Image: Robert Guédiguian: La izquierda pierde en todas partes porque está deprimida

Image: Robert Guédiguian: "La izquierda pierde en todas partes porque está deprimida"

Cine

Robert Guédiguian: "La izquierda pierde en todas partes porque está deprimida"

23 marzo, 2018 01:00

Robert Guédiguian y Ariane Ascaride. Foto: Domenech Umbert

El autor francés vuelve a trabajar con su esposa, la actriz Ariane Ascaride en La casa junto al mar, un filme en el que sigue indagando en aspectos cruciales de la psique humana, como la generosidad o la capacidad de compartir, en tiempos de capitalismo rampante.

Una reunión familiar en torno al padre enfermo, todo un clásico como punto de arranque, es la premisa sobre la que se construye la nueva película del director francés Robert Guédiguian (Marsella, 1953), La casa junto al mar, en la que sigue indagando en aspectos cruciales de la psique humana, como la generosidad o la capacidad de compartir, en tiempos de capitalismo rampante. El autor francés vuelve a trabajar con su esposa, la actriz Ariane Ascaride, estrecha colaboradora en el proceso creativo, en un filme en el que interpreta a una actriz de teatro traumatizada por la muerte accidental de su hija pequeña. Conocemos a una familia muy parecida a la de cualquiera, marcada por la melancolía de uno de los hermanos, un ex revolucionario de izquierdas que ha perdido la fe en sus ideales o de una pareja de ancianos que se niega a que su hijo triunfador les pague el alquiler. Todo ello quizá cambia cuando aparecen unos niños sirios refugiados. Un filme de personajes y dotado de gran calidez humana que en Francia ha sido uno de los mayores éxitos del autor de películas como Marius y Jeannette (1997), Marie Jo y sus dos amores (2002) o Las nieves del Kilimanjaro (2011). Entrevistamos al cineasta junto a Ascaride a su paso por Madrid para promocionar su nuevo filme.

Pregunta.- Ha hablado de la influencia de Chéjov en esta película, que hablaba con frecuencia de mundos que acaban. En la película vemos una elegía a los tiempos de la lucha obrera. ¿Aspira a continuar la lucha por los derechos de los trabajadores?
Robert Guédiguian.- El mundo con frecuencia se termina y sucede el cambio. Las cosas han cambiado porque siempre cambian. Ser revolucionario de la vieja escuela ya no funciona, esto es evidente. Pero lo que no debemos permitir es que el cambio también se cargue lo bueno que había en el mundo que se abandona. Nuestra misión es transmitir la calidad del mundo en el que vivimos, hablando también de sus defectos, pero sin olvidar la responsabilidad que tenemos. Debe cambiar la forma en que desarrollamos esa labor política pero no el fondo, que es la búsqueda de un mundo mejor. La llegada de los refugiados en la película proporciona una nueva manera de compartir su riqueza y continuar con ese legado.

P.- Vemos los estragos del neoliberalismo global en una escala local con el drama de los ancianos que no pueden pagar el alquiler y a una escala enorme con el drama de los refugiados. ¿Quería reflejar las distintas caras del sistema?
R.G.- Existe una desolación porque los personajes ya no se sienten capaces de transformar el mundo y sienten la necesidad de desaparecer con su paisaje y su territorio. Eso en parte es normal. El territorio desparece con nosotros. Es el final de una manera de vivir. Y en este contexto, la mejor manera de avanzar sobre las ideas de regresión y de racismo es oponerse frontalmente, llegar hasta el final. Con la emigración no podemos tener una postura con medias tintas. No podemos decir que no somos racistas, pero al mismo tiempo queremos que se cierren las fronteras. Eso no tiene sentido. Las personas que tienen miedo de los refugiados son las que tienen algo que perder, porque si eres pobre, no tienes miedo de que te roben porque no tienes nada. En mi barrio cuando era pequeño siempre dejábamos la puerta abierta porque no teníamos miedo a que nos robaran porque sencillamente no teníamos nada. En resumen, es necesario que haya una pedagogía para que la gente no confíe en políticos cuya única propuesta es decir que no hace falta compartir. En todos los programas de la extrema derecha hay una sola idea, quedémonos con lo nuestro y rechacemos a los extranjeros. Y todos los gobiernos de Europa han caído en esa retórica de decir "nos preocupamos por los refugiados, pero cerramos las fronteras". No tiene sentido.

P.- ¿Está perdiendo Francia sus valores republicanos?
R. G.- Muchas veces hay una exaltación mítica de los valores republicanos que no se corresponde con la realidad. Lo que vemos es un regreso de los valores nacionalistas. Yo digo que no solo vemos el fracaso de la nación, también de la república. Para muchos hay una diferencia muy ambigua entre una y otra. Cuando no permitimos que la gente que venga de fuera les vaya bien la vida, estamos fracasando. No podemos tener un país decente si no somos capaces de que todo el mundo tenga una vida digna.

P.- En el personaje de Ariane Ascaride vemos a una mujer que vive sin querer vivir desde la muerte accidental de su hija pequeña. Eso cambia cuando conoce a los refugiados. ¿Pueden suponer los extranjeros una revitalización de nuestras sociedades?
Ariane Ascaride.- Es una mujer que se ha quedado intramuros, en el interior de ella misma. Llega completamente cerrada, porque reunirse con su familia significa enfrentarse a recuerdos muy dolorosos que ha intentado cicatrizar dedicándose al teatro. Para ella ser actriz le ha servido para soportar vivir. Son sentimientos además que, por mucho que ha intentado reprimir, siguen estando allí. Los griegos han hablado mucho de eso y es que todo vuelve por mucho que intentes escapar. Lo dice claramente cuando confiesa que lleva 25 años sin llorar. Y ese llanto es lo que le permite volver a vivir. Eso le permite convertirse de nuevo en una persona, en un objeto de amor. Tendrá el coraje de enamorarse, porque siempre he pensado eso, que se necesita coraje para enamorarse. Es cierto que cuando uno vuelve a los lugares de su infancia hay algo que te da fuerzas, aspiras la energía y la confianza. Y los refugiados significan una nueva esperanza no solo para ella sino para toda la sociedad. En Francia hemos visto cómo muchos pueblos del campo cobraban nueva vida gracias a ellos. Y todo el mundo está muy contento con su presencia.

P.- Señora Ascaride, en una ocasión dijo que cuando debutó en el teatro a los ocho años actuar le pareció "muy fácil". ¿Sigue pensando que es fácil?
A. A.- Lo que pasa es que cuando tenía ocho años no era consciente de la verdadera dificultad. Para mí actuar es una continuación de mis juegos del recreo del colegio, eso de "tú serás el médico y yo seré el paciente". Jugamos. Desde que era joven he visto muchas modas en la interpretación y lleva tiempo dejar eso de lado para encontrar tu propia autenticidad.

P.- Hay dos personajes que actúan como un espejo. Uno es el viejo revolucionario que está amargado y el otro el joven de derechas que está entusiasmado. ¿Es una metáfora de lo que pasa en la vida real?
R. G.- Esa depresión es uno de los motivos por los que creo que la izquierda pierde en todas partes. La izquierda defiende valores que no están nada de moda: el sacrificio, el trabajo, el esfuerzo. La derecha en cambio vende éxito y dinero. Hace años que digo que la izquierda debería ser festiva, el carnaval, pero tiene una imagen desastrosa de tristeza mientras la derecha está triunfal.

@juansarda