La irrupción de Gonzalo Suárez (Oviedo, 1934) en el escenario creativo, durante los años 60, trajo una ventolera de aire fresco y una sonora llamada a la ruptura. Películas como Ditirambo (1967) y El extraño caso del doctor Fausto (1969), libros como De cuerpo presente (1963, novela) y Trece veces trece (1964, cuentos) y las crónicas deportivas firmadas bajo el pseudónimo de Martín Girard hicieron tambalear, desde una nueva modernidad, los cánones realistas y conservadores vigentes en la narrativa cinematográfica, literaria y periodística española. Más de veinte películas y otros tantos libros testimonian ya la persistencia de Suárez en su empeño por aunar hasta la fusión las imágenes y las palabras en una apuesta constante por la imaginación y la fantasía. En los últimos meses, el autor ha entregado dos obras que reafirman su vigencia frente a los estrechos límites de la realidad y de las formas narrativas consabidas: la película experimental El sueño de Malinche y la novela La musa intrusa.
De todo ello versará el Curso de Verano de la Universidad Complutense Gonzalo Suárez: Un combate contra el realismo, que dirige Manuel Hidalgo en San Lorenzo del Escorial del 1 al 5 de julio. Cinco de los ponentes del curso, que culminará con una entrevista de Hidalgo a al director, eligen para El Cultural sus películas o libros favoritos.
Trece veces trece (Plaza & Janés, 1964)
Por Juan Bonilla, escritor
Por mucho que en la contracubierta de la segunda edición de Trece veces trece se mencionaran los nombres de Poe, Lovecraft y Bierce como las influencias más evidentes del libro, lo que servía, entre otras cosas, para distanciarlo de unos tiempos en los que en nuestro cuento hacía mucho que triunfaba el realismo social (Cabeza Rapada de Fernández Santos, El corazón y otros frutos amargos de Aldecoa, El tiempo de Ana María Matute, Toda la semana de Daniel Sueiro), lo cierto es que en el libro de Gonzalo Suárez -de 1964- el tono, el humor, el gusto por llevar el raciocinio al disparate, por cantar lo absurdo de la existencia y festejarlo, la exquisita ridiculez de algún personaje, lo descabellado -incluso cuando lo que se festeja es el terror- conectaban con una tradición muy española: la encabezada por Gómez de la Serna, único escritor español que figura entre las trece citas con que el libro se inicia, que siguieron como pudieron Jardiel, Neville y los postistas. “Las moscas no comprenden el cristal”, dice Ramón ahí, y de eso parecen padecer casi todos los personajes involucrados en unas narraciones vertiginosas, llenas de diálogos enérgicos y tramas en las que parece imperar el “más difícil todavía”: son moscas que no comprenden el cristal contra el que terminan estampándose. Trece veces trece, con su tono pulp -a menudo aparece un investigador que trata de aclarar un crimen o una desaparición- su algarabía, sus formidables audacias al hacer burla de la realidad mediante la estrategia de llevarla al abismo del sinsentido, a la carcajada, abrió una vía de modernidad en nuestra narrativa que tardaría en ser reconocida. Había llegado demasiado pronto. Veinte años después de su publicación, sería notable su influencia en cuentistas como Quim Monzó, Sergi Pámies o Vila-Matas. No puede extrañar que Gonzalo Suárez fuera el único narrador español al que reconocía como maestro el capitán de los novísimos, Pere Gimferrer, que trató de imitarlo en Un truco de vendedor que me costará la vida, su único libro de cuentos.
El extraño caso del Doctor Fausto (1968)
Por Vicente Molina Foix, escritor
Su aterrizaje en la novela española de los años 1960 hizo de Gonzalo Suárez un ovni, aunque fue pronto identificado por sus asombrados y al principio no muy numerosos admiradores. Su literatura era singular y originalísima, pero él aspiraba a más. Así que empezó a dirigir películas no menos originales y a salir de actor en las primeras. De ese periodo inicial tengo una especial preferencia por El extraño caso del Doctor Fausto, a la que el paso del tiempo ha enriquecido con un 'bouquet' de época delicioso, más allá de sus audacias e inventos visuales, que son muchos. Su reparto mezcla a Charo López, Teresa Gimpera y Emma Cohen, entonces actrices incipientes, con no-profesionales como el boxeador José Arranz y el mecenas catalán Alberto Puig Palau, que hace un Fausto no poco mefistofélico.
AOOM (1970)
Por Carlos Reviriego, director adjunto y programador de la Filmoteca Española
Casi nadie vio esta película porque la rampante industria no permitió que se estrenara. Pero entre los divididos espectadores que la vieron en el Festival de San Sebastián había uno llamado Sam Peckinpah que simplemente se apasionó por ella. Aoom es el sonido que se oye cuando no se oye nada. O cuando nos acercamos una caracola a los tímpanos. Es el sonido del cosmos. Sobre ese vacío, literal y figurativo, es sobre el que construye Gonzalo Suárez su tercer largometraje y su primera obra maestra, la más genuina de todas ellas. Una voz narradora resume el filme en su arranque: “Es la historia del actor Riscol, que cansado de sí mismo y del mundo, oyó Aoom y consiguió desligarse mentalmente de su cuerpo intentando así escapar de la materia que lo aprisionaba. Pero, según dice la leyenda, la evasión resultó imposible y el espíritu del actor quedó atrapado para siempre en una piedra”. Ocurre en esta fábula existencial entre cómica y trágica que un grupo de seres en peregrinaje por el litoral cantábrico investiga el paradero de su alma, que creen atrapado en una muñeca. Atacada por la hipertrofia estilística, la de un escritor que aún está buscando un lenguaje para sus visiones porque desconoce las reglas de la gramática fílmica, ciertas soluciones formales y puestas en abismo nos impactan con la energía y audacia de una cámara impresionista y sensual, en libertad salvaje y primigenia. Realizada en precariedad financiera y de forma semi-improvisada, nunca el cine de Suárez fue tan inocente, tan directamente vanguardista y tan osado como en esta película, y por ello de sus imágenes florecen llamaradas de genialidad irrepetibles. Quienes celebraron la “innovadora” forma en la que Gaspar Noé filmó el viaje gravitacional del alma post-mortem en Enter the Void (2009), con seguridad no sabían que Gonzalo Suárez ya había hecho eso mismo 40 años antes. Aoom es quizá la única película de su autor que expresa algo solamente expresable a través del cine. Esa es su eternidad. A pesar de que, con permiso de Sam y Gaspar, nadie la ha visto.
Remando al viento (1988)
Por Fernando Lara, crítico de cine
Sé que no soy muy original al considerar Remando al viento como la mejor película de Gonzalo Suárez. Numerosos premios en su haber desde la Concha de Plata de San Sebastián en 1988, críticas siempre entusiastas, más de un año de exhibición continuada en los Renoir de Madrid… Todo el mundo se rindió a la valía de una película que ya se ha convertido en un clásico del cine español. Nada que descubrir, por tanto, que otros no hayan hecho antes que yo. Pero sí me gustaría explicar un poco el porqué de esta preferencia.
En especial, porque pienso que Remando al viento resume lo más decisivo de la personalidad creativa de su autor, esa colusión entre ficción y realidad que domina toda su filmografía, con un “punto de encuentro” donde una y otra confluyen constantemente. “Las películas son el espectro de los sueños y recuerdos, pero se extraen, como los minerales, de la realidad”, escribiría Suárez. Es decir, que se necesitan mutuamente para dar origen, como en este caso, a seres imaginarios de la manera en que Mary Shelley hizo con su Frankenstein, a cuyo origen y rebelión asistimos en el filme.
Pero es que junto a ese tronco básico de la dialéctica entre realidad y ficción, surgen en Remando al viento varias de las otras características típicas del cineasta: la decisiva importancia que adquieren los sueños para unos personajes sometidos a fuertes tensiones vitales; el inabarcable poder de la imaginación a la hora de componer unas imágenes en busca del equilibrio y la belleza, o una cierta corriente romántica que subyace a menudo en los filmes de Suárez. Así, Remando al viento se erige como una “summa” de su filmografía y por ello, pese a no ser original, la considero su película clave.
La reina anónima (1992)
Nuria Vidal, crítica de cine
Esta reina es tan anónima que casi no existe. En muchas entrevistas a Gonzalo Suárez y en bastantes retratos sobre él y su obra, se acostumbra olvidar este filme que para mí es uno de los más divertidos, originales, desconcertantes y absurdos de su filmografía. La reina anónima es un cuento donde hay una princesa dormida, Ana Luz, y una desconocida que la despertará con un beso para que recupere no solo la libertad, sino la iniciativa. Cuando Ana Luz se quita el vestido azul y se pone el vestido rojo, toma las riendas de su vida, de sus sueños, de sus deseos. No hace falta irse a Toronto. “Nadie es tan tonto para ir a Toronto” dice Ana Luz o lo que es lo mismo, hay que buscar la aventura en casa que es donde de verdad puede estar. Todo es cuestión de saber mirar y abrir la puerta cuando alguien llame. Irse no siempre es la solución. Quedarse y encontrar en lo más cercano las cosas más insólitas que nos devuelven las ganas de vivir, es más difícil, pero también resulta más apasionante.
La enorme modernidad de La reina anónima radica en su romper todas las reglas. Las narrativas con un humor más marciano que surreal; las del guión, al encerrar en un único decorado a su personaje sol , Ana Luz encarnada en Carmen Maura, y hacer que giren en torno de ella los personajes planeta, desde la maravillosa Venus granate que es Marisa Paredes, la vecina Desconocida y tentadora, hasta el insignificante Plutón que es el marido; las de puesta en escena escapando de la planificación teatral, haciendo que las palabras sean la espoleta de la acción sin perder nunca el punto de vista de la cámara. Y por último, las de lo cotidiano, reivindicando la libertad y la imaginación frente a la rutina y el aburrimiento acomodaticio. Un divertimento que descoloca a los más convencionales, pero divierte a los que estén dispuestos a abrir las puertas a lo desconocido.
La musa intrusa (Literatura Random House, 2019)
Por Nadal Suau, crítico literario
Gonzalo Suárez ha explicado en alguna entrevista que fue su editor Claudio López de Lamadrid quien le sugirió introducir algunos pasajes autobiográficos como primer bloque de La musa intrusa, antes de la nouvelle del mismo título que versiona Hamlet en clave contemporánea. La intuición se reveló exacta: ambas líneas narrativas dialogan de un modo tan eficaz como lateral. La estructura tiene el aspecto superficial de un capricho, es decir, de una firma de autoría, tal y como la define Suárez en este aforismo estupendo: “Nunca he sido capaz de aprender a jugar a ningún juego que no me permitiera inventármelo”. En el juego que se inventa aquí, hay pasadizos que conectan el mundo de los muertos con el de los vivos, la memoria con el mito, la farsa con la tragedia, todos los planos temporales de una existencia. La vida del autor parece una ficción, con la concurrencia de secundarios de lujo (Sam Peckinpah se come la pantalla) y una puesta en escena que incluye efectos especiales artesanales; por su parte, ‘La musa intrusa’ convierte a Shakespeare en un relato policíaco, solo que reventando su lógica genérica desde dentro con un espíritu pillo y satírico, antiacadémico. El libro, que no podría ser más Suárez, se lee con agilidad inverosímil y abundantes carcajadas (el ingenio es una condición obligada de su estilo), pero cuando se llega a su última página, sabemos que el tiempo ha sido su verdadero protagonista, y que el tiempo conduce a un padre en una biblioteca, y que es inevitable acumular cierta tristeza por el camino.