El escritor británico J. R. R. Tolkien (Bloemfontain, Sudáfrica, 1892-Dorset, GB, 1973) alcanzó una gran fama en vida gracias al fenomenal éxito de El Hobbit, publicado en 1937, y el largo tomo de El señor de los anillos, que llegó a las librerías inglesas en 1954. Dos obras que marcan el género de fantasía y han tenido una prolongada e incalculable influencia sobre varias generaciones de jóvenes lectores. Un éxito literario, como es sabido, que alcanzó su cénit con los taquillazos de las seis películas que dirigió Peter Jackson, tres por cada una de las dos obras que Tolkien publicó en vida. Ya sea a través de las novelas o el cine, todo el mundo conoce ese universo de la “Tierra Media” en el que habitan todo tipo de seres fantásticos en una batalla perpetua entre el Bien y el Mal.

Encumbrado como un escritor de prestigio y uno de los autores más exitosos comercialmente de la literatura anglosajona, era cuestión de tiempo que llegara un biopic que nos acercara al hombre detrás de la obra. Titulado simplemente Tolkien (pronúnciese “Tolkin” como se señala varias veces durante el metraje), nos encontramos ante un biopic tan correcto y académico que sin duda no hará ningún daño a la reputación del autor pero al que cabe achacar, más tratándose de un hombre que hizo del mundo de la imaginación su patrimonio, un poco más de creatividad. Protagonizada por Nicholas Hoult, conocemos primero a un Tolkien pulcro y entusiasta a pesar de que tuvo que padecer una infancia dickensiana como huérfano a cargo de un párroco y una veterana rica heredera, en un filme en el que lo mejor es el sentido homenaje a los caídos durante la I Guerra Mundial, experiencia que traumatizó al autor y sería el verdadero germen de su actividad artística. 

La película está dirigida por el finlandés Dom Karukouski, quien triunfó hace un par de años en el mismo género con el retrato de un autor muy diferente como el dibujante Touko Laaksonen, creador del personaje Tom de Finlandia, título de la película e icono de la cultura homosexual. Tolkien y Laaksonen son dos personajes muy diferentes aunque comparten un rico mundo interior y su capacidad para crear universos cerrados en sí mismos. En el caso del creador de la Tierra Media, nos encontramos ante todo con un lingüista y filólogo de extraordinario talento para los idiomas que primero inventó un lenguaje propio, el “sindarin” de los elfos al que después añadiría una variante, el quenya. Uno puede pensar que inventar un idioma que no hablará nadie salvo uno mismo es totalmente inútil, pero fue precisamente ese logro de la imaginación y la erudición no solo el que le abrió las puertas de un nuevo universo literario, también las de la Universidad de Oxford, que finalmente decidió no expulsarlo tras algunas correrías juveniles debido a su talento con la gramática, el léxico y especialmente la etimología.

En una película clásica a rabiar, conocemos primero la desdichada infancia de Tolkien y sus hermanos, que deben abandonar Sudáfrica siendo unos niños tras la muerte del padre y se quedan desamparados cuando fallece la madre. Gracias a un cura, Francisco Javier Morgan, gaditano de nacimiento aunque eso no se dice en la película, y una señora rica que también cuida a otra huérfana, Tolkien logra estudiar en una de las mejores escuelas de Birmingham, donde compensa sus orígenes modestos con su brillantez. Es durante su adolescencia que conoce a la que será el amor de su vida, Edith (interpretada por Lily Collins como joven), la misma niña sin familia con la que comparte techo y benefactora, y a un grupo de amigos que cambiará su vida. Con ellos forma una de esas míticas sociedades secretas literarias anglosajonas (la TCBS o Club de Té y Sociedad Barroviana) junto a sus intelectuales amigos, todos ellos deseosos de crear un país mejor a través de las artes y la cultura.

Al director lo que más le interesa es la historia de amor de Tolkien con Edith, a la que Morgan le prohibió ver durante cinco años hasta que no completara sus estudios, y su relación de amistad con sus brillantes compañeros de colegio. Hombre amante del saber y la cultura, Tolkien aguantó estoicamente un lustro sin ver a su amada y no esperó ni un día después de cumplir los 21 años para pedirle en matrimonio mientras se esforzaba por cumplir en Oxford, donde lo tenía más difícil que los demás porque se mantenía con una beca. Su relación con sus compañeros de erudición escolar se trunca sin embargo en muchos casos para siempre por la irrupción de la I Guerra Mundial, en la que murieron decenas de miles de británicos incluidos algunos de esos mejores amigos de la sociedad secreta. Fue, según la película, aquella amarga experiencia de la guerra y la inconsolable pena por la pérdida de sus seres queridos la que empujó al escritor a crear un mundo imaginario en el que refugiarse de las penalidades que tuvo que sufrir en vida.

@juansarda