Un furgón cargado de algunos de los presos más peligrosos de España y una ruta diabólica entre montañas nevadas, Javier Gutiérrez como un policía con “demasiado” apego por el protocolo que no sabe cómo controlar una situación que no sale en ningún manual y Karra Elejalde, Patrick Criado y Luis Callejo completando el reparto. Estamos ante un thriller musculoso en el que ese furgón se convierte en una ratonera para los violentos reos pero también para los policías. Una situación brutal en la que son atacados por una figura tan misteriosa como violenta que provoca un cambio de roles entre los agentes del orden y los quebrantadores que ponen en crisis el orden oficial del mundo. Inspirándose en el célebre caso de Marta del Castillo, Lluís Quílez (Barcelona, 1978) arma un filme del que conviene no desvelar más detalles de una trama con numerosas vueltas de tuerca para mantener al espectador clavado a la butaca. El director nos cuenta por qué ha querido reflexionar sobre los límites de la ley o el tono de western que impregna la película.
Pregunta. George Bush decía después del 11-S que todo sería más fácil si Estados Unidos no fuera una democracia. ¿El estricto cumplimiento de la ley puede ser fuente también de injusticias?
Respuesta. Desde la fase de guión queríamos que la película fuera un vehículo de entretenimiento, porque yo creo mucho en el cine popular, pero también que fuera más allá de eso para plantear varias capas al espectador. No es una película de venganzas porque si así lo fuera el “vengador” tendría suficiente con matar y aquí es algo más complejo. Nos interesa explorar la idea del individuo contra el sistema y los límites entre la libertad y la justicia. Con ese final ambiguo queremos que sea el propio espectador quien reflexione sobre su propia idea de moral.
P. Hay un momento en el que la película vira del thriller puro y duro a buscar un aliento trágico. ¿Cómo desarrolla esa progresión?
R. Se trata de empezar con una premisa clásica. Están los delincuentes encerrados y aparece una amenaza externa en un espacio minúsculo. Poco a poco vas entendiendo quién es quién y la película muta hacia otra cosa. De repente, todo es mucho más emocional y profundo de lo que esperabas.
P. Al principio de la película, la línea que distingue los policías de los “malos” es muy claro pero el caos lo confunde todo. ¿Podemos perder nuestra identidad cuando nos quitan el rol que desempeñamos en sociedad?
R. Ese cambio de roles es una constante de la película, los personajes todo el rato se están reciclando. Vemos cómo las víctimas pueden ser agresores y cómo los salvadores pueden ser los más peligrosos. El cine que más me interesa es el que plantea situaciones ambiguas, todos los personajes son complejos y hay un momento que te dan un poco de asco. En esa situación extrema que viven, donde además les falta información, no tienen más remedio que ponerse a cooperar entre ellos y mostrar distintas facetas de su personalidad. Así hay más emoción, más dificultad, siempre vas hacia arriba. Esa progresión de los personajes también se expresa de manera visual, vamos del mundo metálico y cuadriculado del furgón policial a una naturaleza agreste con formas orgánicas hasta terminar en ese pueblo desierto. Esa idea de que no siempre se puede seguir la ley y el dilema que plantea pertenece al mundo del western y se relaciona con el espacio.
P. Es un tipo de película que estamos más acostumbrados a ver en el cine de Estados Unidos. ¿Quería que se viera sin embargo “muy española”?
R. En España no se han hecho muchos thrillers como éste, películas duras, secas, sin concesiones. Queríamos una película violenta e incómoda y que transmitiera todo eso. Teníamos mucho interés en que se sintiera española, apegada a nuestra realidad y a nuestra cultura, sin perder la universalidad de la historia. Hemos intentado ser lo más realistas posible porque queremos ver cómo funciona de verdad la policía española, por ejemplo en la secuencia del cacheo. Por eso la decisión de acabar en un pueblo de la España vacía que nos lleva al terreno del western.
P. ¿Cuáles han sido los referentes?
R. Hay películas muy claras como Asalto a la comisaría del Distrito 13 (John Carpenter, 1976) o clásicos de acción más pura y dura como La jungla de cristal (John McTiernan, 1988). Harry el sucio (Don Siegel, 1971) es una película que trata de manera magistral ese dilema entre la ley y la moral. Y Perros de paja (Sam Peckinpah, 1971) también era una referencia absoluta con ese Dustin Hoffman que no se quiere implicar y acaba metido en una espiral de violencia. Me gustan mucho las películas donde el espacio incide mucho en la trama. Y me interesa también la forma en que afecta la naturaleza y la climatología. Me atraen las situaciones catastróficas donde surge la supervivencia extrema.
P. Hasta la última parte de la película no descubrimos la identidad del atacante ni sus motivos. ¿Nos da más miedo lo que no vemos y desconocemos?
P. Durante mucha parte del metraje no puedes poner rostro a ese mal que los martiriza. Me gusta mucho El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg, 1971) porque al no poder identificar al agresor surge un mal abstracto. Aquí lo que sucede es que el malo no es tan malo y algunos personajes que quizá despreciabas al principio tampoco.
P. ¿Cree que hay una distinción entre delincuentes que podrían ser personas decentes y otros que son malvados de corazón, psicópatas?
R. Son presos porque son gente que ha hecho algo malo, pero también son seres humanos que se merecen una segunda oportunidad. Después, efectivamente, están los psicópatas que son un caso aparte. Muchas veces, esos villanos pueden tener un aspecto atractivo como en el caso de Antonio Anglés o Ted Bundy y que además lo utilizan en su provecho. Me interesaba un personaje así.