Roma, de Alfonso Cuarón

Especial: Lo mejor del año

Ni el León de Oro, ni todos los hypes a su alrededor, ni el factor Netflix que consuma su gran paradoja como ventana de consumo audiovisual han sido suficientes para que Roma de Alfonso Cuarón se cuele entre las películas más estimadas por los críticos de El Cultural. Hay probablemente algo en su elaborado artificio digital, en su ambientación de postal de lujo, que anula y pone en cuestión la ética neorrealista de su relato. El trazo analógico sin embargo de Paul Thomas Anderson y de Isaki Lacuesta (con películas rodadas en 35mm y 16mm respectivamente) se han alzado este año de convulsiones con los primeros puestos de las listas, forjando la gran ironía de los formatos y los circuitos de exhibición, en un 2018 de gran "cine" que, si las salas españolas lo hubieran permitido, se hubiera visto amparado por la última lección magistral del maestro que no cesa, Le livre d'image, de Godard.



El pulso al celuloide no es anecdótico, pues también Alice Rohrwacher (Lazzaro Feliz) y Andréi Zviáguintsev (Sin amor) siguen entendiendo su "obsolescencia" como la textura inquebrantable para sus descensos al desamparo moral europeo. La italiana invocando la epifanía en su crónica de los desheredados, donde, aquí sí, el neorrealismo mágico volvía concentrado en las esencias de Vittorio de Sica y Pasolini, de Fellini y de Ermanno Olmi. La figura santoral de Lazzaro emerge como una luz de humanismo en el fango de una Europa deshumanizada y radicalizada, aquella que actúa de fondo, con toda su grisura, en el angustioso relato de la desaparición de un niño atemorizado frente a la crisis conyugal de sus padres, metáfora del apocalipsis ambiental que nos rodea, y que el ruso Zviáguintsev pone en escena con su habitual solemnidad y talento. Solo un director norteamericano ocupa los primeros puestos de las votaciones, pero con una película de corte europeo. De modo que el universo americano, extrañamente, queda fuera de la ecuación en este 2018. El hilo invisible es, en su profunda esencia de cine-herido y fantasmagórico, no solo la fábula romántico-moral más hermosamente perturbadora del siglo XXI, sino un pulso con Hitchcock, con Ophüls, con Visconti, en el que se impone la personalidad cinematográfica más apabullante del cine norteamericano de nuestro tiempo. Una obra muy importante que llega en un tiempo justo.



Muchos años también deben transcurrir para enfrentarnos al tiempo suspendido de Lucrecia Martel, que no en vano invirtió diez años de su carrera para llegar a Zama, su obra suprema. La cineasta argentina volcó en imágenes su radical, elegíaca, poética y visceral visión de la novela de Antonio di Benedetto para mostrarnos el desarraigo, la melancolía y el salvajismo de la historia de un funcionario de la corona española que, destinado cerca de Paraguay a finales del siglo XVIII, espera su traslado. La madurez creativa de Martel es la que comparten los cineastas Lacuesta y Campo, quienes con su regreso a los personajes de La leyenda del tiempo (2006) anularon cualquier frontera entre lo real y la fabulación para conquistar la Concha de Oro de San Sebastián, donde también compitió Carlos Vermut con otra muestra de gran personalidad autoral. Quién te cantará, Apuntes para una película de atracos y La enfermedad del domingo confirman el crecimiento de tres cineastas al margen de convenciones y modas, tanto Vermut como León Siminiani y Ramón Salazar, mientras que el 2018 también ha traído al cine español la promesa de un futuro extraordinario con Celia Rico, cuyo Viaje al cuarto de una madre se suma a la eclosión de jóvenes miradas femeninas. Ecléctico y eléctrico, nuestro cine sigue escribiendo su libro de las imágenes.



@carlosreviriego