Cualquier seriéfilo empedernido asociará el nombre de Michael Chiklis al del detective Vic Mackey. Si además tiene buen corazón se olvidará de su participación como Ben Grimm/La cosa en la inenarrable Los 4 fantásticos (Tim Story, 2005). De hecho, es bastante improbable que el actor de Massachussets obre el milagro de disociar su rostro -una blanca bola de billar con ojos azules- del del personaje que le llevó a la fama y al éxito (ganó el Emmy en 2002 y el Globo de Oro en 2003). Para bien y para mal, su papel protagónico en The Shield (Shawn Ryan, 2002-2008) ha marcado la carrera de un Chiklis que, pese a su probado talento, no ha dado con otro personaje que rivalice con el de ese jefe de escuadrón que parece haber salido de una novela de Jim Thompson. Su última apuesta -es también productor ejecutivo- para darle un volantazo a su alicaída trayectoria es Coyote, cuya primera temporada estrenó AXN en España el pasado día 25. Michael Chiklis es Ben Clemens, un policía fronterizo que, como el Roger Murtaugh (Danny Glover) de Arma Letal (Richard Donner, 1987) afronta su último día de servicio. Solo que hay trabajos que no le abandonan a uno, ni siquiera después de haber sellado los papeles de la jubilación.
La primera secuencia de Coyote es un teaser de manual. Un camión transporta a un grupo de emigrantes mexicanos hasta la frontera. Un buen puñado de millas antes de llegar, se detiene. Varios hombres armados obligan a los pasajeros a colocarse chalecos cargados con paquetes de cocaína. Algunos se niegan. Suena un disparo. Uno de los trasladados muere. Tres de ellos huyen. El camino hasta Estados Unidos es largo y arduo. Llegan a un altozano y vislumbran la valla metálica que separa México de la presunta tierra prometida. De repente, una figura gris emerge emborronada de entre los vapores que emanan de la tierra seca, quemada por el sol. Es Ben Clemens.
Esa secuencia anticipativa (el arranque del piloto conecta con la parte final del segundo episodio) sintetiza la temática de toda la serie: un hombre en contradirección que desafía su propio conocimiento profesional, que viola las normas que lleva toda la vida defendiendo y que se ve forzado a desoír a su propio instinto (su pateo destino México, ese ir al revés, es también simbólico). El cruce de fronteras y la omnipotente presencia del narco serán otras dos constantes de esta teleficción creada por Michael Carnes, Josh Gilbert y David Graziano. Eso es Coyote, la historia de un policía recién retirado que terminará trabajando para el cartel de los Zamora.
Pero ¿cómo se mete Clemens en semejante fregado? Pues casi contra su propia voluntad. Porque, además de un buen profesional (en su último día de laburo encuentra un túnel que atraviesa subterráneamente la frontera y se emplea para el tráfico de personas y/o drogas) y de un tipo duro (el enfrentamiento con los narcos en el subsuelo), tiene buen corazón, aunque eso no le bastó para impedir que su núcleo familiar estallase en mil pedazos (está separado y su hija vive con su exmujer, ahora emparejada con un psicólogo). Pese a ello, Ben es un tipo leal. Por eso viaja hasta México, para terminar de construir la casita que su excompañero Javier, fallecido en acto de servicio, había empezado a levantar frente al mar. Cuando la acabe, la viuda del que fuera su colega podrá venderla y así pagar el préstamo de la unifamiliar que posee en San Diego.
Pero como ya deben saber a poco que hayan vivido, las buenas obras las carga el diablo. A veces -muchas veces- la caridad no es más que un atajo hacía el infierno (otras muchas solo es un desvío hasta un parking tranquilo en el que estacionar nuestra conciencia). Total, que la conversión del migra en aspirante a presentador de Bricomanía se verá abortada por la irrupción de una joven embarazada a la que su incipiente barriga no le impide poner pies en polvorosa para escaparse del futuro padre de la criatura, que no es ni más ni menos que Dante Zamora (Krystian Ferrer), de los Zamora de toda la vida, oriundos del estado de Guerrero, recientemente ingresados en el negocio de la viticultura, y titulares del certificado de calidad ISO 9001 por su excelencia en el tráfico de cocaína. A regañadientes y sembrando el camino con un par de cadáveres (¿o acaso esperaban una huida plácida como la de quien escapa de una reunión familiar alegando ardor de estómago?), el bueno de Clemens dejará a la desamparada María Elena Flores (Emy Mena) a buen recaudo en casa del Tío Sam (su viaje a través del desierto tiene algo de buddy movie, de ahí la cita a la película de Donner). Ese será el inicio de todos sus problemas.
Sin ánimo de desmenuzar todo el argumento de la teleserie creada por Carnes, Gilbert y Graziano, basta con señalar que sus bondades se concentran en los dos primeros episodios, dirigidos por la curtida productora y realizadora Michelle MacLaren (ha dirigido episodios de, agárrense, Breaking Bad, The Walking Dead, Juego de Tronos, The Leftovers, The Deuce o Better Call Saul). No es que sus dos compañeros en los créditos de dirección le vayan a la zaga en experiencia -los revólveres de Guy Ferland y Stephen Kay tienen más muescas que el colt de Seth Bullock- pero sus episodios están peor escritos y se limitan a seguir los patrones establecidos por la directora canadiense (quizá el quinto, ‘King Tide’, sea el que mejor funcione en términos de tensión). En todo caso, no hay planos que alcancen el nivel compositivo de aquel que reúne a Ben con Silvia (la siempre magnífica Adriana Paz de Vis a Vis o Perdida) en el pequeño restaurante que ella regenta: los dos personajes están unidos por Javier, excompañero de Ben y examante de Silvia, alguien que no era el buen hombre que todos pensaban, alguien que con sus chanchullos ha dejado entrampados al policía y a la cocinera, de ahí que MacLaren los muestre atrapados mediante un reencuadre que sirve, también, para fijar la relación de complicidad que se establecerá entre ambos (a medida que la historia avance, veremos que los hilos que los unen son más fuertes de lo que Ben y los espectadores intuimos: la serie va bien servida de giros de guion).
El otro punto fuerte de esta producción de Paramount Network son los contrastes (y la mixtura) inherentes a cualquier relato fronterizo: que la pieza musical que acompaña a los créditos sea obra de Calexico ya es toda una declaración de intenciones; que en el piloto pasemos de escuchar el Welcome to Tijuana de Manu Chao al Long Cool Woman (In a Black Dress) de The Hollies, también. Choques culturales, sociales y geopolíticos, unidos por una corrupción endémica que se traduce de diferente modo según qué lado de la frontera se pise: en México, el país exportador de estupefacientes, la belleza paisajística de Baja California aparece rodeada de pobreza y miseria (en oposición al lujo que exhibe el rancho de los Zamora); San Diego, zona de demanda, se nos presenta como una ciudad mestiza pero ordenada, con sus pequeñas casas unifamiliares y sus calles perfectamente urbanizadas.
Coyote es errática, no solo por la inclusión de flashbacks que describen el siempre traumático pasado de los personajes -sin importar su relevancia en el conjunto, lo mismo da que hagan referencia a algún rol episódico como el de María Elena, que al propio Ben- sino, sobre todo, por la discontinuidad de determinadas tramas y por la indefinición general (¿es el relato de un rescate? ¿la historia de un agente doble? ¿una fábula moral sobre la corrupción? En realidad, es todo eso a la vez y ‘todo eso’ es demasiado). El segundo episodio finaliza con el inicio de la investigación, a cargo del grupo de investigadores de Seguridad Nacional (HSI), que tratará de dar con el asesino o asesinos de los dos sicarios que crían malvas en el lado gringo de la frontera (o sea Ben en su huida). Pues bien, esa línea dramática que devendrá crucial en el tramo final de la temporada no se recupera hasta las postrimerías del cuarto episodio.
Los guiones son, en definitiva, optimizables. Ejemplos: Ben y María Elena cruzan la valla, sus perseguidores los miran, frente a frente, desde el otro lado, ¿Por qué no les descerrajan un tiro, cruzan el cercado, cogen el cadáver, lo depositan en terreno mexicano y recuperan a la chica? La frase que justifica que eso no sea así no puede tener menos fuerza: “si nos matas, la patrulla fronteriza no parará hasta encontramos”, dice Ben. Después se nos tratará de explicar que ese grupo de sicarios fue enviado por Juan Diego Zamora (un Juan Pablo Raba más bussiness man que capo), cuya intención es que María Elena dé a luz en USA y Ben les sirva como su hombre en el otro lado (pero, si el objetivo es ese, ¿para qué demonios mandas que los persigan?). Coyote está repleta de incoherencias de este calibre, aunque quizá la más llamativa -en la que no entraremos para evitar spoilers tempraneros- sea la relacionada con el rescate de Mazo Zamora (Daniel Edward Mora) de un centro de detención de inmigrantes.
La gran ventaja de la teleficción que emite AXN es que la carga del peso de la función reposa sobre las espaldas de Michael Chiklis. En un star system devaluado -ahora los directores y los showrunners son el principal reclamo para atraer espectadores- la imponente figura del actor de Lowell, esa facilidad para convertir los diálogos en golpes y lo rotundo de su presencia -y no me refiero a su evidente sobrepeso (lógico para su personaje)- está a la altura de muy pocos intérpretes. Importa poco que su carrera no esté repleta de éxitos o que no haya tenido que alquilar un trastero para guardar premios, tampoco es relevante que en lugar de un lince su agente sea un topo que no encontraría un buen proyecto ni aunque le golpearan con el guion en la cabeza. Todo eso queda reducido a las cenizas de la vulgaridad cuando Chiklis aparece en pantalla, se apropia del encuadre como si fuera su coto privado y hace que tu espina dorsal se ponga a temblar con solo mirarte. Respeto eterno al puto Vic Mackey.