Lawrence Fishburne y Bryan Cranston en La última bandera

Fiel a su espíritu de contestación y rebeldía, Richard Linklater hurga en La última bandera en la herida abierta de la Segunda Guerra del Golfo. De la mano de Steve Carell, Bryan Cranston y Lawrence Fishburne, aborda la cara más trágica del conflicto en una nueva celebración de la dignidad humana.

En el cine de Richard Linklater, el inconformismo crítico se presenta como una constatación del sentido común: el cuestionamiento del poder deviene en una forma de saber popular. En su ópera prima, Slacker (1991), un hombre mayor denunciaba que el trabajo por cuenta ajena no hacía más que "llenar los estómagos de los cerdos que nos explotan"; por su parte, Linklater repartía copias del manifiesto anarquista La abolición del trabajo, de Bob Black, entre los asistentes al estreno del filme. Dos años después, en la irreverente Movida del 76 (1993), un adolescente fantaseaba con la posibilidad de que George Washington hubiese sido un abanderado del culto a la marihuana. En The Newton Boys (1998), Linklater rindió tributo a unos ladrones de bancos de la Texas de los años 20 que burlaron el sistema y envejecieron felices junto a sus familias. Mientras que, en A Scanner Darkly, (2006), adaptación animada de la novela homónima de Philip K. Dick, el cineasta de Austin denunció la vileza con la que la América corporativa devora a las ovejas negras del sistema, en este caso, los adictos a las drogas.



Bebiendo de este espíritu de contestación y rebeldía, La última bandera, el nuevo filme de Linklater, hurga en la herida todavía supurante de la Segunda Guerra del Golfo. En un tono más urgente de lo que suele ser habitual en su cine, el meditativo Linklater aborda con firmeza, pero también con gran pudor, la cara más trágica de la realidad bélica. El protagonista del filme es un padre (Steve Carell) a quien acaban de notificar la muerte de su hijo durante su "servicio" en Irak y que acude a dos viejos compañeros de armas, veteranos de Vietnam (Bryan Cranston y Lawrence Fishburne), para que le acompañen a recoger y enterrar sus restos. Entre los gestos más audaces del filme se encuentra el hecho de mostrar, en la ficción, un conjunto de ataúdes de soldados fallecidos en Irak (un tipo de imagen vetada a los medios), al tiempo que el relato hace hincapié en la pátina de fraudulento heroísmo con el que el ejército intenta encubrir la farsa bélica, una tesis que acerca La última bandera a Banderas de nuestros padres de Clint Eastwood.



Como ocurría en Fast Food Nation, la otra película abiertamente política de la trayectoria de Linklater, en La última bandera el cineasta texano deja a un lado la ambición formal para centrarse en la observación sosegada de los personajes. Sustituyendo sus característicos travellings y planos secuencia por una atemperada colección de planos medios y composiciones de grupo, Linklater no pierde la ocasión de insuflar a su nuevo filme un humanismo resonante y un vitalismo contagioso, una apuesta a contracorriente en el seno de un réquiem fílmico con forma de road movie geriátrica. Así, haciendo gala de su negativa a juzgar a sus personajes, el director de Boyhood (2014) acomete una nueva celebración de la dignidad humana: una elegía americana por los soldados caídos, pero también un canto a la amistad, un elogio de la compasión, y la consecución, a pequeña escala, de una utopía de tolerancia entre razas y credos.



Entre los méritos del Linklater de La última bandera, cabe destacar el creativo trabajo de adaptación de la novela homónima de 2005 de Darryl Ponicsán, quien figura como coautor del guion de la película. La novela en cuestión es una secuela de El último deber del mismo Ponicsán, que fue llevada al cine en 1973 por Hal Hasby, con Jack Nicholson y Otis Young en la piel de dos miembros de la Armada que conducen a un joven soldado (Randy Quaid) a una prisión militar.



La clave de la adaptación de Linklater radica en su decisión de cambiar los nombres de los personajes, rompiendo el vínculo literal, que no anímico, con la novela y con el filme de Hasby. Una decisión que hace aflorar otra virtud característica de Linklater: su alergia a los dogmatismos. Al desmarcarse de la cronología de las novelas de Ponicsán, el autor de Antes del atardecer inventa un nuevo origen para el relato, que se sitúa en Vietnam. Un pasado que dejará al personaje de Cranston entre la espada y la pared, dado que su defensa de la "verdad" como valor absoluto en relación a la Guerra de Irak se verá cuestionada por su incapacidad para afrontar la "realidad" de los traumas que le dejó la Guerra de Vietnam. A la postre, Linklater va más allá que Ponicsán en el reconocimiento de la dificultad de rescatar lo que queda de humano en un contexto de violencia e injusticia.



La memoria de los actores

La herencia de El último deber, la película, resuena con particular fuerza en la labor del trío protagonista de La última bandera: Cranston sufre para negociar, desde el histrionismo, con el recuerdo del monumental trabajo de Nicholson; a Fishbourne se le ve cómodo reeditando la sobriedad de Young; y Carell, que recrea con delicadeza la ingenuidad de Quaid, se permite romper con la estoica introspección de su personaje en un episodio de puro fulgor humorístico. Una combinación de talentos que da pie a un filme donde el gesto más íntimo, como reír junto a unos buenos amigos, deviene en un humilde y emotivo manifiesto político. Cómo no pensar en La última bandera al leer lo que escribió el gran crítico Andrew Sarris en The Village Voice a propósito del estreno de El último deber en 1974: "Quizá tus ojos se humedezcan ligeramente mientras contemplas el alcance de la bondad humana en las circunstancias más cínicas. La aspereza superficial del realismo bien podría ser el último refugio del romanticismo".

Una secuela literaria

Como se apuntaba en la edición americana de La última bandera (que en España publicará en marzo la editorial Berenice), su autor, Darryl Ponicsan, "nunca imaginó que su primera novela, El último deber, tendría continuidad". Una de las razones para dicha impresión es que uno de los protagonistas de El último deber moría al final del libro, un trágico destino que el legendario guionista de Hollywood Robert Towne (Chinatown, Mission: Impossible decidió eliminar en su adaptación al cine. De hecho, como admitía Linklater en una entrevista a Sight & Sound, La última bandera, la novela-secuela, podría ser un caso único en cuanto que existe gracias a que el cine modificó el final de su predecesora.