Image: Locarno y los compromisos de un festival de cine

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Cine

Locarno y los compromisos de un festival de cine

La 71.ª edición del Festival de Locarno arranca este miércoles con una selección de películas que demuestra su apuesta por el cine más infrarrepresentado

1 agosto, 2018 02:00

Imagen de BlacKkKlansman, de Spike Lee

¿Cuál es el propósito de un festival de cine? Si nos atenemos a las necesidades puramente industriales, el festival es una plataforma que sirve para destacar lo más selecto de un tipo de producción cinematográfica que, con el pretexto de una competición, exhibe sus fortalezas y logra una promoción que de otra manera le resultaría inalcanzable. Esa es la teoría, pero año tras año vemos cómo festivales como Cannes o Venecia presentan programaciones llenas de títulos que, independientemente de su calidad, tienen capacidad más que suficiente para llegar a todos los mercados sin el apoyo que esa plataforma brinda. Porque, para bien o para mal, los festivales de cine son una herramienta de la industria.

En su 71.ª edición, el Festival de Locarno sigue demostrando su compromiso con lo que podríamos llamar 'la forma más pura de un festival de cine'. Su (inmensa) programación se compone de títulos que han sido escogidos de una miríada de países, desde Bután a España, sin importar si los nombres de sus directores o sus intérpretes cuentan con ese extraño invento que llamamos glamour. Como es habitual en Locarno, la programación de este año, el último con Carlo Chatrian al mando antes de su marcha a Berlín, busca ofrecer el mejor cine que más necesita del apoyo de un altavoz como este.

Buena muestra de ello es la representación española: cinco cortometrajes y dos largometrajes, todos ellos producciones o coproducciones españolas, que difícilmente habrían encontrado acomodo en los grandes festivales de nuestro país. Y eso que, a pesar de su juventud, algunos de los directores cuentan ya con una importante reputación a sus espaldas, como es el caso de Laida Lertxundi o Natalia Marín. Otros, como el gallego Xacio Baño, concurren con su primer largometraje. Si tenemos en cuenta que, de las siete producciones, seis forman parte de alguna de las secciones competitivas del festival, cabe pensar una vez más que el problema de la cinematografía de nuestro país puede no ser tanto de calidad como de confianza y ceguera. Particularmente orgullosas deben sentirse tanto la ECAM como la ESCAC, las dos escuelas de cine más importantes del país, que cuentan con tres antiguos alumnos entre los seleccionados (esta información, sin embargo, no se puede encontrar en la página web de ninguna de las dos escuelas).

Fotograma de Blaze, película dirigida por Ethan Hawke

La selección de fuera de nuestras fronteras mezcla de nombres ampliamente conocidos, como los de Júlio Bressane, Spike Lee o Hong Sang-soo (cuya presencia parece ya casi obligatoria para cualquier festival que se precie) con otros menos mediáticos. La abundante presencia de estos ilustres desconocidos es indicativa de ese compromiso de Locarno con las películas, que priman por encima otras consideraciones. Una bendición para el espectador privilegiado que se acerque a Locarno estos días, que se encontrará con la posibilidad de dejarse sorprender por cinematografías invisibilizadas y miradas fuera de lo común, e incluso con el pequeño regalo, desaparecido hoy en día, de entrar en una sala de cine casi a ciegas. Sirva como ejemplo la presencia de La flor, la gargantuesca película de Mariano Llinás que, tras triunfar en el BAFICI, lleva sus catorce horas de metraje y su multiplicidad de historias hasta la competición internacional del certamen suizo, eso sí, partidas en varias sesiones para resultar un poco más asequibles. Sorprende también, aunque por razones diferentes, la decisión de Sony Pictures de aprovechar Locarno para estrenar en Europa The Equalizer 2, una película de acción dirigida por Antoine Fuqua y protagonizada por Denzel Washington que parece todo menos "locarniana".

La oferta se completa con otras obligaciones de un buen festival. Por un lado, homenajear lo perdido, en este caso con las proyecciones en recuerdo de Vittorio Taviani y Claude Lanzmann, dos puntales del cine europeo fallecidos recientemente. Por otro, revindicar lo olvidado, como es el caso de la obra del gran Leo McCarey, director de Sopa de ganso (1933), ambas versiones de Tú y yo (1939 y 1957) y esa absoluta maravilla llamada Dejad paso al mañana (1937). Aunque siendo justos no se pueda decir que McCarey sea una figura olvidada, sí parece claro que no ha recibido toda la atención que merece. Por eso se agradece la reivindicación que está recibiendo durante los últimos años, olvidarle sería un crimen. Por último, el festival, en otra de esas decisiones que ojalá se volvieran más comunes, se encarga de recordarnos que el cine no lo hacen solo los directores a través de un homenaje a Kyle Cooper, diseñador de títulos de créditos tan celebrados como los que abrían Seven (David Fincher, 1995). Uno de esos pequeños detalles que explican por qué el Festival de Locarno sigue siendo el Festival de Locarno.