En 1950, el escritor y periodista George Arnaud, hijo de una familia de multimillonarios, sospechoso de haber matado a su propio padre y hermana, beatnik avant la lettre que se pateó Sudamérica como buscador de oro y topógrafo, publicó una novela que desde entonces tendría un gran éxito popular, El salario del miedo. No mucho después, en 1953, Henri-Georges Cluzot dirigiría una película con el mismo título e Yves Montand como protagonista de enorme repercusión que sigue uno de los mejores filmes de la historia del cine francés. El relato es conocido por muchos, un grupo de camioneros debe atravesar una carga de nitroglicerina por los montes escarpados e inhóspitos de un país centroamericano sin especificar. En medio de un calor infernal y en un país plagado de mosquitos donde todo está por construir, tanto la novela como el filme construyen un thriller inolvidable.

Muchos años después, se estrena en los cines la película serbia La carga, en la que Ognjen Glavonic debuta en el campo del largometraje con un filme en el que esa 'carga' no entraña tanto un peligro mortal por el peligro que conlleva en sí misma, como en El salario del miedo, pero sí se convierte en algo si no peor, al menos sí igualmente espantoso como la carga de conciencia. Son dos películas muy distintas en muchas cosas, empezando porque los Balcanes se parecen muy poco a Centroamérica ni tiene nada que ver el conflicto de Kosovo con la desesperada situación de los mercenarios europeos que se buscaban la vida a la desesperada en las repúblicas "bananeras". Pero tienen algo en común: explicar cómo la miseria de la guerra y la pobreza que lleva asociada acaba despojando a los hombres de su más elemental dignidad y abocándolos a la autodestrucción.

La película está protagonizada por Vlada (Leon Lucev), un señor en sus cincuenta que se ve obligado a dejar su trabajo en una fábrica cuando cierra para ganarse la vida como camionero. Es un tipo parco en palabras, de rostro duro, y la película está ambientada en 1999, en la época en que la OTAN estaba bombardeando a los serbios, que a su vez estaban perpetrando un genocidio en Kosovo para expulsar a los albaneses y anexionarse el territorio. A día de hoy, Kosovo sigue sin reconocida por España, por ejemplo, pero es indiscutible que la acción bélica liderada por Estados Unidos acabó de una vez por todas con la sanguinaria trayectoria del criminal Milosevic. El contexto es importante conocerlo porque el director no se explaya demasiado en él con lo cual más vale ir un tanto sobre aviso.

Conocemos el cine contemplativo del serbio Goran Paskaljevic y la huella del maestro de Belgrado se deja notar en los fotogramas de Glanovic, discípulo aventajado. Atento a los detalles, los gestos y las miradas, como Paskaljevic, autor de películas como La otra América (1995) u Optimistas (2006), La carga busca la profundidad en cada uno de sus planos convirtiéndose en cine denso en el mejor sentido de la palabra. La guerra, esa "guerra de videojuego", como dice el protagonista, es como el "ausente/presente" de una película en la que lo que vemos no es la acción bélica sino los destrozos que produce en la vida de la gente. Son los destrozos de ese conmovedor y humano Vlada pero también los de su joven acompañante de viaje, un chaval de 19 años con una banda de rock "que ya no existe" y que sueña con marcharse a Alemania sin un duro y más solo que la una. En tiempos convulsos en Europa, la tragedia de los Balcanes y sus más de 140 mil muertos, son un recordatorio necesario y esta notable película supone un fiel testimonio del horror.

@juansarda