Samuel Maoz durante el rodaje de Foxtrot

El director israelí, ganador del León de Oro en 2009 con su ópera prima Líbano, estrena nueve años después su segunda película, Foxtrot, una dura crítica al Israel contemporáneo que ha vuelto a ser premiada en Venecia con el Gran Premio del Jurado.

Foxtrot arranca con una llamada a la puerta. Una mujer abre y vemos como, tras observar unos segundos a los visitantes, se desmaya. Estos, dos soldados de uniforme, cruzan el umbral para intentar sujetarla antes de que dé contra el suelo y, en ese instante, también cruza el umbral de la casa la muerte que vienen a anunciar, la del hijo de servicio. A partir de ese momento seguiremos a Michael, padre del soldado caído, que se sumerge en una espiral de ira ante el giro que acaba de experimentar su vida. La nueva película de Samuel Maoz guarda varias sorpresas y por ello es mejor no avanzar mucho del desarrollo de su historia, pero nos encontramos ante un drama fascinante, imaginativo y tenso en tres actos que funciona como una dura crítica al estado de Israel. Tras ganar el León de Oro en Venecia en 2009 con su ópera prima, Líbano, el cineasta regresa a la gran pantalla nueve años después con una película antibelicista y profundamente humanista que ha levantado cierta polémica. La ministra de Cultura de Israel, Miri Regev, la criticó duramente por considerar que difamaba al ejército.



Pregunta.- En Libano adaptaba a la pantalla sus propias experiencias en el ejército israelí. ¿Tiene Foxtrot también un origen biográfico?

Respuesta.- En Líbano abordaba el trauma de la guerra desde mi punto de vista visual, como francotirador de un tanque, y desde el punto de vista emocional del joven de 20 años que era entonces, que nunca había cometido un acto de violencia y que una mañana se vio obligado a disparar sobre personas. Cuando mi servició terminó, tenía sentimientos de culpabilidad y padecí una especie de pequeño trastorno por estrés postraumático. No era el típico caso clínico porque funcionaba bien en la vida diaria: comía, andaba, no perdí habilidades sociales ni caí en la depresión, no tenía pesadillas… Pero este trauma tan delicado me destrozó la vida. Después de estrenar Líbano me di cuenta de que la sociedad israelí había producido muchas versiones de personas a las que les pasaba más o menos lo mismo que a mí. Por eso en Foxtrot intento reflejar ese colectivo, lo que considero el alma sangrante de Israel. Y ese círculo traumático en el que estamos inmersos se parece al foxtrot, un baile en el que sigues unos pasos que siempre te llevan al punto de partida.



P.- La película arranca con una secuencia desgarradora en la que el ejército llega a casa de Michael para anunciar que su hijo ha muerto de servicio…

R.- En Israel todo el mundo conoce a alguien cercano que ha vivido esta terrible experiencia. Es el principal temor de nuestra sociedad. En la película hay un plano en el que se ve una esquela en la pantalla de un ordenador y detrás hay un cuenco con naranjas apiladas. Esa imagen resume en cuatro palabras la historia de Israel: soldados muertos y naranjas.



P.- ¿Por qué decidió estructurar la película en tres partes, cada una con su propio estilo visual y tono?

R.- En primer lugar, llegué a la conclusión de que el modelo de tragedia griega en tres actos era la manera ideal de desarrollar una historia en la que tenemos un héroe que crea su propio castigo y lucha contra cualquiera que intente salvarlo. Él no puede prever cual es el resultado de sus acciones, pero al final todo parece un plan urdido por el destino. Un plan que arregla el caos y devuelve el daño infligido a otros en la proporción adecuada. En segundo lugar, las tres secuencias reflejan la forma de ser de cada uno de los protagonistas a través de todas las herramientas cinematográficas disponibles. La secuencia de Michael es afilada, fría, simétrica e incómoda. La de la madre es sencilla, suelta y suave. Y la de Jonathan, el hijo, flota unos cuantos centímetros por encima del suelo, como si se tratara del mundo de un artista soñador. Por último, la división en tres partes me permitía controlar el viaje emocional del espectador. La primera secuencia debía chocar y sacudir al espectador; la segunda, hipnotizarlo, y la tercera, conmoverlo.



P.- ¿Por qué decidió centrarse en el rostro de Michael durante toda la primera secuencia?

R.- No ruedo mis películas bajo ninguna fórmula preestablecida y aquí la intuición me llevó a tomar la decisión de permanecer con Michael. Crear un momento emocional tan fuerte y extremo con un personaje que prácticamente no dice ni hace nada me parecía un reto cinematográfico e interpretativo que merecía la pena abordar. Además quería sugerir que había algo más que la noticia que recibe, que su alma llevaba mucho tiempo sangrando y estaba esperando ese castigo.



P.- Hay algo kafkiano en la relación que se establece entre Michael y el ejército en la gestión de los preparativos del funeral y a la vez me parece que hay una tensión que recuerda al cine de terror en toda la primera parte…

R.- Todos escribimos a partir de los libros que hemos leído y para mi Kafka está entre los diez mejores creadores de la historia y por supuesto que hay una influencia de su mundo en esta película. Diría además que Samuel Beckett está muy presente en la segunda secuencia. Pero no tengo ninguna inclinación especial hacia el cine de terror. Simplemente creo que esa tensión a la que alude es una traslación de mi vida interior.



P.- Foxtrot está narrada de una manera muy visual. ¿Cómo va desarrollando el guion de sus películas?

R.- No me gusta el cine naturalista. Yo intento penetrar y reflejar el alma de mis personajes y para ello es necesario que el aspecto visual sea parte integra de la historia. La primera imagen que captó mi imaginación es el cuadro que se ve detrás de la madre cuando abre la puerta, al principio de la película. Para mí ese cuadro es como una radiografía del alma de Mikhail y un resumen del tema filosófico de la película. Por ejemplo, elegí un cuarto de baño estrecho porque cuando Michael se encierra en él vemos como las paredes le están cercando al igual que la realidad de la que trata de escapar. Trato el guion como si fuera un enemigo y muchas veces prefiero rodar sin él. Una mirada sobre el apartamento de Michael debería darnos suficiente información sobre su vida. Si además cargamos de significado su posición cuando lo vemos por primera vez, o la primera frase que pronuncia, nos ahorramos muchas páginas de diálogo. Las imágenes no solo proporcionan información emocional, también real y verdadera sobre los personajes.



P.- La película explora la relación entre la segunda y la tercera generación posterior al Holocausto. ¿Qué barreras impiden que conecten entre ellas?

R.- El principal problema que ha sufrido mi generación es que nunca hemos podido quejarnos de nada. Nuestros padres y profesores vivieron el Holocausto, uno de los traumas más horribles del mundo moderno. Nos decían: "¿Quiénes sois vosotros, niños mimados, nacidos en un país soleado con naranjas y un mar azul, para quejaros?". Es ridículo. Cuando era pequeño saqué un 7 en matemáticas y mi madre me decía: "¿Para esto he sobrevivido al Holocausto, para que saques un 7 en matemáticas?". Y cuando volví de la guerra con dos brazos y dos piernas, sin quemaduras en el cuerpo, todavía me decían que no me quejara ya que no me dolía nada: "Sé un hombre, nosotros hemos sobrevivido al Holocausto". Mi generación siempre se ha tenido que reprimir y por eso hemos acabado traumatizados. Además nos lavaron el cerebro diciéndonos que vivimos bajo un continuo peligro existencial, en una guerra interminable. Los profesores nos decían que estaba bien morir por la patria. Un profesor en concreto nos contaba siempre en el Memorial Day la historia de un antiguo graduado que había sacrificado su vida lanzándose sobre una granada para salvar la vida de seis soldados. ¡Solo éramos unos niños! Yo soñaba cada noche que me convertía en él, que me sacrificaba lanzándome sobre esa granada y que las chicas lloraban cuando se contaba mi historia. La sociedad israelí nos ha jodido y traumatizado completamente.



P.- El gobierno israelí ha criticado la película incluso antes de verla. ¿Qué cree que les ha molestado tanto?

R.- Me asombró que la ministra de Cultura difamara Foxtrot sin haberla visto, pero su ataque venía a confirmar la tesis de la película. Al final me parece un logro porque estimuló el debate que quería provocar. Sin embargo, no me gustó que se montara una campaña de relaciones públicas contra la película tan barata. Si el crimen que describe lo hubiera cometido la policía israelí nadie hubiera alzado la voz. La gente entendería que no es un documental y que no está obligada a reflejar una verdad objetiva sino una verdad artística y dramática. Pero, como el ejército simboliza la liberación de nuestro horrible pasado, me he convertido en un traidor para gran parte de la sociedad. El hecho de que haya participado en batallas o salvado a soldados heridos ya no tiene importancia ni valor público. Soy un traidor porque la ministra de Cultura anunció, sin haber visto la película, que difamaba al ejército.



P.- ¿Qué consecuencias personales le ha acarreado esta polémica?

R.- Una persona me envió un email diciendo que me iba a lanzar acido a la cara cuando saliera de casa, y escribía mi dirección, para que no pudiera hacer más películas. Aunque pasaría el resto de su vida en la cárcel probablemente le dé igual porque piensa que así se ganaría la bendición de alcanzar el cielo. Otro me dijo que había visto en Facebook que tenía una hija muy guapa y que pronto dejaría de serlo. Pero no siento que realmente esté en peligro. Yo vivo en Tel Aviv, que es como un país dentro de un país, y digamos que en mi barrio la gente apoya la película. Esos mensajes proceden más bien de la periferia.



@JavierYusteTosi