Es posible que los más jóvenes no recuerden a John McEnroe, figura legendaria del tenis que marcó los años 80 con sus victorias y su carácter explosivo que lo convirtieron en un icono pop. Deportista excepcional, se peleaba igual con los periodistas, con los que mantenía una agria disputa, como con los árbitros, a los que recriminaba constantemente sus decisiones. Fue un tenista extraordinario y también un personaje único como pudo verse en otra película reciente, Borg vs McEnroe, donde veíamos su combate épico con el sueco en Wimbledon. Con un tono totalmente distinto, el francés Julien Faraut nos propone más un docuensayo que un documental como se entiende convencionalmente en esta sensacional Buscando la perfección, que es tanto una indagación en el personaje, como ser humano y como figura pública, como una reflexión entre los puentes y las divergencias entre una película y un partido de tenis.

Partiendo del aforismo de Godard de que "el cine miente y el deporte no", Faraut nos propone una reflexión interesante sobre lo que sí une a ambas disciplinas: el uso del tiempo. Lo expresa a través de las palabras del crítico Serge Daney, redactor jefe en los 80 de Cahiers du Cinéma y también comentarista de tenis para un periódico: "El cine para mí no es la fascinación ante la imagen en movimiento sino la reverberación del sonido, la sensación del tiempo, la cuenta atrás y la fatalidad. Contar historias a contrarreloj pensando cuánto falta para que salga la palabra: “fin”. En otras palabras, ¿qué posibilidades tenemos de inventar el tiempo? La esencia del mejor cine es la invención del tiempo". De manera más prosaica, Daney viene a decir que si bien un partido de fútbol comparte con una película que en el mejor de los casos no conocemos el final, en el caso del tenis a esa incertidumbre se une que ese final no es fijo en el tiempo sino que depende del desarrollo del juego. Del mismo modo que el director "juega" con el tiempo a su antojo hasta llegar a su caprichoso final, McEnroe era el responsable de su partido de tenis y de él dependía cuándo y cómo acabaría. 

Existe otro paralelismo entre ambas disciplinas en el que incide menos Faraut en su película, aunque comienza con ello su documental, y es la forma en que el tenis se fue haciendo más espontáneo y menos rígido con los años, del mismo modo que los actores dejaron de ser tan teatrales en sus interpretaciones. Una evolución, de la formalidad a una mayor desenvoltura, que se corresponde de hecho con la del propio mundo y que en el caso que nos ampara la ejemplifica a través de las imágenes que rodó el camarógrafo e historiador de cine Gil de Kermadec, que supusieron una revolución ya que utilizaba película de 16mm y trataba de darle un aire cinematográfico a la grabación por encima de la convencional retransmisión televisiva.

En este docuensayo la teoría del cine confluye con la épica del propio personaje. Con cierta sorna quizás, Faraut estructura su relato en torno a la final de Roland Garros que McEnroe perdió contra Ivan Lendl. Fue prácticamente su única derrota en un 1984 en el que brilló como un tenista fuera de serie pero que tuvo el final amargo de París. Conocemos al tenista y al hombre, un chiquillo cuando comienza a despuntar que se siente acomplejado ante la leyenda que las marcas construyen a su alrededor. En la pista, el deportista destaca por su talento pero también por su mal carácter y sus constantes peleas. Un temperamento que le provocó muchos detractores que lleva a Faraut, cineasta y filósofo, a reflexionar sobre la ira. En primer lugar, McEnroe fue el primer deportista en expresar su enfado y su rabia en público. Al heroísmo y espíritu de superación que se le supone al tenis se añade un componente nuevo, la negatividad.

La tradición anglosajona ha tenido tendencia a darle una connotación positiva a la ira. Adam Smith la defendió como una forma de "justa defensa" y movimientos como el punk han han hecho de la "rage" su bandera. Decía Marco Aurelio, según su célebre frase, que "son peores las consecuencias de la ira que aquello que la causaron". Sin embargo, según Faraut, McEnroe supo utilizar la ira en su provecho para desestabilizar a sus contrincantes y asustar a los árbitros. Para el tenista, la ira es como un motor que lo mantiene vivo, demostrarle a sus enemigos que es el mejor es su manera de alcanzar esa "búsqueda de la perfección" que está relacionada con la búsqueda de lo sublime, pero también con el orgullo y la necesidad de afecto. En él late ese "miedo anormal" que tiene que ver con el deporte de alto nivel y también, con procesos "psíquicos infantiles".

@juansarda