Sabemos que el cine anglosajón tiene una gran afición por contar las gestas que explican las glorias de su historia y tradición cultural. Todos los años, vemos biopics sobre grandes hombres y mujeres que nos recuerdan el valor del coraje, la ambición y las buenas intenciones. Hace no mucho se estrenaba en los cines Tolkien (Dome Karukoski, 2019), en la que se nos contaba la vida del autor de El señor de los anillos y también tenía como escenario el sofisticado y elitista ambiente de la universidad de Oxford. Entre la razón y la locura, que se estrena hoy en Filmin, nos devuelve a esa misma universidad para explicar el nacimiento de su famoso diccionario, cuando se compiló por primera vez en varios volúmenes todo el vasto vocabulario del inglés.
Fue en el año 1872 cuando el autodidacta James Murray (Mel Gibson) emprendió la ingente tarea de reunir en varios volúmenes todas las palabras conocidas y escritas en ese idioma. Ya se ve que hacer el primer diccionario de la historia no es fácil y, en su empeño, Murray tuvo como colaborador esencial a un hombre loco, el doctor William Minor (Sean Penn), quien se prestó voluntario y dedicó todo su esfuerzo desde su celda de una institución psiquiátrica. Entre la razón y la locura, filme académico pero contado con gracia y ritmo, nos cuenta varias cosas, quizá demasiadas.
Por una parte, la titánica labor de completar ese diccionario y la discusión eterna de las academias de lengua sobre cómo mantener la pureza del idioma y al mismo tiempo ser permeable a los nuevos tiempos. En este sentido, como vemos en el filme, se optó por ser lo más abierto posible, una decisión que ha tenido un gran impacto ya que ha servido para que el inglés sea un idioma con una increíble capacidad de adaptación y mutación en zonas muy alejadas del mundo así como muy proclive a los nuevos vocablos. Los mismos, desde influencer a networking pasando por hashtag, que utilizan millones de personas en todo el mundo, sean o no anglosajones.
El núcleo duro de la película es la amistad entre Murray (Gibson) y Minor (Penn) y ambos actores brillan en sus papeles, como se espera de dos leyendas. El director, Farhad Safinia, de origen iraní, es un viejo colaborador de Gibson (con el que escribió el guión de Apocalypto en 2006) y hace bien en fiarlo todo al carisma de sus estrellas. Como si fuera una reedición histórica de sus papeles públicos, Gibson interpreta al honorable y conservador padre de familia numerosa temeroso de Dios mientras Penn da vida a un hombre laico traumatizado por la crueldad de la guerra de secesión americana. El filme comienza cuando el personaje de Penn, en un arrebato de locura, asesina a un hombre inocente por la calle pensando que es un fantasma del pasado que le persigue. Loco y brillante a la vez, cuando le encierran en un manicomio, Minor quiere acumular toda la sabiduría de este mundo en su celda y se dedica a amontonar libros de los que extraer citas para el diccionario.
Aun hay otra historia en Entre la razón y la locura, que uno sospecha además que es la que le resulta más interesante al propio director. Se trata de la extraña relación entre el doctor homicida y la viuda del hombre que asesinó por error. Sintiéndose culpable, el convicto ordena que su pensión del ejército sea transferida a la pobre mujer, que ha quedado al cargo de seis hijos. En una versión extraña del síndrome de Estolcolmo, la mujer pasa del rechazo previo a una extraña historia de amor con trágicas consecuencias para la psique del atormentado asesino. Al final uno tiene la impresión de que todo está demasiado encaminado a ese bonito mensaje de amor y redención que quiere transmitirnos el filme, pero eso no quita que Entre la razón y la locura sea una película muy digna que tiene la virtud, y no es poco, de contar una historia interesante. Incluso tres.