Mariana Spivak y Matvéi Novikov en Sin amor

El director ruso aborda en Sin amor el profundo individualismo del ser humano en la era digital. Y lo hace a través de una pareja en trámites de divorcio que se detesta. Ambos buscan una nueva felicidad sin importarles la situación de su hijo...

Andréi Zviaguintsev (Novosibirsk, Rusia, 1964) se encuentra, junto a Alexandr Sokurov, a la vanguardia de la cinematografía rusa desde que su primera película, El regreso (2003), lograra inesperadamente el León de Oro del Festival de Venecia. A partir de entonces el director no ha hecho más que acrecentar su prestigio, pues con cada nuevo estreno -El destierro (2007), Elena (2011), Leviatán (2014)- ha reforzado su potente voz autoral, cimentada sobre el veraz humanismo que desprenden sus personajes y la sofisticación de su apuesta visual, tan fría como absorbente. Aunque quizá el rasgo más reconocible de su cine sea la implacable crítica a la conservadora sociedad rusa de Vladimir Putin a través de la deconstrucción de las oscuras dinámicas que se producen en el seno de los núcleos familiares.



En ocasiones ha sido tachado en su propio país de "director para la exportación" e incluso de ser antirruso, algo de lo que se defiende afirmando que es un ciudadano de un país llamado Cinematografía. "Un buen realizador atrae a un público universal, su cine se entenderá en Rusia, Estados Unidos y en cualquier otro país", explica Zviaguintsev. "Si mis películas son aceptadas y entendidas en Occidente, significa que hablo un idioma común para personas de diferentes nacionalidades. Esto me parece mucho más importante que encerrarse en una idea nacionalista".



Nadie piensa en los demás

Tras la magnífica Leviatán (2014), mejor guión en el Festival de Cannes, que retrataba con crudeza la corrupción de un sistema en el que justicia, poder político y religión se dan la mano para atentar contra una indefensa familia, Zviaguintsev estrena este viernes en España Sin amor, una película que carga las tintas contra el individualismo del ser humano en la era digital. "Me gustaría decir que Sin amor es como Secretos de un matrimonio (1973), de Bergman, pero trasplantada a otra época y con personajes diferentes: urbanitas carentes de complejos y de dudas, la típica pareja de clase media", reflexiona.



Durante la primera hora del filme, Zviaguintsev se concentra en exponer los sentimientos de Zhenia (Mariana Spivak) y Boris (Alexéi Rozin), un matrimonio en trámites de divorcio. La primera vez que aparecen juntos en pantalla, el resentimiento y las recriminaciones son brutales. Ambos están intentando vender la casa que compartieron y en la que ahora solo habita Zhenia y el hijo de 12 años de ambos, Aliosha (Matvéi Novikov). Queda claro que ninguno de los dos quiere hacerse cargo del niño, que escucha tras la puerta la frialdad con la que hablan de él sus padres y después llora desconsolado en su cuarto. "Ambos quieren pasar página, comenzar una nueva vida con otra pareja, saborear emociones nuevas que les ayuden a sentirse completos y esperanzados", explica el director. "Solo les queda deshacerse de la carga que hay entre ellos y la felicidad: su hijo Aliosha, que se convierte en un muñeco de trapo que se tiran a la cabeza en cuanto tienen ocasión".



A partir de entonces, y hasta el punto de fuga del relato que supone la desaparición y búsqueda desesperada de Aliosha, la película nos descubre las nuevas vidas de Boris y Zhenia, dando pie a que Zviaguintsev lance sus dardos envenenados contra la realidad rusa. Boris corre el riesgo de perder su trabajo en una compañía tecnológica, ya que está dirigida por fundamentalistas que solo admiten empleados casados y con hijos. Como en Leviatán, la religión se entromete en la vida privada de los protagonistas sin más interés que en constreñir su libertad o someterlos. Por otro lado, Boris ya ha dejado embarazada a otra mujer en una relación que parece destinada a repetir punto por punto los errores de su matrimonio.



Por su parte, Zhenia sale con un empresario varios años mayor que ella. Su nivel de vida ha mejorado drásticamente y lleva una existencia tan lujosa como banal, siempre con el teléfono móvil en la mano, haciéndose selfies y enganchada a redes sociales como Facebook o Twitter. "Nuestra época posmoderna está caracterizada por una sociedad posindustrial inundada constantemente por un flujo de información destinado a personas con un mínimo interés por los demás, excepto si les son útiles", asegura Zviaguintsev. "Hoy en día nadie piensa en nadie".



Narcisismo y egolatría

Un día cualquiera Aliosha, el hijo de Zhenia y Boris, desaparece sin dejar rastro. Ni siquiera son los padres, en una nueva demostración de narcisismo y egolatría, los que descubren su ausencia sino que es la profesora de su escuela quien llama para avisar de que Aliosha lleva un par de días faltando a clase. La policía no tiene recursos suficientes para resolver el caso y el detective que lleva la investigación recomienda a la antigua pareja que recurra a una asociación civil especializada en montar operativos para la búsqueda de niños que han desaparecido.



Un ingente número de voluntarios se despliega por el barrio y por los páramos cercanos y Zviaguintsev parece querer expresar aquí que el ser humano, incapaz de resolver hoy sus problemas personales, se vuelca en causas ajenas para sentirse mejor. "La única forma de salir de esta tremenda indiferencia que asola hoy el mundo es dedicarse a otros, incluso si son extraños, como hace el coordinador del grupo de búsqueda que rastrea la zona para encontrar al niño desaparecido. No lo hace para obtener una recompensa, sino porque es su objetivo. Y por eso, cada uno de sus actos tiene un significado. Solo así puede uno luchar contra la deshumanización y la confusión del mundo actual", opina Zviaguintsev.



@JavierYusteTosi