El gran baño

En las últimas semanas, la virulencia de la protesta de los chalecos amarillos ha convulsionado Francia y dejado atónito al resto de la humanidad. En uno de los países con mayor bienestar del mundo, ardían las calles y se colapsaban las ciudades ante la aparición de cientos de miles de manifestantes, algunos enfurecidos, que protestaban por la subida de los precios del gasóleo. Un malestar social profundo con epicentro en la provincia que es el punto de arranque de El gran baño, película dirigida por Gilles Lellouche (popular actor del cine reciente francés), que nos presenta la trastienda de esa protesta al contar, con sensibilidad y emoción, las existencias duras de unos personajes en la cuarentena para los que la vida ha resultado no ser lo que esperaban.



Es posible que a alguno le confunda el póster o el look de la película. Con abundantes toques de comedia, El gran baño es más dramática que divertida y tras un arranque más ligero nos va sorprendiendo con momentos de gran dureza. Interpretada por grandes estrellas de la escena francesa, el protagonista es Bertrand (Mathieu Amalric), un hombre deprimido que toma cortisona y lleva dos años sin trabajar, que encuentra un destello de esperanza en un grupo de natación masculina sincronizada. Allí se encuentra con otros personajes tan perdidos como él, un padre colérico (Guillaume Canet), un aspirante a rockstar que peina canas y vive en una caravana (Jean-Hugues Anglade) o un empresario con montones de deudas. Todos ellos tienen en común la imperfección de sus vidas y la angustiosa sensación de fracaso en una sociedad (representada por la desdeñosa mirada de sus hijos adolescentes) que encumbra a los "triunfadores".







Es curioso cómo hay un tipo de historia sobre la caída y la redención que se parece mucho en todas partes, se repite sin cesar y demuestra una y otra vez su atractivo para el público. Aunque el referente más obvio de El gran baño es Full Monty (Peter Cattaneo, 1997), son muchas las coincidencias argumentales del filme con dos éxitos recientes del cine español como Campeones (Javier Fesser) o La tribu (Fernando Colomo) donde se nos contaba una historia parecida al presentarnos a personajes que no cumplen con el estereotipo del triunfador (un entrenador de baloncesto caído en desgracia que encuentra su humanidad con un grupo de deportistas con síndrome de Down en el primer caso y unas mujeres de media edad del extrarradio de Barcelona en el segundo) que encuentran un consuelo y un refugio en una actividad común (el baloncesto en el filme de Fesser, el baile en el de Colomo).



Con trazos de cine social, Lellouche nos presenta una provincia francesa víctima de algo más profundo que la crisis económica como es la falta de horizonte y de expectativas. Es una Francia "sin alma" que sigue regodeándose en la gloria de Voltaire pero parece fatigada de sí misma y abocada a una división insondable. Por una parte, una metrópolis cosmopolita y arrogante y por la otra una provincia en la que la gente se casa y tiene hijos pronto, donde reina la angustiosa sensación de que todo pasa muy lejos de ellos y pintan nada o poco en un mundo que deciden otros. Se puede objetar al filme ciertas concesiones al tópico empezando por una trama mil veces vista, pero El gran baño se acerca a esos personajes "trumpianos" sin prejuicios ni apriorismos políticos para realizar un filme deudor de Ken Loach que acaba convenciendo por la veracidad de unas interpretaciones extraordinarias.



@juansarda