Dice David Färdmar que hay al menos una escena de Vivir sin nosotros en la que se inspiró en Ingmar Bergman, el gran maestro sueco del cine. Se trata de la primera, en la que aparece la pareja protagonista, Adrian (Björn Elgerd) y Hampus (Jonathan Andersson), estirados en una cama con cara de palo y que inmediatamente nos recuerda a la que protagonizaban Liv Ullman y Erland Josephson en la mítica Escenas de un matrimonio (1973). Son películas muy distintas, y no solo porque en este caso sean dos hombres los protagonistas. El director realiza una meticulosa construcción de la psicología de ambos para contraponer al controlador y dominante, pero también más inteligente y sofisticado Adrian frente a Hampus, un chico menos retorcido y perverso pero también algo más simple. Cuando el amor se acaba, ambos lucharán contra la nostalgia, la soledad y el sentimiento de fracaso.
¿Por qué sufrimos tanto cuando rompemos?: “El título es Vivir sin nosotros y ese “nosotros” es la clave porque una pareja forma una entidad nueva. Cuando se rompe tienes que crearte una identidad sin ese “nosotros” y de eso va toda la película, de cómo volver a ser tú y yo. Hay siempre una reconstrucción de la identidad después de una relación larga. Ese es el problema de Hampus, necesita construirse de nuevo porque no quiere ser más lo que Adrian quiere que sea”. Nuestro cerebro, como no, también juega malas pasadas: “Muchas veces los recuerdos idealizan las relaciones cuando rompemos. Ambos no se dan cuenta de lo buena que era su relación o lo buena que pensaban que era hasta que se separan”.
La construcción psicológica de los dos personajes es la gran baza de la película. “A Adrian le gusta tener el control y el poder. Creo que no podría estar con alguien que fuera dominante como él. También creo que al principio de la relación a Hampus le gusta que él esté al mando pero después de tres años siente que ya no queda nada de él y necesita salir para empezar de nuevo y su novio no lo ve. Esto es tóxico, es una mala relación. Al mismo tiempo Adrian se da cuenta de alguna manera de que su carácter es el que crea los problemas y aunque le gustaría cambiar no es capaz. A él le gustaría ser más como Hampus, más libre, menos constreñido y tener su ingenuidad. Sin embargo, cuando comienza a salir con el chico danés vuelve a hacer lo mismo. Es una espiral hacia abajo de la que no logra salir, quizá al final de la película uno puede tener la impresión de que puede solucionarlo”.
En el mundo nórdico, las peleas románticas no se saldan con gritos y dramas rotundos como quizá es más propio del carácter más apasionado de los países del sur, y la procesión muchas veces va por dentro. “Se castigan el uno al otro con los silencios, lo cual puede ser mucho más doloroso que un improperio”, dice el director. Para expresar esos dos caracteres tan distintos de los dos novios, el director también usa la paleta cromática: “He jugado mucho con los colores. El apartamento de Adrian en el que viven en Gotemburgo es muy bonito, de hecho está en frente del mío propio. Predomina el blanco porque representa la vida controlada y pulida de Adrian. Incluso su estudio tiene ese color. En cambio, el apartamento de Hampus tiene colores, sobre todo verde”.
Con una prolija trayectoria como director de cásting en su país, Färdmar, quien debuta en el largometraje tras dirigir numerosos cortos, explica que con la película también ha podido resarcirse de una frustración: “Conocí a los actores en 2012 desarrollando mi trabajo como director de cásting, ambos eran muy jóvenes entonces. Cuando tienes ese trabajo a veces da mucha rabia porque haces grandes descubrimientos y luego los disfrutan otros directores. Escribí la película pensando en ellos y estuvimos mucho tiempo preparando el guion y haciendo ensayos. Es una película en la que hay una gran intimidad y era importante que se creara esa conexión”. Fue un proceso de gestación largo y no solo porque los preparativos lo fueran: “El rodaje de la película transcurrió durante un año. Quería que salieran las distintas estaciones y creo que hubiera sido demasiado difícil rodarlo de golpe, ellos cambian de aspecto y eso era importante”.
Tradicionalmente, en el cine protagonizado por personajes homosexuales la propia homosexualidad es el principal problema. A pesar de su fama de ser una sociedad muy liberal, Färdmar dice que ser gay muchas veces sigue siendo difícil en Suecia fuera de las grandes ciudades. Sin embargo, esta es una película en la que en ningún momento se plantea de una manera conflictiva: “Quería hacer una película protagonizada por dos gays en la que nadie sale del armario, nadie recibe una paliza ni sufre homofobia, ni tampoco se contagia de VIH y se muere de SIDA. Todo el mundo sigue vivo cuando llega el final”, explica el director. “Esa era mi misión porque quería hacer una película sobre otra cosa. Me gusta que los jóvenes vean que ser homosexual no tiene por qué ser un problema ni un drama, pasan muchas otras cosas”, remata.