Si Val del Omar (Granada, 1904-Madrid, 1982) falleciera hoy, el impacto sería mucho mayor que cuando murió de verdad en un accidente de coche. En los últimos diez años ha habido más Val del Omar que nunca: retrospectivas en el Jeu de Paume de París o en el BAFICI de Buenos Aires, exposiciones como De Gutenberg a Faraday, presentada en la galería Max Estrella en 2018, discos en los que algunos artistas han investigado su legado, documentales como el que prepara Pierre-Paul Puljiz estos días en nuestro país… Y en el horizonte, su desembarco en 2022 en el Museum of Moving Image de Nueva York con una muestra de su trabajo.
El estrellato actual de Val del Omar tiene mucho de justicia poética. No lo tuvo fácil, como recuerda su yerno, el economista Gonzalo Sáenz de Buruaga, artífice junto a su sobrina-nieta, Piluca Baquero, de la “resurrección” del
director: “Tropezaba con la abulia reaccionaria de las administraciones: cuando en 1965 cedió gran parte de su laboratorio a la Escuela Oficial de Cine, su director (de cuyo nombre no quiero acordarme) lo despreció y lo arrumbó como basura”.
Hoy hay cineastas contemporáneos, como la argentina Lucrecia Martel o el húngaro Lászlo Nemes, que siguen la estela de Val del Omar en su búsqueda de un cine inmersivo y sensorial en el que el espectador “sienta” la película. Sáenz de Buruaga lo llama “arte total”. En 1961, en Cannes, el mismo año que la Viridiana de Buñuel ganó la Palma de Oro, el director recibía una “mención técnica” por “la puesta en práctica de sus particulares efectos de iluminación” en Fuego en Castilla. En Francia presentó otros tres de sus mayores inventos: el sonido diafónico, la visión táctil, que él llamaba “cubismo luminoso”, y el “desbordamiento apanorámico de la imagen”. El cineasta creó un efecto de llamas que traspasaba la pantalla invadiendo el techo, las paredes y hasta el patio de butacas.
Val del Omar creó un efecto de llamas que traspasaba la pantalla, invadiendo el techo y el patio de butacas
Desbordamiento se llamaba precisamente la primera gran exposición que se le dedicó en España. Fue en 2010 en el Reina Sofía, donde está depositado todo su legado. “El apoyo de este museo fue decisivo para que se comenzara a revalorizar su obra”, explica Javier Hontoria, director del Patio Herreriano de Valladolid, en donde este sábado, 8, se inaugura la exposición Trascendencia de Val del Omar. Fue un visionario, precursor en la exploración de las fronteras entre arte y cine, pionero de la instalación y también inventor de sus propias técnicas e instrumentos. Todo ello, en una mezcla entre misticismo y tecnología muy contemporánea en la que la reflexión sobre España se impone como tema esencial. “Ha habido muchos prejuicios sobre la españolidad, pero por suerte en nuestra generación tenemos una mirada más limpia, no tan ideológica”, dice el Niño de Elche, quien le ha dedicado un disco en vinilo y una instalación, Auto Sacramental Invisible, que estará hasta noviembre en el Reina Sofía. Ante la polémica de su supuesto franquismo, el cantaor dice: “La izquierda se ha equivocado al despreciar determinadas manifestaciones artísticas populares y religiosas al caer en la trampa de identificarlas con la dictadura. Val del Omar tiene un discurso sobre nuestro país porque sabe leer de manera brillante su realidad”.
Vibración en Granada
La exposición del Patio Herreriano proyecta cuatro de sus películas más emblemáticas. Dialogando con trabajos de la artista Soledad Sevilla, Vibración de Granada (1935), un corto de su primera etapa, y Aguaspejo granadino (1955), pieza clave de su Tríptico Elemental de España, reflexión poética, mística y profunda sobre la españolidad y el cine. Complementando una exposición de la fotógrafa castellana Piedad Isla, se proyectará Película familiar (1937) y Fiestas cristianas/Fiestas profanas (1934). “Lo más interesante es reventar el canon”, dice Hontoria, “y Val del Omar fue un agitador, un artista avanzado a su tiempo en el que confluyen fondo y forma. En el caso de Soledad Sevilla sus visiones de Granada, relacionadas con la piedra y la luz se complementan y en el de Isla trenzamos una analogía por su interés común en lo etnográfico y antropológico”.
La resurrección de Val del Omar comienza en 1992 cuando por iniciativa de su hija, María José, y su yerno, Sáenz de
Buruaga, la Diputación de Granada publica Val del Omar “Sin fin” (rótulo que aparecía al final de sus películas) en dos tomos, el primero dedicado a su legado cinematográfico y el segundo a sus poemas, muchos de ellos de corte erótico, titulados Tientos de erótica celeste. A ello se añadía el lanzamiento de sus películas en VHS, hoy disponibles en un cofre de DVD editado por Cameo aún más completo. Poco después, su sobrina-nieta, Piluca Baquero, produce Ojalá Val del Omar (1994), un documental sobre su figura que triunfa en Venecia.
“Un paso importante fue una instalación que creamos a principios de siglo llamada Galaxia Val del Omar que viajó con el Instituto Cervantes por todo el mundo”, explica Baquero. “En 2003 mostramos su trabajo cuando acompañó a las Misiones Pedagógicas en la Residencia de Estudiantes. Un año después, gracias al apoyo del ICAA, pudimos ‘telecinar’ el material de los 70 que Eugeni Bonet recopiló en Tira tu reloj al agua. Es entonces cuando arranca la fructífera colaboración con el Museo Reina Sofía, gracias al impulso de su director, Manuel Borja Villel”.
El archivo sonoro
Por otro lado, el interés de los músicos por Val del Omar no es nuevo. Arranca en 1998 cuando los granadinos Lagartija Nick le dedican un disco en el que utilizan sus poemas, además de sus técnicas de grabación como el sonido diafónico. El Niño de Elche también se inspira en el artista explorando su archivo sonoro, hoy digitalizado y custodiado por el Reina Sofía. De ahí surge el álbum La distancia entre el barro y la electrónica. “No es tan importante lo que está grabado sino cómo está grabado. El archivo es un reflejo de las inquietudes sonoras de Val del Omar. Muchos de esos sonidos no los utilizó en sus películas, con lo que nos queda la duda de si fueron descartados o si con ellos se pone de relieve el propio acto performativo de grabar”, explica el Niño de Elche.