Accede por fin al Teatro Real, tras varios años inexplicablemente en el dique seco, Don Fernando, el Emplazado, de Valentín Zubiaurre. Se estrenó en este coliseo y en italiano en 1874, tres años después de que viera la luz por vez primera vez, en versión castellana, en el Teatro Alhambra de la capital, tras ganar en 1869 un concurso junto con Atahualpa, de Barrera. En el Real, a donde regresa este sábado 15 de mayo, fueron protagonistas en 1874 La Fossa, Tamberlick, Boccolini y Ordinas.
Se utilizará la partitura revisada y puesta al día por el Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU), que la tuvo lista hace ya bastante tiempo. Sea como sea, se nos presenta, bajo la batuta de José Miguel Pérez-Sierra, una magnífica oportunidad de disfrutar, aun en versión de concierto, de una obra que posee un valor musical incuestionable, más allá de convencionalismos y de episódicos baches e irregularidades.
Maestro Hilarión Eslava
Zubiaurre, nacido en Garay, Vizcaya, en 1837, fue a su modo un francotirador que empezó como tiple en Santurce. Alma inquieta, en 1853 emigró a Suramérica. Regresó al cabo de cinco años y, de inmediato, siguiendo los consejos de Ledesma, su maestro de niñez, viajó a Madrid para estudiar con Hilarión Eslava, con quien estuvo un lustro, durante el cual no dejó de formarse y de com- poner: la ópera Luis Camoens, por ejemplo.
Es una magnífica oportunidad para disfrutar de una obra que, con irregularidades, tiene un valor incuestionable
El interés de la reposición es innegable, dadas las calidades de la composición, aplaudida en su tiempo y muy celebrada por críticos de la época como Peña y Goñi o Esperanza y Sola. El primero destacaba en el capítulo XXIX de La ópera y la música dramática en España (1881-85), edición facsímil del ICCMU, “su instintivo calor dramático, sus ritmos apasionados y una orquestación tan pronto delicada como ruidosa”; aunque este último epíteto pueda tener un valor más bien negativo.
La ópera enlaza con la más pura tradición belcantista de Rossini, Donizetti, Bellini y el primer Verdi y que participa también de la influencia venida de Francia con Gounod y Meyerbeer –este también por su vertiente germana– a la cabeza.
El segundo estudioso se hizo eco asimismo de las virtudes de la ópera, aunque poniéndole algunos reparos, en su artículo publicado en la Revista Europea, donde comentaba a la vez el argumento en tres actos en el que se mezclan lo religioso y lo fantástico, de forma bastante desequilibrada y farragosa. Llamaba la atención sobre el Preludio, perfectamente instrumentado y en el que se reúnen los motivos más bellos de la partitura, y también sobre el ritornello que precede a la escena de la cárcel. Entre otros puntos fuertes. Y resumía ensalzando “las ricas galas de la armonía y los excelentes efectos orquestales”.
Para las dos ‘funciones’ se ha preparado un buen reparto hispano, con la soprano lírica de tan fresco timbre Miren Urbieta Vega, la mezzo Cristina Faus, de tan suaves maneras, el barítono Damián del Castillo, de bien apoyada emisión, el tenor José Bros, aguerrido y experto, y el bajo Fernando Radó, templado y cumplidor. Una pena que no se le dé por fin al buen barítono Gerardo Bullón un papel de más enjundia y no el de Pregonero.