Image: Buenos vecinos: de la banalidad al mal

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Cine

Buenos vecinos: de la banalidad al mal

La película plantea una metáfora sobre un momento histórico en el que parece que se avivan los viejos odios y rencores

10 agosto, 2018 02:00

Un momento de la película Buenos vecinos

En tiempos en que las diferencias sociales parecen haberse acrecentado, ya nadie, o casi nadie, habla de sociedad en su conjunto sino que casi se entiende el tablero compartido como una batalla sin cuartel en la que los derechos de los unos se confrontan con los de los otros. En una realidad donde las diferencias ideológicas resurgen con fuerza tras unos años en los que incluso se hablaba del fin de las ideologías, una película como la islandesa Buenos vecinos, dirigida por Gunnar Sigurdsson, viene a plantear una cruda metáfora sobre un momento histórico en el que parece que se avivan los viejos odios y rencores entre facciones en todas partes.

Metáfora política con tintes domésticos, el punto de partida del filme, así como su humor negro, recuerdan al de otro cineasta nórdico, el sueco ganador de la Palma de Oro Ruben Östlund. En Fuerza mayor (2014) planteaba la desintegración de un núcleo familiar a partir de un incidente aparentemente menor cuando ante una avalancha de nieve que acaba siendo inofensiva el hombre lo primero que hace es huir dejando plantada a su esposa y prole. Aquí, el "culpable" es un hombre de treintaymuchos (Steinþór Hróar Steinþórsson) que después de ser pillado in fraganti por su mujer y madre de su hija masturbándose viendo un vídeo erótico protagonizado por su ex, es expulsado de casa iniciando un penoso proceso de divorcio. La desgracia del pobre hombre es que va a parar a casa de sus padres, inmersos en una guerra brutal con sus vecinos a cuenta de la sombra de un árbol plantado en un jardín pero que afecta a ambos.



Buenos vecinos no plantea una sátira amable ni es en ningún momento una comedia ligera por si alguien va despistado y después se lleva un susto por su crudeza. Dominada por la diabólica figura de una madre amargada por el suicidio de su primogénito dispuesta a hacer pagar a los demás el precio de su tragedia, la película tiene el acierto de crear una galería de personajes tan mediocres como reconocibles que ofrecen un retrato desolador de lo que podríamos llamar el "islandés medio". Reflejo de una sociedad próspera pero que el cineasta calibra como surcada por venas de rencor y de odio que pueden explotar en cualquier momento, Buenos vecinos es brutal e incluso cruel aunque lo peor del asunto es que lo que vemos nos espanta pero no nos sorprende.

Especialmente indicada para misántropos (cosa que Schopenhauer creía que era inevitable llegado a cierta edad), Buenos vecinos tiene algo del espíritu de Azcona aunque como es sabido el carácter nórdico es menos dado al escándalo y la explosión volcánica que el patrio. Perfectamente verosímil aunque tiende de forma inevitable hacia lo extremo, más que de la banalidad del mal Gunnar Sigurdsson parece hablarnos de otra cosa como el mal como producto de la banalidad o la monstruosidad y la violencia como única forma de afirmar su existencia por parte de personas entregadas a una estulticia sin límites.

@juansarda