'Divino amor': Cristianismo kitsch
Con grandes hallazgos visuales y momentos de una intrigante extrañeza, el brasileño Gabriel Mascaró monta una una efectiva parábola sobre la religión en una sociedad líquida y ultra tecnológica como la nuestra
26 junio, 2020 13:08Una de las cosas más sorprendentes para los viajeros europeos cuando visitan América (del Norte y del Sur) es la iconografía religiosa. En el viejo continente, asociamos el cristianismo a vetustas iglesias de piedra construidas siglos atrás decoradas con complejas alegorías bíblicas y rosetones sobrecogedores. En el continente americano, donde todo es mucho más nuevo, la religión adquiere un aire más moderno que al mismo tiempo puede parecer más banal y menos sacro para el extranjero, con sus luces de neón, paisajes new age y juegos de luces que parecen más propios de una discoteca. En ese universo de cristianismo kitsch ambienta el cineasta brasileño Gabriel Mascaró (Vientos de agosto, 2014) su nueva película Divino amor, seleccionada en Sundance, una extraña, por momentos fascinante y por momentos pedante en exceso, parábola sobre la fe religiosa en un futuro próximo, 2027, muy parecido a la realidad que conocemos.
La protagonista de la película es Joana (Dira Paes), una mujer que trabaja como funcionaria en el registro civil y se encarga de tramitar los divorcios. Muy creyente, la conocemos cuando atraviesa una profunda crisis espiritual debido a la esterilidad de su marido. Obsesionada con ser madre, la pareja se embarca en todo tipo de tratamientos de fertilización mientras acude a las reuniones de “Divino amor”, una secta cristiana en la que se mezclan los mensajes bíblicos con el intercambio sexual de parejas. Al mismo tiempo, imbuida por un espíritu samaritano, se dedica a demorar los trámites de separación para tratar de convencer a los cónyuges distanciados de que se reconcilien. Personaje tortuoso y contradictorio, Mascaró somete a su criatura al dilema de si pesa más su deseo de ser madre o la lealtad a su pareja.
Ya se sabe que el infierno está lleno de buenas intenciones y al principio vemos a una Joana más bien antipática que con la excusa de ayudar a los demás le complicar la vida a todo el mundo. Poco a poco, esta parábola de Mascaró sobre la religión en una “sociedad líquida” y ultratecnológica como la nuestra se va volviendo más compleja para convertirse, nada menos, que en una parábola sobre el nacimiento del nuevo Mesías. Hay hallazgos visuales en el filme y momentos que generan una intrigante extrañeza, como ese cura que da consejos a sus fieles en coche como si fuera un McDonald’s para coches. Uno no deja de ver con curiosidad este filme tan sugerente como excesivamente ambicioso.