Éxito de espectadores en Francia, la película En buenas manos se plantea como un drama luminoso sobre la adopción que pretende observar el asunto desde todos los ángulos. Dirigida por Jeanne Herry (París, 1978), hija de dos actores y cantantes franceses muy célebres en el país como Miou Miou (que tiene un cameo) y Julien Clerc, se trata de un filme no excesivamente original pero eficaz y verosímil, en la línea social de una especie de Bertrand Tavernier más optimista.
Con la voluntad de abarcarlo todo, vemos los motivos que llevan a una estudiante universitaria (Leïla Muse) a dar su bebé en adopción, la odisea de una mujer que no puede tener hijos y sufre infinitamente por ello (interpretada por Élodie Bouchez, protagonista en un reparto muy coral), o los problemas con los que deben lidiar los profesionales de los servicios sociales, enfrentados a la burocracia pero también a la complicada decisión de qué padres son los mejores para un bebé o un niño sin padres por un motivo u otro. Aquí vemos a Gilles Lelouche en la piel de un estresado cuidador, cansado de lidiar con niños con una mochila llena de problemas que requieren constante atención, y a Sandrine Kiberlain como impetuosa trabajadora social.
Ambientada en la provincia francesa, Herry aplica una mirada casi documental a su película para contar, de manera meticulosa y atenta a la jerga del mundillo y a los detalles legales y procedimentales, una odisea en la que convergen lo emocional y lo legal. Una dicotomía injusta porque la naturaleza no distingue entre padres buenos y malos a la hora de proporcionar el don de la fecundidad ni a ninguna mujer que se queda embarazada de manera natural la obligan a rellenar tropecientos formularios. Al mismo tiempo necesaria porque salta a la vista que el Estado debe garantizar que los niños no acaben con cualquier desalmado.
Quizá el personaje más misterioso e intrigante del filme sea el de esa joven que no quiere ni tocar a su hijo recién nacido y con el que mantiene una relación de frialdad que resulta desconcertante. Al mismo tiempo, acierta Herry a no juzgar a su personaje en una película más atenta a las ambigüedades y paradojas que a las certezas.