Hay muchas maneras de presentar personajes al comienzo de un filme, pero la opción que toma Jan Ole Gerster en La profesora de piano para presentar a Lara Jenkins, el personaje que dominará durante 98 minutos la práctica totalidad de los planos del filme, es enigmática y bastante retorcida: vemos cómo abre la ventana de su piso, acerca una silla al marco y se sube a ella con la clara intención de decirle adiós a este mundo cruel. Sin embargo, antes de dar el salto, alguien llama al timbre. Y esa inesperada interrupción hace dudar a nuestra –ahora que ya se ha bajado de la silla parece que podemos afirmarlo sin miedo a equivocarnos- protagonista.

Quien llama a la puerta es la policía. La requieren para algo tan mundano, tan exento de trascendencia y significado, como que participe de testigo en un registro domiciliario. Y quizá por ello se sienta incapaz de rechazar la petición. Cuando ese momento tan incómodo en casa del vecino termina, el policía que le toma los datos del DNI la felicita por su 60 cumpleaños. Cuando Lara vuelve a su apartamento, tras quedarse unos segundos reflexionando, coge la nota de suicidio y la guarda en su bolso. Parece que algo se ha metido en su cabeza, que ya no está tan claro que ese vaya a ser el último de su vida. Aún hay cuentas que ajustar. Si cada película es al menos un misterio por resolver, aquí tenemos dos planteados con gran elegancia: ¿Por qué Lara se quería suicidar y por qué ha decidido no hacerlo?

Magnético y misterioso arranque el del segundo filme de Jan-Ole Gerster (Hagen, 1978), que en 2012 había entregado una de las óperas primas más interesantes del cine alemán reciente, Oh Boy. Aquella propuesta, que lanzó la carrera del actor Tom Schilling –visto recientemente en La sombra del pasado (Florian Henckel von Donnersmarck, 2018) y en la serie Hijos del Tercer Reich–, seguía durante 24 horas a un joven de familia adinerada sin expectativas de futuro que vagaba por un Berlín melancólico con el único objetivo de tomarse un café. La profesora de piano, a pesar de que ahora Gerster rueda un guion ajeno de Blaz Kutin, guarda varias similitudes con Oh Boy: la presencia de Schilling, la importancia capital de Berlín como escenario, el carácter episódico del filme en función de los encuentros con distintos personajes y el hecho de que narre en ambos casos un ciclo de un solo día. Sin embargo, donde aquella miraba al François Truffaut de Los 400 golpes o al J. D. Salinger de El guardián entre el centeno, aquí nos acercamos más al suspense de Alfred Hitchcock.

En cualquier caso, todo está al servicio del personaje de Lara Jenkins –no en vano, en Alemania la película se titula simplemente Lara–, una funcionaria jubilada en cuya psique iremos entrando poco a poco para hacernos una idea de por qué se quería suicidar y qué le ha hecho abortar dicho plan. Su cumpleaños coincide con la gran noche de su hijo Viktor (Schilling), un exitoso, talentoso y algo inseguro pianista al que ella instruyó con métodos de lo más autoritarios y severos y que ahora, lejos de agradecerle la dedicación, ni siquiera le coge el teléfono. Sin embargo, encontrarse con su vástago será el objetivo de Lara y para ello primero tendrá que enfrentarse a una serie de personajes que se interpondrán en su camino: sus antiguas compañeras de trabajo, su exmarido, la exnovia de su hijo, su madre, un vecino que trata de cortejarla…

En cada uno de estos encuentros observamos que Lara es una mujer controladora, como se percibe por su impecable aspecto y vestimenta, ajena al sentimentalismo o la empatía, capaz de soltar los comentarios más hirientes sin apenas despeinarse. Pero no es simplemente un monstruo, es un ser herido al que le arrebataron su sueño de triunfar en la música y que ahora solo puede sentir rencor. La efectiva propuesta de Gerster no podría funcionar sin una actriz capaz de mostrar cierto desamparo debajo de toneladas de frialdad y cinismo. Corinna Harfouch está perfecta en su rol, sosteniendo la interpretación en la sutileza y expresandola furia soterrada a través contenidas muecas y caladas de cigarros. “Ella era mi única opción, para ser honesto”, ha comentado Gerster sobre la actriz. “La película dependía de que ella se comprometiera a interpretarla. Hace unos años tuve un momento mágico cuando la vi actuando en el teatro. Le envié el guion e inmediatamente conectamos”.

Personajes heridos

En definitiva, La profesora de piano es una película con momentos poderosos y profundos, con misterios por resolver, que remite al daño que nos hacemos y que difícilmente podemos mitigar. Gerster deja en su intenso final una puerta abierta a la sanación a través de la catarsis. Harfouch se reivindica como una de las mejores actrices alemanas. Esperemos que el director no tarde otros siete años en volver a hacer cine, porque sus dos filmes hasta la fecha han mostrado una gran capacidad para bucear en las complejidades de personajes heridos, sin caer en subrayados ni lugares comunes.

@JavierYusteTosi