Image: La revolución del 68 y el auge del nacionalismo, claves del festival Atlántida

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Cine

La revolución del 68 y el auge del nacionalismo, claves del festival Atlántida

27 julio, 2018 02:00

Hayat Van Eck en Daha, de Onur Saylak

La octava edición del certamen cinematográfico de Filmin ha aumentado un 40% sus espectadores. Angola por Jonathan Littell, la posverdad rusa o el genocidio en Birmania son algunos de los hitos de una edición en la que Samantha Hudson, el retrato de un adolescente mallorquín que desafía las convenciones de género, ha sido la película más vista.

Dicen los datos que ha sido el Festival Atlàntida más exitoso de la historia. La octava edición del certamen cinematográfico de Filmin ha aumentado un 40% sus espectadores hasta alcanzar los 70.000, tanto a través de la plataforma como en las proyecciones en sala en Palma, donde tiene su sede física. Un éxito de cifras que corrobora un triunfo aún más importante, el de la calidad, en un festival que este año ha demostrado un músculo espectacular.

Ventana abierta a la convulsa realidad en la que vivimos, las películas de Atlàntida, me refiero sobre todo a sus magníficos documentales, son fundamentales para entender la contradictoria y peligrosa realidad en la que vivimos. Una realidad marcada por varios elementos: las migraciones, el auge de la extrema derecha, las fake news y la guerra informativa o el surgimiento de nuevas identidades de género que convulsionan nuestra forma tradicional de entender lo masculino y femenino. Asuntos de máxima urgencia que abordan con talento y rigor películas como la turca Daha, en la que Onur Saylak explora desde la ficción la delincuencia que se aprovecha del drama de los refugiados o en filmes como El venerable W., de Barbet Schroeder, donde conocemos al monstruoso instigador de la violencia contra los rohinyas en Birmania; La posverdad rusa, de Paul Moreira, donde viajamos hasta el corazón de la fábrica rusa de noticias falsas o la española Samantha Hudson, en la que Joan Porcel nos acerca a un adolescente mallorquín que desafía las convenciones de género.

El palmarés del Festival ha premiado sendas películas que ahondan en otro de los asuntos fundamentales de esta edición: la memoria histórica y su diálogo con el presente. No intenso agora, del brasileño Joao Moreira Salles, es un trabajo apasionante en el que el autor propone un diálogo entre la revuelta francesa de mayo del 68, el levantamiento en Brasil contra la dictadura militar, la revuelta en Checoslovaquia para exigir democracia al régimen comunista y la China de Mao, en plena "revolución cultural". Utilizando de manera soberbia el material de archivo, Moreira presenta un panorama más bien sombrío sobre el legado de estas revoluciones para concluir que de una forma u otra acabaron fracasando: los airados universitarios de ayer fueron los jefes de mañana, en Europa del Este los tanques rusos apagaron cualquier atisbo de disidencia con la fuerza de los cañones. No hay epílogo sobre la China de Mao, aunque todos sabemos que el país no ha avanzado precisamente hacia un estricto comunismo.

Moreira propone en su filme una reflexión sobre el fracaso inherente de las revoluciones que se solapa con otra sobre el paso del tiempo, "el precio de la vida", y la nostalgia. En la mirada del cineasta brasileño, mayo del 68 fue sobre todo una gran fiesta en la que la juventud celebró su propio derecho a existir y disfrutar de la vida. Una revolución más exitosa quizá de lo que el filme deja traslucir y aunque la revuelta obrera, efectivamente, no llegó a producirse, los acuerdos de los sindicatos no fueron cosa menor. En una frase elocuente, dice Moreira que los obreros nunca dejaron de ver a sus efímeros aliados, los airados estudiantes de Nanterre y la Sorbona, como sus "futuros jefes" y el pesimismo de Moreira, que contrasta con visiones oficiales más luminosas, nos ofrece importantes claves para reflexionar sobre el auge actual de nuevas formas de autoritarismo como veremos más adelante.

Una imagen de El venerable W., de Barbet Schroeder

Las heridas de la Europa reciente son aún más sangrantes en El caso Kurt Waldheim, de Ruth Beckermann, que ya ganó en la última Berlinale un merecido premio al mejor documental. La película tiene como protagonista a un personaje que parece reflejar en sí mismo la ambigüedad de la propia política y, de manera aún más siniestra, el ambivalente legado del nazismo en Austria, donde nunca ha llegado a ser condenado del todo. Waldheim fue durante 10 años, se dice rápido, secretario general de la ONU y, por tanto, portavoz de las buenas causas y la solidaridad en el mundo. Cuando, ya septuagenario, decide presentarse para presidente de su país, surge el escándalo: no solo fue soldado de la Wehrmacht, al parecer también fue un nazi especialmente entusiasta y activo. Waldheim, claro, lo niega todo, y gana las elecciones igualmente dejando claro lo que la directora quiere remarcar: que el país nunca ha sido capaz de asumir su culpa por los crímenes de la II Guerra Mundial y el Holocausto. Es un documental estremecedor, con algo de misterioso y enigmático, que nos vuelve a acercar a, como diría Bergman, "el huevo de la serpiente".

Una serpiente llamada fascismo que campa a sus anchas en Europa y, de forma quizá más sorprendente, en Estados Unidos aunque su veneno se extiende por todo el mundo. Asistimos a un claro resurgir de un nacionalismo criminal e identitario que recuerda a lo peor del fascismo y que se propaga como un cáncer por el planeta. Espectacular el trabajo del cineasta suizo Barbet Schroeder en El venerable W., donde conocemos a un personaje repugnante como Ashin Wirathu, líder del movimiento 969, que propugna la expulsión, o mejor dicho, el genocidio de la minoría musulmana que habita en Birmania desde hace siglos. Es un trabajo imprescindible para comprender las terribles noticias que llegan de ese país asiático, donde se está produciendo un espantoso asesinato en masa a los ojos del mundo.

Quizá lo más sorprendente, y trágico, de El venerable W. es que los protagonistas del odio sean monjes budistas, que en nuestra imaginación inevitablemente asociamos con personas de paz. Wirathu, un orador incendiario que descarga su cólera contra los rohinyas acusándolos de crímenes inventados, se convierte en una suerte de nuevo Hitler, un racista violento que se pasea por Birmania animando a sus conciudadanos a que quemen las casas, violen a las mujeres y después aniquilen a los despavoridos musulmanes, de una pobreza bíblica. Todo ello lo cuenta Schroeder con mano maestra en este documental en el que sorprende hasta qué punto la lacra del nacionalismo, con su sectarismo xenófobo, se parece en todas partes para recordarnos que no pocas veces de la retórica se pasa a los hechos y de allí a una violencia inhumana.

El maligno Wirathu se parece mucho a la pérfida protagonista de Las chicas de Amanecer Dorado, retrato a cargo del noruego Havard Bustnes, de la organización de extrema derecha griega. Bustnes no es Schroeder y aunque su trabajo peca de una cierta ingenuidad un tanto ridícula (solo le falta llevar un lirio en una mano frente a personas curtidas en batallas muy duras) nos brinda a un magnífico personaje como Urania Michaloliakos. La hija del líder de una formación delictiva convierte a los emigrantes en enemigos y se convierte, a sus 26 años, cuando su padre ingresa en la cárcel, en la jefa de una pandilla de gamberros y de miserables que se dedican a dar palizas a mujeres y niños sembrando el terror y la desesperación en las calles de Grecia.

Cuenta Stefan Zweig en sus memorias que el ascenso de los nazis supuso el triunfo de lo peor de la sociedad: gentuza humillada y acomplejada que jamás había destacado en nada y a la que solo el rencor mantenía en vida. Es la misma chusma que forma parte de Amanecer Dorado, personas sin escrúpulos que hundidos por la crisis económica se dedican a echarle la culpa a los judíos que ya masacraron hace setenta años para convertir el odio en el centro de la vida política y social. Por suerte, frente a la barbarie, Bustnes también retrata a una sociedad griega civilizada y angustiada que soporta una austeridad infernal y rechaza la violencia y la brutalidad de una organización criminal. Tiene Las chicas de Amanecer Dorado un momento sublime cuando el director le enseña a Urania una foto de su padre de joven vestido de nazi y ella contesta: "¿No es adorable?", con un candor que hace entender de forma más profunda las máscaras del Mal.

Fotograma de Samantha Hudson, de Joan Porcel

El drama de los refugiados aparece en dos películas sensacionales. La turca Daha, adaptación de una novela de Hakan Günday y dirigida por Onur Saylak, nos acerca a las cloacas del drama de los refugiados. En un idílico pueblo del Egeo se esconde el horror. Los protagonistas son un padre que se comporta como un animal que da cobijo a los refugiados antes de que partan en barco a Europa. Escondidos en un sótano en condiciones insalubres, el padre contrasta con el hijo, un estudiante aplicado que sueña con emigrar a Estambul a estudiar una carrera universitaria. Con un desarrollo que recuerda al naturalismo fatalista de Zola, Saylak cuenta bien su película para establecer un crudo retrato de la ruindad en la mayor de las miserias como es aprovecharse de la tragedia ajena.

Es mejor de lo que empieza pareciendo Mr. Gay Siria, de Ayse Toprak, en la que vemos a la pequeña comunidad de gays sirios que viven en Estambul como refugiados de la guerra. Doblemente discriminados por su condición de extranjeros y de homosexuales en una sociedad musulmana que los condena con dureza, Mr. Gay Siria no apuesta por la tragedia, que se intuye en todo momento, sino por una suerte de mueca irónica con algo de amargo que se personifica en la peripecia de su sufrido protagonista, un desdichado peluquero forzado por su familia a casarse y tener descendencia que está harto de llevar una doble vida.

Si Daha y Mr. Gay Siria nos muestran el sufrimiento de los refugiados, el documental La posverdad rusa, de Paul Morais, nos ofrece un aspecto no menos inquietante, aquellos que se lucran y se benefician propagando el odio y la inquina contra personas indefensas para encender las peores pasiones. Del canal de noticias RT a la agencia Sputnik, que se dedican a difundir de forma machacona la visión del mundo de Putin, hasta lugares más oscuros, pisos en los que cientos de trolls se dedican a fabricar mentiras que aviven a la extrema derecha: cifras falsas de delincuencia, crímenes y atentados que nunca se han cometido, estadísticas de mentira y barbaries que ayudaron a Trump a ganar las últimas elecciones en Estados Unidos. El director francés nos ofrece, además, un reflejo de otro personaje lamentable como Marine Le Pen, a la que acusa de estar a sueldo de los rusos.

Dicen en el departamento de prensa de Filmin que la película más vista del festival ha sido Samantha Hudson, de Joan Porcel, en la que se refleja el día a día de un influencer y cantante mallorquín que podríamos calificar como de 'género fluido' que alterna o combina a la vez su masculinidad y su feminidad. Retrato desinhibido de un adolescente con las hormonas disparadas, Iván/Hudson se revela como un chico inteligente y sensible con capacidad de seducción y sanas ganas de revolucionar el gallinero con su proclamado y fervoroso cristianismo. Celebración gozosa de lo queer y retrato de una generación que se comunica por Instagram y edita vídeos con pericia profesional, Samantha Hudson es un emotivo canto a la diferencia.

Acabo con un trabajo enorme del novelista Jonathan Littell, quien alcanzó la gloria literaria con aquella monumental Las benévolas en 2006. Si en aquella novela Littell se metía en la piel de un nazi para contar desde dentro unos crímenes horrendos, en la película documental Wrong Elements nos propone un viaje a la memoria de la barbarie siguiendo un camino muy distinto. Ambientada en Angola, Littell nos presenta a tres jóvenes cuya infancia y adolescencia fue hurtada de la manera más brutal posible por Joseph Kony, iluminado líder desde 1989 de un autodenominado Ejército de Resistencia del Señor (LRA en el original). Secuestrados y convertidos a los 12 años en máquinas de matar, Littell acompaña a sus protagonistas por los lugares en los que se vieron forzados a cometer atrocidades para conmovernos con la tristeza de unas miradas que lo dicen todo.

@juansarda