Kirk Douglas, último superviviente del Hollywood dorado, ha muerto este miércoles a los 103 años, como ha confirmado su hijo, Michael Douglas, en redes sociales. Protagonista de películas míticas como Espartaco, Senderos de Gloria, El gran carnaval o Cautivos del mal, Douglas fue representante de una estirpe de estrellas que no se plegó al sistema de estudios y consiguió dirigir su carrera fundado su propia productora, Byrna, que recibía el nombre de su madre.
Kirk Douglas se convirtió pronto en un icono de masculinidad conflictiva, tal vez estaba condenado a reflejar un tipo de hombre que era un fin de raza. No era un galán, no era rigurosamente guapo. No era Gary Cooper, ni era Montgmery Clift, ni mucho menos John Wayne. Había en él un rasgo procedente de su origen judío: medía un metro setenta y cuatro centímetros. Algunos biógrafos le regalan un centímetro y le conceden el metro setenta y cinco. En cualquier caso, no medía el metro noventa de Cooper o de Wayne o de Clint Eastwood o de James Stewart o de Gregory Peck.
En el celuloide Kirk era impetuoso, apasionado, loco, parecía un Dmitri Karamazov del cine de Hollywood. Y de eso hace sesenta años. Sus interpretaciones reflejaban un cuerpo que se movía bajo el gobierno de muecas, de miradas que lo decían todo, de pómulos candentes, de expresiones faciales rabiosas, complicadas, de una inspiración espiritual que era más rusa que americana. Al fin y al cabo, de Moscú eran originarios sus padres. Músculo facial acompañado de músculo moral.
Sus padres eran campesinos judíos que habían emigrado a Nueva York. Su progenitor, Herschel Danielóvich, vendía alimentos y madera en la calle y Kirk tuvo que trabajar desde bien joven para ayudar a la familia (tenía seis hermanas) a llegar a fin de mes. Eso no le impidió acabar la secundaria, donde ya mostraba dotes para la actuación, la oratoria y el debate. Posteriormente, consiguió ingresar en la St. Lawrence University de Nueva York gracias a que el decano aceptó su admisión a cambio de que trabajase allí como jardinero, pues Douglas no ganaba lo suficiente para pagarse los estudios. Se licenció en 1939 en Filosofía y Letras y destacó en la lucha libre, el debate y el teatro. Posteriormente, consiguió una beca para trabajar en la Academia Norteamericana de Arte Dramático de Nueva York.
Tras hacer sus pinitos en Broadway, en 1942 le tocó hacer el servicio militar y acto seguido fue destinado a la Unidad Antisubmarina 1139, en el Pacífico, donde estuvo dos años como oficial de telecomunicaciones. Tras licenciarse con honordes volvería a Nueva York y se casaría con la modelo y actriz Diana Dill en 1943.
Fue Lauren Bacall, con la que había coincidido en la Academia de Arte Dramático, la que le recomendó a Hall B Wallis, productor y cazatalentos de Paramount. Debutó en el cine El extraño amor de Martha Ivers (Lewis Milestone, 1946) y tras pasar por varias producciones de la RKO y 20th Century Fox, su carrera dio un giró con El ídolo de barro (1949), de Mark Robson, por la que recibió su primera nominación al Óscar, un premio que se le escapó en tres ocasiones hasta que le entregaron el honorífico en 1996.
A partir de este momento Douglas comenzaría a trabajar con los mejores directores del momento en una fructífera década: con Michael Curtiz en El trompetista (1950), con Raoul Walsh en Camino a la horca (1951), con Billy Wilder en El gran carnaval (1951), con William Wyler en Brigada 21 (1951), con Howard Hawks en Río de sangre (1952), con Vicente Minnelli en Cautivos del mal (1952) y El loco del pelo rojo (1956), con Richard Fleischer en Veinte mil lenguas de viaje submarino (1954), con Henry Hathaway en Hombres temerarios (1955), con King Vidor en La pradera sin ley (1955) y con John Sturges en Duelo de titanes (1957).
Conocido por su carácter temperamental y sus ideas de izquierdas, que quizá le pasaron factura en el conservador mundo de Hollywood, en 1955 Douglas realizó su primera película como productor, Pacto de honor (André de Toth). Fue crucial para sacar adelante con Byrna Senderos de gloria (1957), el gran clásico del cine antibelicista de Stanley Kubrick ambientado en la Primera Guerra Mundial, con esos insuperables planos en las trincheras a los que recientemente homenajeaba San Mendes en 1917. También produjo Los vikingos (1959) y Espartaco (S. Kubrick, 1960), que le otorgaría lo que a la postre sería su trabajo mas recordado. A pesar de los problemas de la producción y de los enfrentamientos entre Douglas y Kubrick durante el rodaje, la película fue un éxito que obtuvo cuatro premios Óscar. Además, Douglas puso su granito de arena para acabar con la caza de brujas del Macartismo luchando por que Dalton Trumbo apareciese en los créditos de la película.
La década de los 60 continuó para Douglas con la producción de películas propias, que no funcionaron del todo bien y en 1963 volvió a Broadway para protagonizar Alguien voló sobre el nido del cuco, texto que intento llevar al cine sin éxito y del que acabó vendiendo los derechos a su hijo Michael para que fuera el productor del filme que dirigió Milos Forman y protagonizó Jack Nicholson. Su estrella se fue paulatinamente apagando a medida que pasaban las décadas, pero su impronta en el mundo del cine es indeleble.