Image: Denys Arcand: Todo se ha ido por la borda, ya solo creemos en el dinero”

Image: Denys Arcand: "Todo se ha ido por la borda, ya solo creemos en el dinero”

Cine

Denys Arcand: "Todo se ha ido por la borda, ya solo creemos en el dinero"

Es uno de los directores canadienses más respetados internacionalmente. Denys Arcand se despide del cine con La caída del imperio americano, una sátira social con guiños al género policíaco en la que denuncia el materialismo que viven nuestras sociedades.

29 marzo, 2019 01:00

Denys Arcand junto a Maripier Morin en un momento del rodaje de La caída del imperio americano.

A los 77 años, con un historial en el que consta un Óscar, una Palma al Mejor Guión y el César al Mejor Director, Denys Arcand (Quebec, 1941) está de vuelta de todo. “Soy lo suficientemente mayor para hacer cine por diversión. No tengo que trabajar para vivir. A los 40 tenía que establecerme y consolidarme. A lo largo de mi carrera he visto a muchos directores que han desaparecido del circuito para enseñar cine en oscuras clases de universidades. Esto ya no me preocupa. Tampoco los premios ni los concursos”, reconocía, jocoso, a El Cultural en el pasado Festival de Toronto. El director asegura haber realizado su última película con La caída del imperio americano, que llega este viernes, 29, a nuestras pantallas. Esta sátira social disfrazada de comedia policíaca ultima la trilogía iniciada con El declive del imperio americano (1986) y Las invasiones bárbaras (2003). El epílogo, sin embargo, no es una secuela al uso, pues no repiten los protagonistas de las tramas precedentes. Su encaje en el tríptico es de tipo temático. El cineasta vuelve a poner su mirada incisiva sobre la sociedad actual y a advertirnos sobre la mala influencia de EE.UU. en su vecino del norte. Esta vez denuncia el materialismo imperante y la importancia desmesurada del dinero a través de un personaje con complejo de Peter Pan. Pregunta. ¿Ha supuesto un aliciente revisitar el género policíaco de sus películas La Maudite Galette (1972), Réjeanne Padovani (1973) y Gina (1974)? Respuesta. Hay escenas clásicas del género a las que siempre quieres volver, como las persecuciones. O las escenas de robos, en las que atracadores y policías se disparan. O las de amor, que también son icónicas. Siempre es divertido volver a las bases del cine. Y el formato policíaco ayuda al éxito de una película. Porque si no te interesan las discusiones filosóficas de mi protagonista, siempre te puedes preguntar qué va a pasar con la gran bolsa de dinero robado. P. ¿Por qué incorporó estas disquisiciones en la trama? R. Hace unos años, estaba en una cena de la alta sociedad en París en la que se estaba debatiendo sobre una bancarrota. Uno de los comensales lamentó que el responsable del desastre económico fuera un tipo muy inteligente, a lo que uno de los hombres más ricos del universo, con el que también compartíamos mesa, respondió: “¿Sabéis? No creo que la inteligencia sea un activo en asuntos de negocios, sino un pasivo”. Me fascinó aquella frase. Le estuve dando vueltas y me hizo pensar en todos mis amigos extraordinariamente inteligentes que viven aislados en la montaña.

Blanqueo, atracos, prostitutas...

Arcand trabaja con fichas. Cuando acaba un proyecto inaugura un fichero con apuntes que luego llegarán al guion. En la de La caída del imperio americano combinaba el blanqueo de dinero y un atraco a tiros con una jugosa anécdota personal: el encuentro fortuito con una prostituta de lujo en un hotel de Ottawa. Gracias a estas fichas y sus temas puede seguirse la estela de su trayectoria, siempre ligada al diagnóstico de los males sociales y la idiosincrasia cultural de su Quebec natal. En una primera etapa, se decantó por los documentales de controvertido sesgo político. On Est au Coton (1970), donde denunciaba los abusos en la industria textil local, fue censurado en su país durante seis años. Con su paso a la ficción no abandonó su acercamiento intelectual y político a la realidad. Y si bien los títulos de sus películas suelen ser más alegóricos que literales, reincide en su retrato agudo y provocativo de las cuitas de la provincia francófona de Canadá. P. La película podía haber sido cínica, pero tiene una gran empatía y compasión por sus personajes. ¿Fue premeditado? R. No soy tan consciente de todo lo que hago. Pero si hablo de dinero, también tengo que hacerlo de la gente que vive en situación de precariedad. Lo que sucede es que, en ocasiones, los cineastas tenemos suerte. En este caso, una madrugada, íbamos mi cámara, su asistente y yo por las calles de Montreal en un monovolumen y, de repente, vimos cuatro personas durmiendo en la calle. Paramos y pensé que tenían que formar parte de la película. P. Imagino que su experiencia como documentalista también le habrá aguzado la vista para incorporar la cruda realidad a su filmografía... R. Sí, el cine es algo vivo. No es como la escritura o la pintura. Sucede. Lidias con la realidad, con los seres humanos, y no puedes controlarlo todo. A veces, no pasa nada, y otras, das con una veta de oro. P. ¿Cómo ha cambiado la sociedad desde que rodó El declive del imperio americano? R. Ha empeorado. Quizás también tenga que ver conmigo, porque cuando la rodé tenía 41 años y mi primer matrimonio se iba a pique. Estaba obsesionado con el fracaso de la pareja y con el sexo. Siento contarte esto (se azora, pero prosigue). Eran los años ochenta y el sida todavía no era una amenaza, o al menos, así lo pensábamos los heterosexuales. Eran los últimos momentos de absoluta libertad entre el descubrimiento de la píldora y la expansión del VIH. ¡Una etapa genial! No me arrepiento de nada. Así que aquella película era sobre sexualidad. También me preocupaba el dinero, pero ahora estoy sorprendido con el hecho de que sea la vara de medirlo todo. P. ¿De qué forma ha afectado esa omnipresencia del dinero en la cultura? R. Incluso cuando se habla de cine, la conversación recurrente es la taquilla del primer fin de semana. Pero, ¿quiere decir eso que es una buena película? O escuchas que alguien exclama que la saga Harry Potter ha vendido 500 millones de libros, pero ¿qué valor tiene esa cifra? Y eso atañe a todo, como que un empresario que salió en televisión sea ahora el presidente de EE.UU. Cualquier otro valor se desmorona. P. ¿Cómo le ha influido su educación católica en la percepción de esa realidad? R. Mis padres valoraban la familia y el matrimonio. Al mismo tiempo practicaban la honestidad, el “no robarás”, porque ibas al infierno. Cuando murieron lo hicieron en paz y felices porque subían al cielo. Y ahora, como no creo en el paraíso y me voy a morir, estoy terriblemente ansioso (risas). Antes había una estructura social, pero todo se ha ido por la borda. Ya no creemos en nada, así que el único culto es al dinero. @BegoDonat