Sofia Gala Castiglione en Alanis

Anahí Berneri llega a nuestra cartelera con Alanis, una película sobre la prostitución, sobre la imposibilidad de escapar de una vida imposible. El propósito de la directora argentina, Concha de Plata en San Sebastián, es transmitirnos honestamente la esencia de la actividad que retrata sin recurrir a la explotación sexual, a mafias o a héroes y villanos.

Lo sospechoso es cuando se arrojan sobre la pantalla tanto lugares comunes del "cine-social-de-denuncia", esto es, un entorno sórdido, una prostituta y su hijo sin padre, una amiga caritativa (o no tanto), más prostitutas, un señor con dobles intenciones, policías, más prostitutas, servicios sociales y calles grises. Estamos en las malas calles de Buenos Aires, huele a miseria y picardía, y una mujer, en algún lugar, limpia el baño sentada sobre el inodoro. Esa mujer, Alanis (fantástica Sofía Gala Castiglione, premiada con la Concha de Plata), se pasará el resto del metraje en espacios confinados, bajo la sensación del encierro y la marginación, capturada con frecuencia en los límites del plano. Su vida en los márgenes, en perpetua huida de sí misma, pero sin mayores horizontes que los ya conocidos. Alanis es una película sobre la imposibilidad de escapar de una vida imposible, difícil, fría y sucia. Una película sobre la prostitución.



Es cierto que Anahí Berneri, la autora del filme (también premiada con la Concha de Plata), no recurre a ningún golpe bajo porque no los necesita. Y ahí desaparecen las sospechas. Su propósito, pronto lo averiguamos, es transmitirnos la misma esencia de la actividad que retrata, su grado de normalización, sin recurrir a la explotación sexual, a mafias o a héroes y villanos.



Una puta más

Seguimos la rutina de una joven madre que no tiene donde caerse muerta cuando la policía cierra el apartamento en el que trabaja con otras chicas de alterne. Seguimos la historia de una puta más en la capital argentina a quien nadie obliga a prostituirse, pero que prefiere hacer eso a limpiar baños para alimentar a su hijo. No hay que fabular con los extremos para ahondar en el drama, basta con retratar la norma. Esto también es cine-social-de-denuncia, pero no necesita hablar más alto que nadie, no necesita ondear pancartas. Solo hay que colocar la cámara allí donde duele.



Otra gran virtud de Alanis es que incluso aquello que podría parecernos una concesión al exceso, como dar de mamar al niño con la misma teta que antes le ha chupado un viejo por unos pesos, no busca necesariamente hurgar en la fatalidad de una vida, sino en su rutina desagradable. Ni las fuerzas policiales ni los servicios sociales supuran crueldad; más bien al contrario, son trabajadores con buenas intenciones pero incapaces de ofrecer una salida digna a una madre sin protección familiar, sin estudios, sin otro horizonte que la próxima letrina o el próximo cliente. Hay una honestidad apreciable en las imágenes, en cómo el drama se cuece en el día a día, sin apenas altibajos, en cómo no hay necesidad de encerrarse en un dormitorio ni escenificar la sumisión del sexo para retratar la vida de una prostituta, en cómo no se recrea en la paliza que otras prostitutas le atizan en la calle para defender su territorio. Su voluntad realista no concede una pizca de tremendismo.



No nos equivocamos si creemos estar frente a un relato de supervivencia o, si queremos, de resistencia. Sería absurdo decir que para Alanis es dinero fácil, pero sí dinero rápido cuando el hambre aprieta, cuando su tía le apremia para que pasados los días busque otro sitio donde yacer con su hijo. El filme transmite muy sutilmente, mediante reflejos y escaparates y desde el mismo título, que la protagonista es más tiempo Alanis que María (su nombre real), que su vida es una constante interpretación, casi una performance, destinada a una existencia que no quiere pero que es la única que tiene. El arrojo del personaje es también el de la actriz, quien se embarca en el desafío con su hijo de año y medio como única forma posible de que el retrato de ambos rebose verdad por los costados del plano. Alanis parece hecha desde un compromiso real con las vidas lumpen que retrata, pues tiene la capacidad de exponer esa mirada desde fuera hacia dentro, partiendo de un colectivo para abismarse en los rincones de la intimidad, y para que finalmente esa vida malatratada se ofrezca como una pieza más del colectivo. El plano de clausura, a pesar del predeterminismo que expresa, es un elocuente regreso al origen.



Alanis

Es Alanis el segundo de los cinco largometrajes de Berneri que se estrena en España, después de Encarnación (2007), si bien con Por tu culpa (2010) también participó en el Festival de San Sebastián. La cineasta bonaerense conquista una sobriedad narrativa que confiere madurez al relato. Si en Encarnación retrataba a una ex vedette enfrentada a la degradación de su cuerpo y los prejuicios de su entorno, en Alanis siente de nuevo la necesidad de poner el foco sobre un ser enfrentado a la marginación social.



Descenso a los infiernos

El pudor que respiraban las imágenes de Encarnación dio lugar a algunas pérdidas narrativas en una película que parecía escrita para Silvia Pérez (como si fuera un diario de su propia vida), si bien ese pudor es en Alanis el mejor de los aliados para las búsquedas dramáticas de su descenso a los infiernos. Dante se llama el hijo. Precisamente de la contención y el rigor surge una de las secuencias más sobresalientes del filme, que contiene si queremos su moral y su mirada hacia el personaje. Se trata de la inevitable escena de sexo que, queramos o no, siempre van a dar las imágenes de un filme sobre la prostitución. En un motel de luces chillonas, la fantasía del entorno contrasta con el patetismo, la frialdad, el automatismo con el que Alanis ejerce su actividad, y es precisamente la prolongación del plano en su rostro lo que acaba por revelar el gran simulacro de su placer ("Dámelo todo, papi"), la impostura de la que el cliente no parece apercibirse, ocupado en su faena ("¿Te ha gustado?", pregunta después el idiota). Queremos pensar que allí, en ese momento, la prostituta zanja el dilema: abandonar o aceptar la exclusión. Hay que colocar la cámara allí donde duele.



@carlosreviriego