Touch Me Not ganó en 2018 el Oso de Oro del Festival de Berlín, un reconocimiento de primera magnitud para la ópera prima de Adina Pintilie (Bucarest, 1980). Sin embargo, el fallo del jurado que presidía Tom Tykwer no estuvo exento de polémica, ya que buena parte de la crítica se mostró estupefacta (por no decir indignada) ante la decisión de premiar la radical apuesta narrativa y estética de la directora rumana. Touch Me Not es, sin duda, una película incómoda que obliga al espectador a enfrentarse a sus propias ideas y convenciones en materia de intimidad y sexualidad. Para ello, la cineasta se vale de las vidas privadas, los traumas y los deseos de tres personajes que se desnudan, literal y metafóricamente, ante la cámara: Laura, una mujer que contrata a trabajadores sexuales para tratar de afrontar su ira y su incapacidad de alcanzar el placer; Tomás, un joven obsesionado con su expareja que sufre una alopecia extrema, y Christian, un hombre con atrofia muscular espinal (lo que le impide realizar casi cualquier movimiento) que, sin embargo, tiene una rica vida sexual con su pareja Grit.
Entre la ficción y el documental, con bruscas rupturas de la cuarta pared, una puesta en escena fría y naturalista, una inquietante música basada en cacofonías y con provocativos pasajes en los que cuerpos alejados del canon de belleza actual toman el protagonismo, la película no deja indiferente al espectador: o bien resulta “superficial y estúpida, además de vergonzosamente desagradable”, como opina Peter Bradshaw de The Guardian, o bien es “una hazaña inmersiva e implacable, impresionante por su inteligencia, su seguridad y su originalidad”, como asegura Deborah Young de The Hollywood Reporter. “Inmediatamente después de la Berlinale, hubo una oleada de comentarios muy polarizados, desde elogios directos a críticas demoledoras. Pero, como dice Christian en la película, realmente los conceptos de bueno o malo no tienen sentido”, explica Adina Pintilie a El Cultural. “Las reacciones de los espectadores, en cambio, no han estado tan divididas, ya que nos hemos encontrado con una recepción emocional muy cálida allá donde hemos ido con la película. Probablemente lo que contrarió a los críticos fue una propuesta cinematográfica que no pudieron encajar en ninguna categoría que les resultara familiar o predecible”.
Pregunta. ¿Era su intención realizar un filme que incomodara al espectador?
Respuesta. Nuestra intimidad, nuestro cuerpo, nuestra sexualidad, son temas sobre los que nos resulta muy difícil hablar porque están rodeados de tabúes, vergüenza, culpa y bloqueos. Touch Me Not es una invitación al diálogo. Te desafía a mirar a tu interior y a cuestionar la forma de ver y sentir las cosas. La película funciona como un espejo en el que el espectador puede vislumbrar algunas posibilidades que quizás no habían cruzado por su mente o que tenía miedo de aceptar. Impulsa por tanto un proceso auto-reflexivo que puede ser muy incómodo para la audiencia, porque al ofrecer perspectivas nuevas te saca de esa zona de confort.
P. ¿Por qué decidió investigar en el tema de la identidad y la sexualidad en su primer largometraje?
R. Cuando tenía 20 años, creía que lo sabía todo sobre la intimidad, el funcionamiento de las relaciones sentimentales, el erotismo, la belleza y los cuerpos. Hoy, después de años de pruebas y tribulaciones, todas esas ideas, que solían ser para mí muy claras, han perdido en mi esquema mental sus definiciones y se han vuelto más complejas y desconcertantemente contradictorias. En la película quería plasmar este proceso personal.
P. ¿En qué género encuadraría la película?
R. Somos muy reacios a etiquetas como ‘documental’, ‘ficción’ o ‘experimental’. Touch Me Not no encaja en ninguna de estos géneros, es un más bien un ‘animal extraño’, como dice Tomás Lemarquis, uno de los protagonistas. La película existe en el fluido borde entre la realidad y la ficción. Y ante todo es un filme de investigación y diálogo que invita al espectador a plantearse sus propias ideas preconcebidas sobre la intimidad, la sexualidad y el cuerpo.
“El filme contrarió a los críticos porque no pudieron encajarlo en ninguna categoría. Es un animal Extraño”
P. ¿Por qué consideró necesario romper con la cuarta pared?
R. Cuando vemos una película, ya sea una ficción o un documental, nuestra percepción entra en un estado conocido como ‘suspensión de la incredulidad’: te separas de ti mismo, de tu vida y de tu cuerpo, y entras en una especie de burbuja delimitada por la historia. Para mí era esencial que esta escisión en la percepción del espectador no se produjera y que durante el visionado de la película estuviera permanentemente en contacto emocional con la realidad de la pantalla. Para ello era necesario que el público fuera en todo momento consciente de que está viendo una película. Por eso, la presencia de la cámara y del proceso de filmación se hizo orgánicamente indispensable para que el espectador fuera parte activa de la investigación.
Autodescubrimiento
P. Además, usted llega a ponerse delante de la cámara. ¿Qué papel juega en la película?
R. Yo existo en el filme como un desencadenante emocional de la investigación, y voy de la mano de los protagonistas en un viaje de autodescubrimiento. Pero el enfoque no está en mí misma, sino en esos personajes tan especiales que descubro con curiosidad y fascinación, y con quienes, tanto yo como el espectador, nos comunicamos directamente.
P. Los dos trabajadores sexuales que contrata Laura, Hanna Hoffmann y Seani Love, tienen mucho de psicoanalistas…
R. Mi visión sobre el trabajo sexual ha cambiado mientras rodaba la película. He descubierto las complejas y a menudo terapéuticas formas de exploración personal que pueden facilitar los servicios sexuales. Y también que las personas tienen más motivaciones para practicar el trabajo sexual que la financiera. Laura realizó con ellos una serie de encuentros que la transformaron.