Enemigos íntimos, el último noir que nos llega desde tierras francesas, arranca con una redada en un alto rascacielos de un suburbio de París. Driss (Reda Kateb), el policía que dirige la operación, incauta un importante alijo de drogas y arresta a varios criminales. Uno de ellos, con las manos esposadas, le recrimina la traición racial, ya que Driss es de ascendencia árabe como él. “Lleváoslo de aquí”, espeta el lacónico policía, mientras mira por la ventana cómo los vecinos les tiran piedras a los representantes de la ley. En una secuencia posterior, observamos cómo la profesión de Driss es rechazada incluso por sus padres, al tiempo que solo recibe hostilidad por parte de sus compañeros. Su cara solo refleja soledad y amargura. Es una isla en medio de un mar enfurecido.
En otra parte de la ciudad, el matón Manuel (Matthias Schoenaerts) forma parte de la comitiva que recibe a unos de sus compinches a la salida de la cárcel. En la fiesta de bienvenida celebrada en su honor en la casa del patriarca del clan y jefe del crimen Raji (Ahmed Benaissa), observamos cómo Manu es un miembro perfectamente integrado, popular y querido en esta comunidad marroquí-argelina dedicada al narcotráfico, a pesar de su raza blanca. El fuerte contraste entre el aislamiento que sufre Driss, por haber cruzado al otro lado de la ley desde la miseria de las banlieues, y el afecto que recibe Manu, por su inquebrantable lealtad a la violenta forma de vida de su ‘familia de acogida’, queda perfectamente establecido desde el principio de la película y se potencia posteriormente cuando nos informan de que uno y otro fueron uña y carne durante la infancia y juventud.
Cuando el último chanchullo que prepara Manu se va al traste, tras sufrir el robo de la mercancía que pretenden vender a un mafioso gitano, ambos no solo se reencuentran en medio de una trama de traiciones, secretos y resentimientos, sino que tanto el policía como el matón descubrirán que se necesitan mutuamente para sobrevivir. Pero antes, se verán obligados a enfrentarse a sus respectivas identidades. “Me gusta hablar de esta tensión entre la libertad personal y los grupos a los que pertenecemos: la familia, el amor, el entorno social y político…”, explica el director francés, nacido en Ferrol, David Oelhoffen (1968). “Un área geográfica disfuncional como el gueto puede ser tanto una protección como un aislamiento. Es un refugio y una prisión al mismo tiempo”.
Un polar canónico
Con Enemigos íntimos, David Oelhoffen regresaba al festival de Venecia en 2018 tras presentar allí en 2014 su primera película, Lejos de los hombres, un wéstern ambientado en la Argelia de 1954 en el que un profesor francés interpretado por Viggo Mortensen escolta a través del Atlas a un hombre acusado de asesinato, al que daba vida el propio Reda Kateb, para que se enfrente a juicio. En la película que se estrena este viernes en España, Oelhoffen cambia de registro y apuesta por un polar canónico que encuentra su excepcionalidad en un acercamiento realista a la idiosincrasia de los suburbios.
“Lo que quería hacer desde el principio era filmar estas zonas deprimidas de la ciudad tal y como son y no rodar fantasías suburbanas”, asegura Oelhoffen. “Del mismo modo, quería reflejar también el mundo de la policía y la vida del crimen”. Para pergeñar el guion, el director tuvo que recurrir a un amigo abogado que tiene traficantes de drogas importantes entre sus clientes. “Pensé que sería interesante reunirse con ellos para tratar de entender cómo se desarrollan sus vidas de manera realista”, rememora el cineasta. “La mayoría accedió a hablar conmigo. Resultó que la brecha entre la forma en la que normalmente entendemos la vida criminal y lo que realmente sucede era enorme. Hay muchas expectativas, mucho miedo y poco romanticismo”. El lado opuesto, el de la policía, ya lo conocía por la escritura del guion de El caso SK1 (2014), de Fréderic Tellier, en el que narraba la caza del primer asesino en serie que se identificó en Francia.
Rodada cámara en mano, con nervio y pulso por el director de fotografía Guillaume Desffontaines, Enemigos íntimos presenta varias secuencias de tiroteos y persecuciones de gran factura técnica y emoción. El score del DJ Superpoze, oscuro y atormentado, insufla tensión al conjunto y las interpretaciones –entre las que hay que contar el debut en el cine del célebre rapero francés Sofiane Zermani– redondean un filme tan tradicional como efectivo en su narrativa. “No tenía un modelo, pero sí referencias e influencias”, comenta el cineasta. “Enemigos íntimos busca reflejar lo que ha sucedido en Francia en 2018, con las características inherentes que definen al país y con el menor sesgo posible. En términos de enfoque, me inspiré en Gomorra (2008) de Matteo Garrone. Es una película sobre la realidad italiana que no imita una violencia que provendría de las películas estadounidenses. Aporta una visión singular y aguda sobre una realidad realmente específica y local. Y se vuelve universal gracias a ello”.
A pesar de que Kateb –visto también en Un profeta (Jacques Audiard, 2009) o La noche más oscura (Kathryn Bigelow)– y Schoenaerts –que estrena pronto A Hidden Life, de Terrence Malick– solo comparten cuatro escenas, la química entre ambos es el auténtico sostén de la película. “Durante el proceso de escritura, con la coguionista Jeanne Aptekman, tratamos de llevar a estos personajes los mismos matices y la misma complejidad que en cualquier drama”, explica el director. “Los conflictos privados, políticos y familiares probablemente se desarrollen de diferentes maneras en áreas desfavorecidas o en guetos, pero tienen la misma intensidad en todas partes. En cada uno de mis filmes, trato de no simplificar estos aspectos”.