos de evitar las cámaras porque los expones mucho y por eso la animación es idónea". Con dos cajas de cartón grandes para nevera (que sirven como símbolo de que Occidente los ve "como objetos") y partiendo de los dibujos un tanto naíf de los niños, Si no soy no puedo ser sorprende por la distancia entre el fondo y la forma sirviendo al mismo tiempo como catalizador y reflejo de la experiencia del horror en la infancia. Mientras los dibujos despiertan nuestra ternura, lo que reflejan nos encoge el corazón.



"Vamos siempre sin plan previo", prosigue Torrecillas. "Cuando llegamos hablamos con los niños y ellos nos cuentan sus historias. A partir de ahí comenzamos a trabajar. Por ejemplo Fátima nos contó esta historia de que ayudaba a un señor viejo con la comida. Lo conocimos y era un señor muy simpático al que le faltaba un ojo. Era un poco como el abuelo de los niños. Entonces comenzamos a hacer un guion con lo que me contaba Fátima. Después conocimos al tatuador y a partir de ahí al niño que se quiere tatuar en el cuerpo todo el periplo desde que salió de Siria. Eso lo utilizamos como recurso en la imagen en que tatuamos su cuerpo con esa odisea".



Un campo de refugiados no es un internado suizo. Son lugares duros, habitados por personas que muchas veces han perdido a sus seres queridos, sus casas y sus vidas, donde las condiciones de vida son insalubres y campa la desesperación. "El campo lo coordinaba una voluntaria española de León que había llegado allí con una mochila", explica Torrecillas, "y aquello es gestionar el puro caos. Son críos que hasta hace no mucho tenían una vida perfectamente normal como la que puede tener tu hijo. No son niños del África profunda sino chavales de clase media que han visto como todo se les hundía". Y en unos meses podremos ver el corto que acaban de realizar en otra punta del mundo, las islas de Antigua y Barbuda en el Caribe.