Emma Stone y Olivia Colman en La favorita

La primera incursión de Yorgos Lanthimos en el drama histórico aborda la sed de poder. La favorita, con Emma Stone, Olivia Colman y Rachel Weisz, toma a Kubrick como principal padrino estético y se presenta como una torrencial sátira.

Con siete largometrajes a sus espaldas, Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) se ha labrado una distintiva personalidad autoral marcada por un estricto formalismo y un obstinado estudio de la incomunicación humana. Con la autoridad de un demiurgo, el director ateniense ha conquistado el panteón del cine de autor con sus fábulas macabras sobre la alienación del individuo en el corazón de las sociedades modernas. Tomando la institución familiar como el centro de sus dardos cinematográficos, Lanthimos desmontó el patriarcado burgués en Canino, la falsa compasión en Alps, la rigidez de los modelos de pareja en Langosta, y el rencor de clase en El sacrificio de un ciervo sagrado. Un cohesionado proyecto de crítica social que, lejos de toda raigambre naturalista, ha hecho de la parábola con tintes surrealistas su figura retórica de cabecera.



En este contexto, La favorita -que se estrena el 18 de enero- emerge como un arma de doble filo para el imaginario de su director. Por una parte, la primera incursión del cineasta griego en el drama histórico demuestra que, en ocasiones, los artistas necesitan distanciarse de su zona de confort para verter nueva luz sobre su obra. Así, en su nuevo retablo sobre el hambre de poder del ser humano, Lanthimos asordina algunos de los estilemas que le han convertido en un reputado enfant terrible del cine contemporáneo: adiós al quietismo de sus intérpretes (heredado del cine de Robert Bresson), adiós a la declamación impersonal de los diálogos, adiós al deje fantástico de las premisas argumentales. Y, sin embargo, La favorita -ganadora del Gran Premio del Jurado en Venecia- es también una confirmación de la solidez de los intereses temáticos y los recursos estilísticos de Lanthimos, empezando por la confianza en el distanciamiento como instrumentos privilegiados para la disección de la cara más perversa de la maquinaria social.



Kubrick en el corazón

Lo primero que llama la atención de La favorita es su opulento y embriagador trabajo de puesta en escena. Como ya hiciera en algunos pasajes de El sacrificio de un ciervo sagrado, Lanthimos, con la ayuda del director de fotografía Robbie Ryan -colaborador de la británica Andrea Arnold en Cumbres borrascosas y American Honey- toma aquí a Stanley Kubrick como principal padrino estético y espiritual. Entre suntuosos travellings de seguimiento, una estructura por capítulos con títulos proféticos, sublimes y prolongados fundidos encadenados, efectos de ojo de pez y violentas panorámicas, el director de Langosta construye una torrencial sátira social que parece hibridar el preciosismo de Barry Lyndon, el impulso caricaturesco de Teléfono rojo: Volamos hacia Moscú y el manierismo enrarecido de La naranja mecánica, aunque la frialdad de Kubrick se ve aquí equilibrada por un aura doliente en la que reverbera el recuerdo de El sirviente de Joseph Losey, una película sobre vidas destruidas por los inhumanos engranajes de la vida en comunidad.



Rachel Weisz

Por si el formalismo kubrickiano no fuese argumento suficiente para confirmar el desinterés de Lanthimos por el verismo, La favorita despliega, en su viaje al pasado, una ingente batería de anacronismos que reclaman la vigencia contemporánea del discurso del filme. La acción transporta al espectador hasta la corte de la Reina Anne de Inglaterra a principios del siglo XVIII. Sin embargo, en los bailes palaciegos, las coreografías parecen salidas del videoclip de Vogue de Madonna, mientras que la banda sonora contrapone la música barroca de Bach al pop melódico de Elton John. Aunque las excentricidades de la máquina del tiempo de Lanthimos no se quedan en lo musical: algunos de los vestidos y armaduras de los personajes parecen fabricados con materiales sintéticos, y los diálogos, además de estar abarrotados de soeces contemporáneas, vibran al ritmo vertiginoso de las comedias de la era dorada de Hollywood, siempre al borde del absurdo.



La favorita está protagonizada por tres figuras femeninas contradictorias, tres mujeres que se debaten entre la emoción y la más pura manipulación. Emma Stone interpreta con garra a una joven criada que huye desesperadamente de la miseria. Rachel Weisz inyecta un poso de sensibilidad a la mujer de confianza de la reina, a quien controla como si fuera un títere. Y, por último, la monarca, Olivia Colman (ganadora de la Copa Volpi a la Mejor Actriz en Venecia) deviene el personaje más fascinante creado hasta la fecha por Lanthimos, que trabaja aquí a partir de un guion firmado por Deborah Davis y Tony McNamara, un habitual de la televisión australiana. Colman -que sustituirá a Claire Foy como Isabel II en la tercera temporada de la serie The Crown- es la joya de la corona de La favorita. En un principio, la reina se presenta como un histrión caprichoso e infantilizado, pero poco a poco el personaje va revelando un complejo universo interior marcado por los traumas asociados a la maternidad y por los encorsetados requerimientos de su rol monárquico.



Psicología de los personajes

En lo que supone otro importante giro autoral para Lanthimos, La favorita explora la psicología de sus personajes -sus motivos y deseos- de un modo tradicional, lejos del hermetismo y opacidad de sus anteriores trabajos. Una decisión que, lejos de suponer una merma para la originalidad del filme, no hace más que enriquecer el conjunto, sobre todo cuando los juegos de seducción y dominación del trío protagonista se engarzan con unas fructíferas subtramas históricas: de las negociaciones para prolongar o acabar la guerra con Francia al juego de complots y traiciones protagonizado por aquellos que ambicionan el favor de la reina. Finalmente, y de un modo inesperado, La favorita termina brillando como una absorbente y nada evidente exploración de la búsqueda del amor, un severo estudio del modo en que los anhelos humanos son masacrados por la corrupción, el vasallaje y una endiablada guerra de sexos.



@ManuYanezM