Nadie veía venir el coronavirus pero los problemas del mundo —el auge del autoritarismo, las desigualdades sociales o los conflictos bélicos— ya estaban allí antes de que la pandemia pusiera de relieve las fragilidades, y fortalezas, del sistema. Ante la crisis de la prensa escrita, que puede destinar muchos menos recursos a las investigaciones a fondo que llevan varios meses de trabajo, el documental político y social demuestra músculo, siendo un reducto no solo del mejor periodismo, en los mejores casos también del mejor cine. Hasta hace no mucho, los documentales no resultaban fáciles de ver para el gran público, mucho menos fuera de los grandes centros urbanos. Hoy, la situación ha cambiado de manera extraordinaria gracias a plataformas como Filmin, Netflix, HBO o Movistar Plus.
Choques culturales
Los Obama han inaugurado su nueva productora, Higher Ground Productions, con un Óscar. American Factory, producida por el matrimonio presidencial, ganó en su categoría en la pasada edición de los premios de Hollywood gracias a su agudo e interesantísimo análisis de las diferencias entre el sistema productivo estadounidense y el propio ethos de sus trabajadores, en muchos aspectos muy parecido al español, y el chino. Dirigido por Steve Bognar y Julie Reichert, American Factory nos cuenta lo que sucede en una pequeña localidad de Ohio, Dayton, muy castigada por la globalización, cuando un millonario chino decide instalar allí una fábrica de cristales para coches.
Entusiasmado ante la perspectiva de triunfar en la cuna del capitalismo, el señor Cao Dewang subestima el choque cultural. Quizá las mejores imágenes de este American Factory sean las rodadas en China, donde conocemos una cultura corporativa totalmente irreproducible en Estados Unidos y que lo sería aún más en España, país más escéptico aún. Allí, en Fuqing, sede de la empresa, descubrimos a unos empleados que en las reuniones cantan el himno de la empresa, que por las mañanas forman fila como si fueran militares y corean consignas o rinden culto al líder y fundador como si fuera el Irak de Saddam Hussein en versión corporativa. No solo eso, los operarios también soportan jornadas de doce horas, con un solo día de descanso en el mejor de los casos, sin rechistar, con sueldos de miseria y resignados a vivir lejos de sus familias.
Frente a la laboriosidad y sumisión de los chinos, el conflicto central se plantea alrededor de la voluntad de los disgustados obreros estadounidenses de formar un sindicato. Muchos de ellos son extrabajadores de General Motors, donde cobraban el triple, y se lamentan por un sistema laboral con objetivos de producción superlativos en el que solo reciben órdenes de sus exigentes superiores. Un sistema marcado también por la escasa atención a la prevención de accidentes laborales y el medio ambiente.
En cólera ante la rebelión de los obreros, el dueño de la empresa amenaza a sus empleados americanos, a quienes considera vagos y quejicas, con cerrar la fábrica si forman un sindicato mientras despide a los más protestones. Hay muchos momentos apasionantes en este excelente documental y destaco dos: la fiesta de fin de año en la fábrica china, con números musicales estilo Thriller de Michael Jackson en los que se repiten las consignas de la empresa (“eficiencia, diligencia, productividad”), y el contraste que muestra el documental en el momento en el que los trabajadores americanos se quejan de que todo son órdenes sin tener en cuenta su esfuerzo mientras el ejecutivo chino les explica a los empleados de su país instalados en Estados Unidos que a “los niños americanos los aplauden por cualquier cosa. Como a los burros, hay que acariciarles en la dirección del pelo”. Se puede ver en Netflix, socio de los Obama en su aventura audiovisual.
El perdón según Sistiaga
ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga, es un trabajo importante en la historia del audiovisual patrio. Para contar la tragedia de la banda terrorista, Sistiaga acierta al dar el protagonismo a los únicos que lo merecen, las víctimas. Es una serie documental larga, de siete capítulos disponibles en Movistar Plus, que arranca con el titulado Zubiak (Puente, en castellano), estrenado como un largometraje independiente en San Sebastián y varios festivales internacionales. En este filme vemos la reconciliación entre Maixabel Lasa, viuda del político socialista y ex gobernador civil de Guipúzcoa Juan María Jáuregui, e Ibon Etxezarreta, el asesino de ETA que participó en el comando que acabó con su vida.
Sistiaga utiliza las grietas del puente de Tolosa, que a pesar del destrozo se mantiene en pie, para construir una película bellísima que deja con el corazón en el puño sobre una mujer buena a la que destruyen de manera cruel la vida y sin embargo decide no odiar. Para quienes recuerden los duros tiempos de la banda terrorista, supone viajar a un tiempo funesto de cadáveres y tiros en la nuca en una tragedia indescriptible. Para las nuevas generaciones que crecieron sin ETA o eran muy pequeños, puede significar descubrir el horror de unos tiempos en los que unos mataban a los otros por pensar de manera distinta.
La larga secuencia final en una de esas sociedades gastronómicas típicas del País Vasco en la se encuentran la víctima, Lasa, y el verdugo, Etxezarreta está cargada de emoción, de verdad y de humanidad. El filme nos ofrece una reflexión profunda sobre la posibilidad de sanar las heridas y del significado de conceptos como el perdón. A pesar de su extraña amistad, ambos se han visto muchas veces y Maixabel es sincera cuando le desea lo mejor, pero también cuando le dice que no puede decirle si le ha perdonado o que prefiere ser “la viuda de Juan Mari que tu madre”. En los ojos tristes de Etxezarreta, un hombre que sabe que ha destruido su vida y las de otros, adivinamos quizá a un tipo más tonto que malvado y que como todos los tontos se dejó llevar por un fanatismo cuyas verdaderas consecuencias no comprendía.
El misterio Nisman
Producido por HBO y emitido también por Movistar Plus, El fiscal, la presidenta y el espía está dirigido por Justin Webster, prestigioso documentalista que también se zambulló en el terrorismo en El fin de ETA (2017), un documental sobre las negociaciones con la banda terrorista que condujeron a su disolución, disponible en Netflix.
Cuatro años le ha llevado a Webster completar esta serie documental de seis capítulos en la que aborda la misteriosa muerte de Alberto Nisman, fiscal del caso AMIA, un atentado terrorista cuyos autores materiales siguen siendo desconocidos y que segó la vida de 85 personas en un centro judío de Buenos Aires en julio de 1994. Nisman había adquirido notoriedad internacional no solo por acusar directamente a los altos cargos del gobierno de Irán de organizar y ejecutar la matanza, también porque procesó a la presidenta de Argentina, la simpar Cristina Fernández de Kirchner, por haber llegado a un supuesto acuerdo comercial con los iraníes que incluía el encubrimiento de su implicación en la tragedia y el compromiso de no perseguir a sus principales dirigentes.
Como es sabido, Nisman apareció muerto en enero de 2015. La versión oficial de su muerte sigue siendo que fue un suicidio aunque hay un proceso abierto en la Fiscalía de Buenos Aires por homicidio sin que se haya encontrado una sola pista de los presuntos culpables. El fiscal, la presidenta y el espía no desvela el misterio y aunque no cierra el asunto más bien la conclusión parecer ser que Nisman, efectivamente, se suicidó aunque fuera un feliz padre de familia que nadie esperaba que quisiera acabar con su vida. Lo hizo, para más inri, un día antes de su prevista comparecencia en el Congreso para informar sobre la denuncia contra la presidenta y otros líderes del gobierno peronista. Por tanto, la pregunta esencial quizá no es quién mató a Nisman, porque probablemente se mató él mismo, sino por qué lo hizo.
Lo mas interesante del documental no acaba siendo ni el propio “fiscal”, un Nisman ambicioso y metódico obsesionado con resolver el caso, ni la propia presidenta, esa Kirchner que es puro derroche emocional y se comporta como si fuera la abuela de la patria, sino el “espía” del título, el oscurísimo Antonio “Jaime” Stiuso, figura fuerte de los servicios de inteligencia hoy exiliado en Estados Unidos que dice mucho menos de lo que sabe y es el perejil de todas las salsas. Aliado en los últimos tiempos de Nisman en sus acusaciones contra los iraníes y la propia Kirchner, Stiuso es un personaje ambiguo y escurridizo que es pura “real politik” en su versión oscura. Las cuentas secretas de Nisman y su asistenta, aún principal sospechoso, o las llamadas frenéticas de los servicios secretos antes de su muerte son solo algunos de los enigmas que plantea un documental extraordinario por la forma en que presenta los hechos y las contradicciones del caso pero también por su reflejo de las cloacas del Estado.
El carisma del mentiroso Putin
Pocos personajes de la escena mundial tienen el poder y la influencia de Putin, el presidente “eterno” de Rusia, en el Kremlin desde la Nochevieja de 1999 y aun dispuesto a seguir aguantando más años a base de reformas constitucionales. Los testigos de Putin, dirigido por Vitaly Mansky, y estrenado recientemente en salas de cine por DocsBarcelona, que distribuye un documental al mes, hoy disponible en Filmin, supone un apasionante retrato de Putin cuando acaba de ser nombrado presidente de Rusia por su antecesor, Boris Yeltsin, después de varios meses en los que su actuación como primer ministro había pasado desapercibida para la mayoría de rusos.
Mansky se convirtió en el cámara oficial de Putin, con derecho a seguirle por todas partes, en vistas a un documental sobre el nuevo presidente emitido entonces que tendría amplia difusión internacional. A pesar de su reputación de malvado y cínico número uno del escenario mundial, nadie miente más y mejor que Putin, conocemos a un político en sus primeros cuarenta que destila carisma y poder de seducción. Guapo y bien plantado, Putin muestra un insospechado instinto de poder y se dedica a desmontar con buenas palabras y discursos inflamados la tarea de construcción de una verdadera democracia en Rusia emprendida por Yeltsin, personaje caricaturizado con frecuencia por los medios occidentales al que el documental presta mucha atención ofreciendo una nueva lectura de su trayectoria.
En Los testigos de Putin, el zar de la nueva Rusia parece incluso candoroso y el mejor momento del filme llega cuando, entrevistado en su coche oficial, despotrica contra las “monarquías” y hace una defensa apasionada de la democracia y la alternancia en el poder. Según el Putin del año 2000, los reyes a los que ha conocido tienen vidas complicadas porque nunca pueden ser sencillamente “ellos mismos”, condenados a llevar sobre sus espaldas la nación. El propio director pide disculpas por haber creído a Putin entonces. En esos primeros tiempos de su reinado emergen las primeras grietas que nos permiten adivinar al futuro dictador cuando recupera el himno de la Unión Soviética o comienza a poner el nacionalismo en el centro de su discurso.
De Ucrania a India, pasando por Hungría
Distribuido por DocsBarcelona y también en Filmin, La guerra de Oleg nos permite ver uno de los aspectos menos edificantes de la política del belicoso Putin, con su larga guerra en el norte de Ucrania. Dirigido por el danés Simon Lereng Wilmont, vemos el conflicto a través de los ojos de un niño de unos ocho años ruso huérfano que vive con su abuela e intermitentemente con su primo, que es maltratado por los niños ucranianos en el colegio. Es un trabajo peculiar, en el que Wilmont contrapone el mundo poético de juegos de los niños al sonido de las bombas y las batallas que se libran a apenas unos kilómetros. Sirve como recordatorio de una guerra irresuelta que ha dejado casi siete mil muertos y que como se ve en el propio filme, a pesar de las numerosas treguas y acuerdos políticos, solo se detiene un momento para proseguir en seguida con mayor intensidad.
Emblema del pujante poder de la ultraderecha en toda Europa, el húngaro Viktor Orban es el protagonista de Hungría, 2018, de la cineasta Ezter Hajdú, donde refleja la sinrazón de un país en el que “muchos habitantes no han visto jamás a un sirio o incluso un emigrante en toda su vida pero viven aterrorizados con ellos”, como dice el derrotado líder la oposición, Gyurscany, quien muestra su vida íntima a cámara. El régimen de Orban vive instalado en el más absoluto delirio. Uno de sus ministros dice en campaña que las mujeres suecas se tiñen el cabello de oscuro para que nos las violen los refugiados, que están obsesionados con acostarse con mujeres rubias, mientras el propio Orban conmina a sus ciudadanos a no convertirse en una nueva Sodoma y Gomorra como Alemania, donde “celebran que los maricones se pueden casar”. Vemos a una Hungría instalado en las fakes news y gobernada por matones corruptos en un filme en el que, no por menos conocido, sorprende el radicalismo y la chabacanería del dirigente de un país miembro de la Unión Europea.
En Netflix, un poco de esperanza con la serie documental Daughters of Destiny, dirigida por Vanessa Roth, donde conocemos la excelente labor de la escuela Shanti Bavan, fundada y dirigida por el multimillonario Abraham George, un hombre que después de ganar una fortuna se volcó en dar una educación de alto nivel a niños de la casta “intocable”, condenados a por el rígido sistema indio a ocupar los puestos más bajos de la sociedad. Roth construye una serie excelente en la que varias niñas toman el protagonismo y que nos conmueve por la dureza de algunas situaciones que retrata pero también porque vemos que la capacidad de que hacer el bien existe aun en las más terribles circunstancias. La pobreza de la India es desgarradora e incluso difícil de entender para la mente occidental, con esas mujeres que se pasan la vida cargando piedras en una cantera o poniendo tapones en los bolis. Hay historias que dejan marcado como la de la hermana envidiosa de una de las “elegidas” para Shanti Bavan o personajes inolvidables como la de la brillante estudiante que sueña con ser abogada para enfrentarse al sistema desde dentro.