Los últimos 25 años de vida de Benito Pérez Galdós coincidieron con el nacimiento y la consolidación del cine como gran industria del entretenimiento. A pesar de ello, quizá por la pérdida de visión de la que se vio aquejado, no parece que el invento le provocara al escritor un gran impacto, como sí ocurrió con un contemporáneo suyo como Valle-Inclán, admirador de El acorazado Potemkin (Sergei Eisenstein, 1925) e incluso figurante en La malcasada (1926), de Francisco Gómez Hidalgo. En cambio, el estilo realista y puramente narrativo de la obra de Galdós sí que interesó a los pioneros del cine de nuestro país.
Poco se puede decir de La duda, de Domènec Ceret, la primera película que se rodó a partir de un texto del escritor canario, allá por 1916. Como ocurrió con tanto cine de aquella época, este filme basado en El abuelo se perdió para siempre. Y tampoco se conserva ninguna copia de El Dos de mayo (1927), El empecinado (1930) y Prim (1930), tres filmes de José Buchs inspirados libremente en fragmentos de los Episodios Nacionales. Mejor suerte corrió la adaptación que firmó el propio Buchs de la historia del conde de Albrit en 1925, cuyas imágenes se pueden encontrar hoy en YouTube. Un filme mudo que apuesta por el melodrama y que sigue al pie de la letra la creación de Galdós.
Pero no solo en España su obra llamó la atención de los cineastas. Universal produjo en 1918 una película titulada Beauty in Chains (dirigida por una de las primeras mujeres con peso en Hollywood, Elsie Jane Wilson) que trasladaba a la gran pantalla la trama de Doña Perfecta.
En cambio, tras la Guerra Civil, la obra galdosiana se convirtió en materia delicada para el franquismo por las ideas anticlericales y socialistas que se desprenden de ella. Hasta finales de los 60, cuando el régimen comenzó a abrirse, todos los intentos de adaptar al escritor fueron abortados por la censura. La excepción se produjo al comienzo de la dictadura, cuando Benito Perojo estrenó en 1940 una inofensiva y sentimental Marianela. Sin embargo, la industria cinematográfica de México, país que seguía reconociendo la legitimidad de la Segunda República, tomó en aquellos años la alternativa, con varios filmes estrenados en 15 años: Adulterio (José Díaz Morales, 1943), La loca de la casa (Juan Bustillo Oro, 1950), Doña Perfecta (Alejandro Galindo, 1950), Misericordia (Zacarías Gómez Urquiza, 1952), La mujer ajena (Juan Bustillo Oro, 1954) y, por supuesto, el Nazarín (1958) de Luis Buñuel.
“Es la única influencia que yo reconocería, la de Galdós, así, en general, sobre mí”, le comentó Buñuel en una ocasión a Max Aub. Aunque en principio el realismo de Galdós podía parecer distante de las pulsiones surrealistas del cineasta, hay en el escritor canario un fijación por la psicología –que se manifiesta en sus obras a través de los sueños y alucinaciones de sus personajes– que conectaba a ambos con gran fuerza, al igual que el interés que sentían por ‘los olvidados’ de la sociedad. Buñuel, que además trató de adaptar sin éxito Doña Perfecta y Ángel Guerra en México, se inspiraría ligeramente en Halma –aunque Galdós no aparezca en los créditos– para desarrollar la segunda parte de su obra maestra Viridiana (1961), única película española que se ha alzado con la Palma de Oro. Y ya en 1970 rodaría en Toledo su versión de Tristana, con Catherine Deneuve en el papel principal. Tanto en esta última como en Nazarín, Buñuel introdujo importantes modificaciones al texto original, pero siempre demostró respeto por el sentido original de estas obras.
Los años 70 fueron fructíferos para las adaptaciones de Galdós. Se produjeron, además de Tristana, otras cinco películas: Fortunata y Jacinta (Angelino Fons, 1969), Marianela (Angelino Fons, 1972), La duda (Rafael Gil, 1972), Tormento (Pedro Olea, 1974) y Doña Perfecta (Cesár Fernández Ardavín, 1977). En líneas generales, esta nueva camada de directores se valió de los argumentos galdosianos para realizar un velado ataque al régimen, ya que la crítica social que contenían se podía justificar en su ambientación en el siglo precedente. Pero en los 80 la adaptación literaria fue perdiendo el interés de los realizadores, que ya podían hablar de la actualidad sin cortapisas, y también de la industria, por el alto costo de las producciones de época.
“[Galdós era] un historiador prodigioso y neutral, con una mirada cinematográfica y objetiva, capaz como ningún otro de contar la historia de España a través de lo que hablaba la gente, lo que comía y cómo vestía”, afirma el que es el último cineasta español que lo ha adaptado, José Luis Garci. El director aplicó su habitual melancolía a una cuidadísima versión melodramática de El abuelo (1998), que fue nominada al Óscar a la mejor película de habla no inglesa y que se desligaba del texto
original al concederle una mayor hondura y presencia al personaje de Lucrecia (Cayetana Gillén Cuervo). Sin embargo, era la interpretación de Fernando Fernán Gómez lo que sublimaba el conjunto. Posteriormente, Garci perdería el tino al adaptar sin pulso en Sangre de mayo un par de novelas de la primera serie de los Episodios Nacionales. Este trabajo realizado en 2012 es hasta la fecha la última aventura que ha unido a Galdos con el cine. Quizá sea el momento de que algún audaz director convenza a las solventes plataformas de la necesidad de abordar la gran saga literaria del escritor canario.