Una adolescente menor de edad, Lise (Melissa Guers) es acusada de asesinar a cuchillazos a su mejor amiga después de haber pasado la noche con ella. La joven niega en rotundo ser la perpetradora del crimen aunque no existan pruebas que impliquen a nadie más. A modo de drama judicial, en La chica del brazalete el director francés Stéphane Demoustier (Lille, 1977) cuenta la historia desde el punto de vista de los aterrorizados padres, que apoyan a su hija ante el mundo pero en secreto se preguntan si habrán criado a un monstruo. La película está basada en un hecho real que sucedió en Argentina y del que ya existe una versión cinematográfica no estrenada en España, Acusada (Gonzalo Tobal, 2018). El director envuelve en un misterio absoluto el enigma central de la película para reflexionar a partir de una joven que parece inexpresiva sobre conceptos como la diferencia entre la justicia con mayúsculas y la estricta obediencia a la legalidad, la capacidad diabólica de las apariencias para engañarnos, la forma en que la sociedad condena a una mujer promiscua o las similitudes entre un proceso judicial y el cine.
Pregunta. Ha dicho que quiso hacer esta película ante la extrañeza que le provocaba no comprender a sus hijos. ¿Pueden ser nuestros propios hijos verdaderos desconocidos?
Respuesta. Cuando uno tiene descendencia piensa que son sangre de tu sangre y que por tanto los comprenderá pero después te das cuenta de su alteridad. Los hijos siempre te acaban sorprendiendo. He observado esto con sorpresa, sin angustia pero como una nueva experiencia. Cuando descubrí ese suceso que pasó en Argentina sobre una adolescente acusada de asesinato me pareció una buena historia para contar esta sensación de que como padre no sabes lo que les pasa a tus hijos. En este caso ese descubrimiento sobre la verdadera identidad de los hijos es doblemente brutal. Me interesaba contarlo utilizando la intriga y el suspense pero al mismo tiempo hacer un retrato de la nueva generación vista desde el punto de vista de los padres.
P. Lo más intrigante del personaje es que todo apunta a su culpabilidad pero lo niega con rotundidad y al mismo tiempo casi no se defiende. ¿Todo el misterio está en su propio rostro?
R. Lo que resulta sorprendente es que en ningún momento se comporta como se supone que debería hacerlo una acusada porque es inexpresiva. Se supone que alguien que se defiende de un cargo por asesinato se va a esforzar por clamar su inocencia pero ella actúa como si rechazara participar en el juego social que significa un proceso judicial. No deja de ser una especie de teatro en el que todo el mundo se supone que interpreta y en cambio ella es silenciosa y no participa. Eso nos sumerge en la duda, no sabemos si es una gran mentirosa o está devastada porque es inocente. Creo que los adolescentes tienen mucho de ese misterio, parecen distantes y herméticos. Los adultos encontramos esto desesperante pero forma parte de su proceso de reafirmación.
P. ¿Quería colocar al espectador en el mismo lugar que los padres?
R. El espectador ve la película como los padres pero también está en la misma situación que el jurado. Quiero que el público vea un proceso en el que no hay pruebas irrefutables y por tanto hay una duda. Normalmente en el cine se responden todas las incógnitas y se aclaran las situaciones pero yo no quería esto. Quería que estuviéramos en la misma niebla que todo el mundo salvo la propia Lise. Por eso mi intención era olvidar el suceso real en el que se inspira la película. Yo cuento mi propia historia, no hice una investigación.
P. ¿No es lo mismo la justicia pura y perfecta que la justicia a la que puede llegar la legalidad?
R. En Francia el proceso es muy garantista con los acusados y cualquier mínima duda siempre le beneficia. Creo que en la película esa duda sobre la culpabilidad es un elemento de intriga pero no creo que sea el único tema de la película. La gran pregunta es si los padres están dispuestos a admitir que no conocen a su hija. Cuando pregunto al público al terminar las proyecciones quién piensa que es culpable y quién cree que es inocente con frecuencia está dividido. Luego pregunto: ¿Quién la hubiera condenado? Y eso es diferente porque la verdad judicial es otra cosa.
P. Camus decía que entre la justicia y su madre se quedaba con su madre. ¿Es lícito que unos padres protejan a su hija aunque sepan que es culpable?
R. Marguerite Yourcenar también hizo la misma pregunta, ¿si tu hijo fuera un asesino lo continuarías amando? Creo que el amor parental es incondicional y lo acepta todo. También creo que los padres van a ser los primeros en creer que su hija es inocente pero también dudan, se interrogan, como es lógico. Creo que hay dos cosas distintas, una es que lo haya hecho y la otra si la condenan. Pero lo más importante es el amor incondicional de esos padres. Yo mismo no sé si ella es culpable o inocente pero deseo que sea inocente porque me gusta el personaje a pesar de sus silencios.
P. El carácter juega un papel importante, no sabemos si la frialdad de la chica acusada es maldad suprema o la prueba de su inocencia, y también se cuestiona su sexualidad. ¿Tendemos a juzgar por las apariencias?
R. La película juega todo el rato con la forma en que interpretamos a los demás porque por ejemplo a esa frialdad le vamos a dar una explicación. No está claro si es una psicópata y por eso es tan fría o está traumatizada por el asesinato de su mejor amiga. Todas las escenas pueden ser interpretadas de manera totalmente distinta en función de que creamos que es culpable o inocente, así es como está construida la película. Antes de rodar la actriz me preguntó si era culpable y yo le dije que podía decidir ella misma pero que no me lo dijera y hoy sigo sin saber si interpretó al personaje con una idea u otra. La clave del filme es la lectura que cada uno hace. Lo mismo sucede, efectivamente, con su sexualidad. Cuando estaba preparando la película fui a varios juicios para asesorarme y me sorprendió mucho que los fiscales y los abogados hablan con frecuencia de cuestiones morales que no tienen nada que ver con el hecho pero que sirven para aclarar la personalidad. Y eso acaba teniendo mucha importancia para el jurado. En la película se le reprocha y se la culpabiliza por su vida sexual que se califica de depravada. La realidad es que no hay ninguna relación con que sea o no una asesina. Cuando es una mujer la percepción de la sociedad es más dura con esa promiscuidad. Con un chico no hubiera pasado lo mismo.
P. ¿Ve un proceso judicial como una forma de espectáculo teatral?
R. Es totalmente una obra de teatro en la que cada uno juega su papel. El fiscal tiene que acusar y el abogado que defender, cada uno está en su lugar. La única que se niega a jugar ese papel es la acusada que se niega a comportarse de manera “inocente”, eso tiene que ver con lo indomable de la adolescencia. Y al final existe esa verdad judicial que es lo que hemos visto durante la película que no tiene que ser la verdad absoluta porque los procesos reinventan un hecho real mediante la palabra. Y el cine hace lo mismo porque la manera en que cuentas la historia la reinventa, por eso es apasionante filmar un proceso judicial.
P. ¿Todos podemos parecer culpables de un asesinato si se examinan nuestros peores defectos?
R. Hitchcock rodó esa película, Falso culpable (1956) que era fascinante porque contaba precisamente eso, la desdicha de un pobre tipo que todo lo que ha hecho de manera inocente antes de un crimen parece confirmar que es el culpable.