Gal Gadot es la guerrera mesiánica en Wonder Woman

La sublimación del poder femenino salta de la viñeta a la pantalla de la mano de la directora Patty Jenkins y la modelo y especialista en artes marciales israelí Gal Gadot con Wonder Woman, una entrega que traslada a una superheroína al primer plano del cine de acción. La película sobre la princesa amazona coincide además con la publicación, en Errata Naturae, de Wonder Woman. El feminismo como superpoder, de Elisa McCausland.

Los daguerrotipos son piezas únicas que no admiten copia, el negativo y el positivo al mismo tiempo. El proceso de reproducción masiva de la última entrega de DC Entertainment, Wonder Woman, es al invento de Daguerre, 180 años y numerosos "cambios de paradigma" mediante, no tanto un punto de destino como el reverso o la negación de su naturaleza irrepetible, exclusiva. No hablamos ya de su testimonio intangible, de los miles de soportes digitales que almacenan su exacta disposición de algoritmos (lo del registro fotoquímico del mundo pasó a mejor vida) para ser reproducidos en otras tantas miles de pantallas por todo el planeta en perfecta campaña de marketing sintético -desde el 25 de mayo en Estados Unidos, para tensar las expectativas con la reacción crítica; desde el 30 de mayo en el mercado asiático, para alimentar cierto culto; desde el 1 de junio en el resto del mundo, hasta llegar este viernes, 23, a España, acaso para repetir el mismo ritual de la decepción ante cada blockbuster celebrado con fuegos artificiales-, sino de la reproducción sistemática de argumentos, arquetipos, estéticas, tonos y acrobacias. No se dejen engañar una vez más: ya habremos visto Wonder Woman aunque no la hayamos visto. Pero, primera paradoja, no se priven de verla.



La paradoja de las producciones de DC y Marvel viene dada esta vez por Gal Gadot, Miss Israel 2004, modelo, especialista en artes marciales y actriz, pero a día de hoy, y posiblemente hasta la perpetuidad, Diana, princesa amazona, guerrera mesiánica, Wonder Woman. Ella es el daguerrotipo de esta nueva franquicia en el vasto universo de las variaciones superheroicas que ha devorado a Hollywood, es su negativo y su positivo, su razón de ser, a fin de cuentas. La sublimación del poder femenino, asociada no sin cierto conservadurismo con la sublimación romántica -"solo el amor podrá salvar el mundo", escuchamos finalmente-, se expande en la sofisticación promocional del producto con la elección de Patty Jenkins tras la cámara, aquella realizadora que puso en bandeja el Oscar a Charlize Theron cuando debutó con Monster (2003), y de quien desde entonces no habíamos tenido noticia. Que hayan pasado catorce años para que pudiera firmar su segundo largometraje nos habla, cuanto menos, de las dificultades con las que una mujer directora debe todavía lidiar en la industria. Wonder Woman, en cuanto fenómeno social de brutal pero fugaz impacto, se ajusta como anillo al dedo de unos tiempos en los que el feroz y más agresivo de los machismos (y otras lindezas patológicas) se ha instalado en el Despacho Oval.



El contexto es proclive y el texto es preclaro. En esto tampoco se van a dejar llevar por el equívoco, por más que encuentren tantas secuencias y giros de guión y atmósferas y postales pulp-pop intercambiables con otras tantas producciones del universo superheroico. El placer sensorial, su dinamismo casi ominoso, pero visceral, está garantizado hasta cierto punto (el bombástico último acto, como es norma, se perpetúa hasta la indigestión), pero lo determinante para su disfrute intelectual es trasladarlo al territorio de la abstracción, en el que la mitología de los dioses griegos -con los que abre el filme mediante figuras prerrafaelitas decididamente horteras- se espeja literalmente en la mitología pop del cómic. La candidez, la nobleza humanista, triunfa de nuevo instalda en la paradoja: Wonder Woman es una peacemaker llegada del otro lado del espejo (la secuencia del océano fantasmagórico, donde se produce la fuga de su mundo al nuestro, es otro momento a recordar), a quien espanta la crueldad de la guerra pero que genera más violencia que todo el ejército nazi junto. Otra paradoja Marvel/DC, común a todo héroe con superpoderes.



La invitada de honor que robó el protagonismo de la vilipendiada Batman y Superman (2016) llega ahora secundada por el espía aliado Steve Trevor (Chris Pine), y el periplo de amor que tejen ambos personajes se cuenta entre los relatos románticos de mayor emulsión que ha entregado la fábrica de superhéroes. No es mucho decir, pero ya es algo. Y su agridulce conclusión entra en la lógica de un relato esencialmente nocturno, tenebroso, de fuego y niebla, funesto cuando habla de una humanidad que merece su propia destrucción. La II Guerra Mundial, como en la aventura bélica de Capitán América, es el escenario donde se ficcionaliza la historia y justifica las hipérboles que yacen en todo estereotipo. Después de la primera gran action-sequence en la liberación de un pueblo belga de las garras nazis, donde Wonder Woman se lleva una iglesia por delante para eliminar a un francotirador, un fotógrafo hace posar a la guerrera amazónica con el grupo salvaje (o freak bunch) que ha luchado junto a ella, y el "daguerrotipo" de ese momento, que al principio del filme recibe Diana Prince en un paquete enviado por su amigo Bruce Wayne, es el que enciende el recuerdo de Diana de cómo llegó a este mundo y de la gran hazaña en la que se aventuró para salvar a los seres humanos de sí mismos.



Sentido épico

Una imagen de la película

El sentido épico, su seriedad formal, la grisura londinense parece ser el precio a pagar desde que El caballero oscuro estableciera las nuevas reglas del juego, arrancando toda forma de humor que no fuera la del caos, pero Wonder Woman ejercita su agradable sentimiento lúdico en la hibridación de los géneros clásicos de Hollywood. El cine de espionaje, la estética pulp y hasta algunos elementos de la screwball comedy (género feminista por excelencia) conviven en armonía con momentos que nos trasladan directamente al universo predigital del cine superheroico, como el perfume de Clark Kent en el rostro de Diana tratando de pasar desapercibida en el entorno metropolitano, o especialmente la escena del atraco en el callejón, directamente extraída del Superman de Richard Donner. Es una lástima que el comandante alemán de Danny Huston y la mad doctor de Elena Anaya apenas tengan recorrido como supervillanos, aunque el personaje de David Thewlis aporte algo de ambigüedad a los antagonismos que dicta la función. Pero ya lo hemos dicho, el espectáculo le pertenece a Gal Gadot y su lazo luminiscente.



@carlosreviriego

Las vidas de diana

A lo largo de sus más de 75 años de historia, que han desembocado en la película que Patty Jenkins estrena este viernes en España, Wonder Woman se ha enfrentado a varios cambios que la han despojado de muchos de sus sentidos primigenios. Nacida de la mente de Willian Moulton Marston en 1941, el personaje de DC Comics se presentaba como una apología del feminismo amazónico en el marco del papel de la mujer durante la Segunda Guerra Mundial: relacionaba el apelativo que la prensa le dedicaba a las primeras sufragistas, amazonas -por su resistencia física e interés en que el cuerpo atlético no estuviera asignado a un género- con el arquetipo de la guerrera. Después de la muerte de su creador, en 1947, el feminismo del personaje sería menoscabado durante más de dos décadas por sucesivos guionistas y directivos al tiempo que se producía una involución de la presencia de la mujer en la vida pública y privada en un contexto de fuerte censura. Más tarde, a partir de los sesenta, su papel pionero como defensora del poder de la mujer sería retomado, aunque entraría en tensión con los mecanismos de la cultura popular, siendo utilizada como reclamo de un feminismo que podríamos llamar mainstream. En Wonder Woman. El feminismo como superpoder (Errata Naturae), Elisa McCausland ofrece un exhaustivo relato de esas diferentes etapas, o "vidas", de Diana de Themyscira como criatura de ficción. "Wonder Woman es un arquetipo idóneo para pensar las relaciones entre feminismo, cultura y sociedad", asegura McCausland en un libro que cuenta con ilustraciones de Carla Berrocal y Natacha Bustos y con los testimonios de la periodista y activista Joanne Edgar, los ensayistas Jill Lepore y Trina Robbins, los guionistas Greg Rucka y Phil Jimenez, y Christie Marston, la nieta del creador del personaje. J. Y.