Rodrigo Cortés, director de filmes como Buried (2010) o Luces Rojas (2012), experimentó una especie de epifanía cinematográfica el día en que, con unos tiernos 13 años, se sentó en la butaca de un cine para ver El color del dinero (1986). Lo relata en el prólogo de Maestro Scorsese. Retratos de un cineasta americano: “Nadie hasta entonces había obviado mis ojos para inocularme sus historias directamente en el flujo sanguíneo. La tarde en que descubrí a Scorsese, Scorsese me descubrió a mí”.

Con estas palabras, Cortés reconoce la influencia del neoyorquino en su vocación y en su estilo cinematográfico. Pero el magisterio del director de Uno de los nuestros (1990) ha alcanzado ya a varias generaciones de cineastas españoles, que lo consideran si no un mentor directo al menos una referencia indispensable. De esto se dio cuenta Pau Gómez, coordinador del volumen que edita Libros Cúpula, a raíz de una declaración que hizo Cesc Gay en la prensa meses antes de recibir el Goya por Truman (2015): “Somos hijos de Buñuel en la misma medida que lo somos de Scorsese”.  

“Ahí es nada: el cineasta más reconocido de nuestra industria en aquel momento acababa de equiparar el legado del cineasta patrio más universal al de un experto (uno más) en la difícil idiosincrasia yanqui”, recuerda Gómez en la introducción de Maestro Scorsese. Retratos de un cineasta americano. “Fui consultando diferentes entrevistas a algunas primeras espadas de nuestro cine (realizadores no necesariamente adscritos al thriller sino pertenecientes a múltiples géneros y estilos) y no tardé en constatar que, en efecto, Cesc Gay estaba en lo cierto: en España, Scorsese había sido —y seguía siendo— una influencia fundamental para varias generaciones de creadores cinematográficos”. 

A partir de ese hallazgo, Gómez ha conseguido embaucar a un buen número de directores españoles para que participen en este libro con un texto sobre una película del director hasta completar su filmografía. Así, el propio Cesc Gay es el encargado de hablar de Malas calles (1973), la película con la que Scorsese se presentó al mundo como un cineasta a tener muy en cuenta. “Lo emocionante de ver Malas calles es poder asistir a esa declaración de lo que estaba por venir”, opina Gay. “Contemplar todo el talento de Scorsese aún por pulir, aún imperfecto. Un cineasta arrollador que todavía no controlaba la fuerza de sus golpes”.

La consagración de Taxi Driver

Eso llegaría después, a partir de Taxi Driver (1976), película que conquistó la Palma de Oro de Cannes. La historia de Travis Bickle, un veterano de la guerra de Vietnam que recorre en su taxi los barrios más degenerados de la ciudad de Nueva York, no ha perdido ni un ápice de su impacto desde su estreno y aún hoy se mantiene como uno de los clásicos más incómodos de la historia del cine. “Cuando uno revisa el filme, lo sigue viendo rompedor y arriesgado”, escribe en el libro el presidente de la Academia de Cine Mariano Barroso. “Y no solo debido a su forma. Taxi Driver habla de un personaje residual, un perro callejero, un underdog, uno de esos individuos que a esas alturas rara vez se habían visto en las pantallas de cine norteamericanas”.

'Taxi Driver'

Tras el patinazo comercial de New York, New York (1977), que sin embargo es la película favorita de Jorge Torregrossa de todas las del director italoamericano (“lo que la convierte en algo tan poderoso es la contraposición de artificio y naturalismo”, asegura), Scorsese alcanzaría la que probablemente sea su gran obra maestra, Toro salvaje (1980), de nuevo en compañía de Paul Schrader como guionista y Robert De Niro como protagonista, al igual que en Taxi Driver. “Toro salvaje supone el equilibrio perfecto entre varias escuelas de cine combinadas para deparar una película única, de inconfundible sello, escribe Daniel Calparsoro. “Desde el neorrealismo italiano que rezuman las secuencias familiares y la crudeza que desprenden los personajes, podemos intuir reflejos de la genial Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960), de Luchino Visconti. Hay también chispazos de la Nouvelle Vague en esas mismas secuencias, en las maneras del montaje con jump cuts emocionales, y una deconstrucción del espacio en las peleas que rememora la Escuela Rusa de Sergei M. Eisenstein y las escaleras de Odessa en El acorazado Potemkin (1925)”.

El lado indómito

De El rey de la comedia (1982) dice Javier Ruiz Caldera que radiografía el mundo de la fama de una manera “valiente, certera, satírica y cruel”, de ¡Jo, que noche! (1985) destaca Dani de la Orden “la poca preocupación que demuestra el director (y el guionista) por que sintamos cierta empatía por el personaje más allá de verlo sufrir”, de La ultima tentación de Cristo (1988) lamenta Manuel Martin Cuenca que no la dirigiera Paul Schrader, autor del guion, porque está claro que nadie es perfecto. Aunque Scorsese a veces lo parece. “Con Uno de los nuestros, Scorsese se rasga las vestiduras y muestra su lado más indómito y transgresor hasta el momento. El formalismo y clasicismo narrativo de sus anteriores películas salta por los aires modernizando el género (de gánsters), y de paso, el cine”, asegura Dani de la Torre.

'Uno de los nuestros'

De todos los directores españoles, quizá sea Paco Cabezas el que ha dirigido un cine en el que el director neoyorquino es más reconocible. También es uno de los más entusiastas a la hora de hablar de él. “Nadie mueve la cámara como Scorsese”, escribe. “Su cámara se agita como un Henry Hill encocado hasta las cejas, como un Jake LaMotta ensangrentado, como un Max Cady que acecha a una adolescente promiscua. La cámara de Scorsese es un personaje más. No: la cámara es el personaje protagonista de todas sus películas”. 

Mientras Fernando González Molina piensa que La edad de la inocencia no es tan singular como parece en la filmografía del director pues la ausencia de violencia solo es aparente (la define aquí como “sutil, serena, invisible, pero poderosa”), Gabe Ibáñez nos dice que Scorsese “es capaz de crear en Casino (1995) algo tan importante e imposible como un lugar cinematográfico en el que, de una manera justificada o no, todas sus audacias visuales, narrativas e interpretativas funcionan de manera armoniosa dando lugar a un nuevo tipo de transparencia, factible únicamente en su universo cinematográfico”.

Algunos filmes imperfectos

Un director genial suele tener en su filmografía tantas obras maestras como películas imperfectas, y en esta última categoría entran sin duda Al límite (1999), Gangs of New York (2002) y El aviador (2004), pero de Infiltrados (2006), la película que le otorgó su único Óscar al mejor director, Agustin Diaz Yanes nos recuerda que “se adentra en los bajos fondos de Boston utilizando un tono muy bronco y valiéndose del extraordinario trabajo de sus actores, desde el imprescindible DiCaprio hasta unos magníficos Matt Damon, Jack Nicholson, Martin Sheen o Mark Wahlberg”. “Entre todos configuran el que, en mi opinión, es uno de los castings más completos en el conjunto de su filmografía”, asegura el director de Alatriste (2006).

De El lobo de Wall Street (2013) escribe Jonás Trueba con ironía que es como emular los cuadros de El Greco, “llenos de escenas inverosímiles pero al ritmo de un Jukebox que lo salpimienta todo con mucha gracia”, y Rodrigo Sorogoyen opina que Silencio (2016) es una película difícil, pero también la más madura de toda su obra: “Bellísima a la vez que incómoda de ver. Sorprendente en su aridez, y profunda y compleja en cuanto a su discurso. Una película que, sin duda, crecerá exponencialmente con los años”.

Por último, es a Paula Ortiz a la que le toca escribir sobre su reciente y crepuscular El irlandés, en el que finalmente rinde cuentas con el cine de gánsteres. ”Todas sus películas abordan la complejidad humana —esos protagonistas ensalzados como héroes y antihéroes al mismo tiempo— , pero nunca hasta el punto de plantear las preguntas que formula El irlandés”, escribe la directora de La novia. "¿Para qué sirve una vida de lealtad al crimen organizado? ¿Adónde conduce? ¿Qué dejas detrás...? En muchos momentos de la película nos encontramos ante esta reflexión última sobre la decadencia del gánster y el sentido moral en ellos mismos, y como reflejo en cada uno de nosotros. Algo que Scorsese consigue sin necesidad de juzgar, sin plantear quiénes son los buenos y quiénes los malos. No es esa la cuestión.

Aunque quizá sea Juanma Bajo Ulloa quién encuentre la clave para desentrañar la obra del director: “Quizá en el alma de Scorsese habite en realidad un malogrado músico, tímido, inseguro, incapaz de exhibir públicamente este talento, pero muy dispuesto para convertir en impetuosa y emocionada melodía cualquier pedazo de celuloide. Tal vez así el mundo ha ganado un cineasta y ha perdido un compositor. Tal vez. Y, por lo que a mí respecta, no me importa quedarme eternamente con la duda".

@JavierYusteTosi