Tres de tres. Ese es el balance de Oliver Laxe (París, 1982) en el Festival de Cannes. Tras ganar el Premio FIPRESCI de la Quincena de Realizadores en 2010 por Todos vosotros sois capitanes y el Grand Prix de la Semana de la Crítica en 2016 por Mimosas, dos filmes rodados en Marruecos, el director español llega a la competición oficial de Un certain regard con su primer proyecto netamente gallego: O que arde. La película cuenta un regreso a casa, el mismo que ha trazado el propio Laxe. “Quería volver a enraizarme en mi tierra”, explica. “De hecho, iba a hacer una road-movie entre Mauritania y Francia, pero sentí que era más sano realizar este proyecto en casa con mi familia y con mis vecinos. El cine es una invocación, un rezo, y en ese sentido el ritual ha sido muy benéfico. Además he podido trabajar de una manera más inocente, ya que mis películas marroquíes requerían un mayor músculo conceptual para legitimarse en su mirada al otro”.

En O que arde, Amador regresa a casa tras haber cumplido condena por un delito de incendio. Allí, en una aldea perdida de la Serra dos Ancares lucense, volverá a convivir con su madre Benedicta, su perra Luna y sus tres vacas. “El personaje de Amador es un arquetipo del entorno rural europeo y gallego, y el de Benedicta representa todo lo que tiene Galicia de matria: un espacio que acoge, que cuida, que sirve al otro, que es el otro. En paralelo, la película participa de esa rabia colectiva frente a la lacra de los incendios. Mi trabajo como artista ha consistido en estilizar ese sentimiento para trascender esas dialécticas simples de víctima y culpable, enemigo y amigo, bueno y malo... Yo, como todos, tengo tendencia a juzgar y a ser intolerante, pero me apetecía trabajar precisamente la indulgencia, el amor…”.

Laxe y el equipo tuvieron que entrenarse con bomberos para rodar en incendios reales, consiguiendo imágenes impactantes. “El arte tiene que profundizar en las paradojas del mundo y del ser humano, en sus bellas contradicciones”, explica el cineasta. “En este sentido, el fuego posee al mismo tiempo belleza y crueldad. Ambas cosas se retroalimentan en la combustión de la materia y así está recogido en la película. La relación con el fuego mientras rodábamos fue muy misteriosa, como una gran hipnosis”.

Pese a lo complejidad de la producción, Laxe afima que ha sido el proyecto en el que ha disfrutado de un mayor control y precisión. “Aunque no sé si eso es bueno”, valora. “El cine se eleva cuando trasciende las intenciones del autor. Es algo que experimenté en mis anteriores películas, que había unas intenciones que me superaban y que eran mejores que las mías propias”.

También espera Laxe que este filme pueda aumentar el alcance de su cine respecto a sus anteriores trabajos. “Creo que en España va a haber una mayor empatía con estos personajes. Además, es una película más humilde y menos pretenciosa que las anteriores. Tiene esas paradojas: es sencilla y compleja, clara y oscura, clásica y de vanguardia. Intuyo que hemos alcanzado un equilibrio”.

Un equilibrio del que carece la industria española a la hora de valorar los logros de cineastas como Laxe. “Entre Albert Serra y yo llevamos siete presencias en Cannes y cero ayudas de la televisión pública. Algo así no ocurre en otros países”, explica. “En España el cine comercial fagocita este otro cine con alma. No hay convivencia”.

@JavierYusteTosi