Cineasta con una larga trayectoria a sus espaldas que arranca en los 80 con títulos que marcaron época como Subway (1985) o El gran azul (1988), Luc Besson se ha ido convirtiendo con los años en un gran pirómano que disfruta rodando películas mastodónticas repletas de efectos especiales. Siguiendo la norma del “cuanto más grande, mejor”, Besson ha intentado, a veces con más éxito que otras, inventar un cine comercial europeo que utilice las mismas armas de Hollywood y al mismo tiempo mantenga sus señas de identidad. Películas como Juana de Arco (1997), la saga de Arthur y los Minimoys de la década pasada o Lucy (2014), con Scarlett Johansson, en la que la violencia y las secuencias de acción cobran todo el protagonismo con una protagonista atómica similar a la de esta Anna que llega hoy a los cines.
Sin duda, Lucy, como de manera muy clara aquella más lejana Nikita (1990), son los precedentes de Anna, película excesiva en todo en la que Besson, a la vejez viruelas, se lo pasa bomba haciendo que una rubia explosiva (la Anna del título, interpretada por Sasha Luss) se cargue a decenas de personas en secuencias cada vez más violentas y salvajes. Una violencia coreografiada y mucho más lúdica que realista en un filme que viene a ser la celebración de los placeres culpables del género de espías. Ambientada al final de la guerra fría, aunque los personajes llevan un look más moderno que retro, la protagonista es una modelo de alta costura de París que al mismo tiempo trabaja como asesina para el KGB. Su jefa directa es una implacable Helen Mirren que le enseña a convertirse en la agente más letal de los servicios secretos rusos. Como en aquella novela de Bret Easton Ellis en la que había modelos terroristas, aquí vemos por una parte la rutina como maniquí de la protagonista y por la otra sus brutales acciones.
A Besson le gustan las chicas guapas y la violencia y la combinación ya le funcionó bastante bien en Nikita, que se convirtió en uno de sus grandes éxitos con una Anne Parillaud en la piel de una sicaria del Gobierno, como la propia Anna. Con un toque a lo Tarantino quizá inevitable después de Tarantino, Besson construye su película de manera sugerente mediante sucesivos flashbacks que le dan un sentido distinto a lo que acabamos de ver. Homenaje a las intrigas clásicas de la guerra fría ideadas por Le Carré, Besson plantea la trama como una partida de ajedrez en la que la aguerrida Anna es una pieza de la partida entre rusos y americanos que quiere dejar de ser una víctima para ganar su libertad. Bombástica, absurda por momentos, muy divertida en los mejores como esa primera juventud de la protagonista con un novio atracador, Besson se lo pasa pipa con una película que no es realista ni lo pretende cuyo principal defecto es que por momentos el director se la toma demasiado en serio. Es fácil disfrutar Anna, tomárselo en serio es más complicado.