Sevilla en el siglo XVI era el centro del mundo. Una ciudad cosmopolita y vibrante que servía como lanzadera hacia ese “nuevo mundo” descubierto por Colón sobre el que corrían las más asombrosas leyendas y fantasías. En esa Sevilla en la que se mezclan el esplendor y la miseria, el fango de las calles con la suntuosidad de los lujosos palacios y las grandes fortunas, ambientan el director Alberto Rodríguez (La isla mínima) y el guionista Rafael Cobos, su colaborador habitual, la segunda temporada de La peste, drama histórico de seis capítulos que regresa con más acción y una trama más novelesca.
Si en la primera parte veíamos los estragos de una epidemia en la ciudad, ahora viajamos cinco años después a una Sevilla que sigue siendo “puerto de las Indias” de gran prosperidad económica en la que se concentran miles de personas de toda Europa que sueñan con escapar de su pasado y vivir una nueva vida en América. La trama gira en torno a la guerra entre Valerio (Sergio Castellanos) y su madre, Teresa (Patricia López Arnaiz), empeñados en embarcar a mujeres prostitutas rumbo a Latinoamérica para que puedan tener una vida mejor, y la “garduña” del título, una asociación mafiosa liderada por María de la O (Estefanía de los Santos) que hace negocio con la “mancebería”. Y en medio, un policía honesto con aires a Eliot Ness, Pontecorvo (Federico Aguado) que quiere imponer la ley en una ciudad floreciente en la que el hampa y las élites han llegado a un acuerdo de conveniencia.
Pregunta. ¿Cómo surge esta segunda temporada?
Rafael Cobos. Cuando decidimos rodar la segunda temporada Alberto aún estaba montando la primera y estaba exhausto. Y yo heredo la responsabilidad de tomar las riendas de la serie. Lo convencemos para que haga los dos primeros capítulos de la serie e introducimos a otro director con quien yo hago las veces de cohesión. Mi papel como “director creativo” es que la línea editorial de la serie se respete, se trata de controlar el proceso en su conjunto, cohesionando los distintos directores. Ha sido un proceso un poco largo que se impulsó cuando descubrimos la “garduña”. Habíamos hecho un repaso a los elementos que nos podían servir de la primera y al final de la edición descubrimos esa organización del hampa. Nos llamó la atención toda la literatura que había alrededor de la garduña. Algunos decían que había viajado hasta Italia y había sido el germen de la Cosa Nostra a principios del siglo XVIII. Nos parecía que era muy interesante porque nos daba la metáfora que andábamos buscando como lo había sido la peste en la primera temporada. Pensábamos que podíamos tener una metáfora perfecta para la enfermedad social que queremos reflejar.
"En la primera quizá fuimos excesivamente rigurosos con la ambientación, por ser demasiado naturalistas o realistas"
P. ¿En esta serie son más escrupulosos a la hora de respetar el relato seriado y buscan mayor entretenimiento?
R. C. La serie tiene fórmulas más reconocibles aunque las películas también las tienen, ¡cuidado! Hicimos el experimento en la primera temporada de no recurrir a cliffhangers o finales climáticos y creo que una parte del público lo agradeció pero la otra no porque quiere ir a ese espacio seguro que conoce con determinados mecanismos. Fuimos anticonvencionales en la primera y en parte lo seguimos siendo en la segunda aunque ahora sí vemos que a esta temporada le favorecen algunas herramientas de la serie.
Alberto Rodíguez. Las dos temporadas tienen más que ver de lo que parece. Hay cosas que pasan por un aprendizaje de la primera. Soy el último que quiero que algún espectador tenga algún inconveniente. En la primera quizá fuimos excesivamente rigurosos con la ambientación, por ser demasiado naturalistas o realistas. La gente entonces iba a tientas por las casas porque no tenía dinero para pagar una vela. Había gente que se quejaba por ese tono oscuro. También nosotros hicimos la serie para verla en el televisor, en tu casa, con la luz bajita, y lo que hemos descubierto es que la gente consume esto como le da la gana. Hay gente que lo ve con un móvil con el reflejo del sol. Esa oscuridad de la primera formaba parte del punto de vista de nuestro protagonista, Mateo, que era un melancólico. Un hombre sin Dios. Esa primera temporada está teñida de esa melancolía y la ciudad está en una epidemia de peste. Aquí estamos en un punto distinto, ha pasado la historia cinco años adelante y la economía de la ciudad nunca ha estado tan bien, estamos en el pico del imperio. Y Mateo deja su melancolía y se convierte en el primer humanista. La primera carga con la morosidad de explicar un mundo, en la segunda desde el minuto uno ya estamos en la peripecia y la aventura. La primera es más hacia dentro y la segunda más hacia fuera.
P. ¿Desaprovecha el audiovisual español las posibilidades de la historia de España?
R. C. Estamos acostumbrados a mirar hacia fuera y no nos damos cuenta de que como sevillanos vivimos en una ciudad que durante un tiempo fue el equivalente a Nueva York. Confluía gente de todas partes del mundo y todos los elementos de una ciudad potente. Curiosamente no existe un relato de esa época que no sea el convencional sobre el descubrimiento del nuevo mundo. Muy pocas veces se ha contado ese viaje desde Sevilla a América.
A. R. Sevilla era el epicentro de la actividad económica de un imperio en el que “nunca se ponía el sol”. Si piensas en Rinconete y Cortadillo (de Cervantes) lo que van buscando es una nueva vida soñada en América. Yo creo que parte de la gente que se iba buscaba eso, empezar de cero. En las calles corrían muchas leyendas en torno a América. Entre los emigrantes también había muchos soldados de las guerras imperiales a los que había de agradecer de alguna manera los servicios prestados.
R. C. Había gente que buscaba una nueva vida y otros que huían de la que ya tenían aunque quizá es lo mismo. Muchos de esos tercios que emigraron en realidad eran delincuentes. Eran mercenarios muchos de ellos con condenas a sus espaldas y que para librarse de ellas luchaban como nadie.
P. ¿Quiénes son los buenos y los malos en la lucha del poder civil contra la garduña?
A. R. La película trata sobre la “garduña” pero también sobre el poder civil que la contrarresta que es el cabildo, el poder del ayuntamiento y su alcalde que viene de la corte a poner orden. Está inspirado en un personaje real, un alcalde que tuvo Sevilla, que se llamaba “puñonrostro”, tal cual el apellido, que se disfrazaba de mendigo para confundirse en las calles y enterarse de si subían el precio de determinado producto o se especulaba con algo. Los castigos eran severísmos. Duró dos años nada más, tuvo un mandato corto. La ciudad que reflejamos nosotros tiene oro por fuera y barro por dentro. De eso va un poco la serie. Hay una razón por la que empieza la garduña que es la desprotección total de la población. Agua corriente había en cinco casas, por supuesto de nobles. El resto tenía que cogerla de donde fuera. No había alcantarillado ni sistema de salud salvo la caridad que solo te recogía cuando te estabas muriendo. Era muy complejo. Por supuesto, educación nada. Ni siquiera protegían el precio del pan. Llegó un momento que la gente no podía comprar ese producto tan básico. Hubo una revuelta que acabó con una matanza del ejército. La gente ante las injusticias se organizaba.
R. C. Hay un personaje real que fue María de la O que justamente era una tipa que se enfrenta a ese alcalde y aunque la encarcelan y la vuelven a encarcelar la gente de la calle la convierte en una líder, en una mártir. El sentimiento de la calle era que el poder solo beneficiaba a los ricos.
P. Al mismo tiempo, ese asistente también tiene algo heroico en su deseo de hacer respetar la ley. ¿Lo ven como un Eliot Ness?
R. C. Es un personaje ambicioso porque tiene un objetivo mayor. Tiene algo de Eliot Ness pero actúa para beneficiarse a sí mismo. Aunque al final sus medios son positivos. Nos inspiramos en ese Puñonrostro que recorría las tabernas disfrazado.
A. R. Sabemos que las grandes fortunas están escondidas en determinados sitios, ¿es legal? Quizá sí, pero seguro que es amoral. Existen todos esos paraísos fiscales, igual que existe la economía sumergida. Hay una red que ha sustentado esta crisis en la que también sabíamos que los más ricos se estaban haciendo más ricos. Que no hayamos sido capaces de decir que no puede haber paraísos fiscales ni economía sumergida son los dos polos, pero se contrapesan. Nos sostenemos en un equilibrio del que sabes hasta un punto y el resto es mejor no tocarlo.
P. ¿Cómo era esa ciudad de “oro y barro” que refleja la serie?
A. R. La gente no se lavaba. El sistema de alcantarillado se lo cargaron cuando existía con los árabes. Tampoco había un sistema de recogida de basuras y la gente la tiraba por la ventana. Había tanta que salía hasta en los grabados de la época. Y la gente rebuscaba allí para comer. Todo lleno de europeos que venían para hacer negocio cuando mucha gente estaba tullida por alguna enfermedad o habían perdido un ojo. Tenía que ser una ciudad muy interesante de ver. El corte, que le llamaban chirlo, como el de Baeza, te lo hacían en la cara por deudas. Al mismo tiempo se jugaba de manera loca, la gente se lo jugaba todo. Era un mundo completamente distinto en el que acababa de llegar, una revolución que era la imprenta, pero era muy nuevo. La lectura te transportaba a otro mundo.
P. ¿Se forjaron entonces las causas de la decadencia del imperio?
A. R. Le tocó la lotería al país entero. Nadie se dio cuenta de que aquello tendría un final. Hay poca gente que en mitad del momento en el que estamos en la serie sea capaz de ver que no duraría para siempre. En ese momento poca literatura recoge las grietas.
R. C. Algunos judíos sí escribieron sobre los errores que se estaban cometiendo pero fueron los menos. Probablemente esa mentalidad cortoplazista que nos distingue como humanos hizo que nadie se diera cuenta.