El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia; La trinchera infinita, de Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi, y Lo que arde, de Oliver Laxe, son las tres películas preseleccionadas por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España para representar a nuestro país en la 93.ª edición de los Premios Óscar. El próximo 6 de octubre la institución elegirá de manera definitiva a una de las tres películas preseleccionadas como candidata oficial de España para la categoría de mejor película extranjera en los galardones de la industria cinematográfica de Estados Unidos.
En principio no parece haber una clara favorita para tratar de lograr un hueco entre las cinco películas finalistas en la categoría, aunque quizá sea La trinchera infinita la que cuente con algo de ventaja. La película, que conquistó los premios a mejor dirección y guión en el Festival de San Sebastián de 2019, cuentan la terrible historia de los “topos” durante el franquismo. Esos topos eran republicanos que se escondieron en sus casas para evitar ser encarcelados (o fusilados) por el franquismo. Ateridos de miedo, muchos de ellos vivieron enclaustrados más de 30 años hasta que una ley de 1969 amnistió los delitos cometidos durante la guerra civil. Antonio de la Torre interpreta a Higinio, un hombre que escapa por los pelos de la represión franquista al comienzo de la contienda y se refugia en su propia casa junto a su esposa, Rosa (Belén Cuesta), soportando juntos largos años de penurias y mentiras de cara al público. En un ejercicio de “humanismo”, los cineastas que estuvieron detrás del éxito de Loreak (2014) y Handía (2017) nos trasladan al conflicto sin salir de las cuatro paredes de una casa (o dos, porque se mudan) donde habita como un espectro ese hombre que ve cómo la vida se escurre entre sus manos sin ver la luz del sol.
Sin embargo, Lo que arde, premiada en Cannes, también podría convertirse en candidata representando a un cine español menos comercial e industrial que cuenta con el respaldo de los grandes festivales. La película, rodada con actores no profesionales (Benedicta Sánchez, con 84 años, consiguió el Goya a la mejor actriz revelación), narra el regreso a casa de Amador tras haber cumplido condena por un delito de incendio. Allí, en una aldea perdida de la Serra dos Ancares lucense, volverá a convivir con su madre Benedicta, su perra Luna y sus tres vacas. Un filme con una puesta en escena artificiosamente naturalista y una potencia visual brutal en el último tercio que aborda la agonía de la naturaleza y lo rural en el mundo moderno, la simplificación del enorme problema de los incendios en la figura del pirómano, el vacío semántico de la palabra reinserción y la imposibilidad de escapar al destino.
Por último, El hoyo cuenta en su camino hacia Los Ángeles con el respaldo del premio a la mejor película en el festival de Sitges y con el éxito que ha experimentado el filme en Netflix (llegando a ser la más vista en Estados Unidos de la plataforma durante algunas semanas). Sin embargo, su apuesta por el género quizá le reste algunas posibilidades. Película de horror casi gore y contundente metáfora política sobre la desigualdad en el mundo, rodada por el debutante Galder Gaztelu-Urrutia, la trama nos sitúa en una espantosa prisión vertical estructurada de tal forma que la pareja de habitantes del nivel superior pueden disponer de toda la comida que quieran y a medida que bajan los pisos (hay hasta 200) los de cada nivel inferior reciben las sobras de los del nivel superior. Un infierno en vida en el que el protagonista, Goreng (Iván Massagué) entra por voluntad propia para obtener un título para toparse con el peor de los mundos, un lugar de una violencia extrema en el que el hambre lleva a sus desafortunados prisioneros a devorarse los unos a los otros.