Contaba Gil Parrondo que cuando era pequeño veía desde la terraza de su casa, junto a sus hermanos, las películas que proyectaban en un cine al aire libre situado cerca. Eran películas mudas y, como no alcanzaban a ver los letreros, uno de ellos tenía que utilizar unos prismáticos para leerlos en voz alta, mientras los demás reían o lloraban en función de lo que los rótulos narraban. Algunas de esas películas serían probablemente de Charles Chaplin, por el que el futuro director artístico sentía una absoluta debilidad. “Era una persona que con el mínimo gesto nos hacía reír [...]”, contaba Parrondo. “Años después, al crecer nosotros y cambiar Chaplin de temas y metraje, descubrimos que también nos hacía llorar. Chaplin: de la risa al estremecimiento. Todos los amantes del cine le estamos agradecidos a este genio ilustre por lo que nos hizo reír siempre y por aquella última de City Lights que nos estremecerá eternamente (Luces de la ciudad, lo confieso, me produjo una emoción jamás sentida antes frente a la pantalla). Si hubo un genio en el séptimo arte, ese fue Charles Chaplin”.
Así, desde su infancia, Manuel Gil Parrondo y Rico-Villademoros parecía marcado por un séptimo arte en el que acabaría probando suerte. Pero antes, durante su adolescencia en el Madrid de la Guerra Civil en el que en cualquier momento podía caer un obús sobre los viandantes, Parrondo se jugaba el pellejo para ir a una sala y viajar a mundos insospechados desde el patio de butacas. Lo que seguramente no podía prever desde aquella terraza o desde las calles magulladas por la guerra es que se convertiría en el primer español en ganar dos premios Óscar, en 1970 por Patton y en 1971 por Nicolás y Alejandra, ambas películas de Franklin J. Schaffner. “Demostró una capacidad camaleónica y de adaptación para trabajar en situaciones, registros y con presupuestos muy diferentes”, explica Josetxo Cerdán, director de la Filmoteca Española. “Hay, sin embargo, una rotundidad en las escenografías de Gil Parrondo que son marca de la casa y que destacan en todas las películas en las que participó”.
100 años después de su nacimiento, que se cumplen este jueves 17, la Filmoteca rinde homenaje a “esta estrella del cine que brilló con luz propia”, en palabras de Cerdán, con la proyección en el cine Doré de la versión restaurada de Patton. Posteriormente, en julio, se podrán ver algunas de sus películas de aventuras dentro del espacio Filmoteca Junior: Simbad y la princesa (1958), de Nathan Juran; Los viajes de Gulliver (1960), de Jack Sher; El valle de Gwangi (1969), de Jim O’Connelly; Las aventuras de Enrique y Ana (1981), de Ramón Fernández; Robin y Marian (1976), de Richard Lester, y El viento y el león (1975), de John Milius. Fue este último, guionista de Apocalypse Now y director de El gran miércoles, quien mejor expresó el estatus que alcanzó Gil Parrondo en Hollywood: “Es el mejor dentro de su profesión. No existe otro igual. Si de mí dependiera, incluiría una cláusula en mis contratos para contar en todas mis películas con él… Todas las producciones en que ha participado tienen una dirección artística increíble”.
Gil Parrondo nació en Luarca (Asturias) el 17 de mayo de 1921 y a los 8 años se trasladó con su familia a Madrid. Durante la Guerra Civil ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estudió Arquitectura y Bellas Artes. Su pasión por el cine le llevó a trabajar en los Estudios Aranjuez como ayudante del decorador Amalio Martínez Gari en películas como Los cuatro Robinsones (1939), La Dolores (1939) y La gitanilla (1940). Después colaboraría con Siegfried Burmann en varias producciones históricas de Cifesa dirigidas por Juan de Orduña como Agustina de Aragón o Pequeñeces, ambas de 1950, hasta que en 1951 asumió la dirección artística de Día tras día, de Antonio del Amo.
Inició así una etapa prolífica en la que su principal colaborador fue Luis Pérez Espinosa. Consiguió su primer premio, otorgado por el Círculo de Escritores Cinematográficos en 1953, por su labor en Jeromín, de Luis Lucia, y también intervino en Felices pascuas (1954), de Juan Antonio Bardem, y Fedra (1956), de Manuel Mur Oti. Su labor en las grandes coproducciones internacionales arrancó cuando Orson Welles le citó en el Hotel Palace de Madrid, en 1954, para que trabajara con él en Mr. Arkadin, después de hacerle dibujar un decorado en una hoja de papel.
Así arrancó una espectacular trayectoria que le llevó, en primer lugar, a compaginar sus trabajos en el cine español con las coproducciones estadounidenses que se rodaban en nuestro país: Alejandro Magno (1956), de Robert Rossen; Orgullo y pasión (1956), de Stanley Kramer; Espartaco (1959), de Stanley Kubrick; Rey de reyes (1961) y 55 días en Pekín (1962), de Nicholas Ray; Lawrence de Arabia (1962) y Doctor Zhivago (1965), de David Lean; El Cid (1961) y La caída del Imperio Romano (1964), de Anthony Mann; El fabuloso mundo del circo (1964), de Henry Hathaway… Un curriculum inigualable que convierte a Parrondo en una leyenda de nuestro cine.
Después llegarían los dos Óscar y una tercera nominación por Viajes con mi tía, de George Cukor, aunque esta vez le arrebató el galardón el sobresaliente trabajo de R. Zehetbauer, J. Kiebach y H. Strabel en Cabaret. De manera indirecta, la tercera estatuilla le llegaría con el premio a la mejor película de habla no inglesa para Volver a empezar (1982), de José Luis Garci, director con el que tuvo una fructífera colaboración que le permitió levantar cuatro premios Goya, lo de Canción de cuna (1994), You’re the One (2000), Tiovivo c. 1950 (2004) y Ninette (2005). También trabajaron con Parrondo con Jaime Chávarri, Pilar Miró, Antonio Mercero y Mario Camus.
“Uno disfruta cuando encuentra unos muebles que funcionen con el decorado", dijo alguna vez Gil Parrando, que murió en 2016 a los 95 años habiendo estrenado más de 200 películas. "Lo que verdaderamente importa al final es que lo que pasa ahí sea creíble, que emocione, que haya química, como siempre han sabido hacer en Hollywood, y eso lo consiguen los actores". “Igual que en el caso de Berlanga, creemos que con Gil Parrondo es importante aprovechar la efeméride para reivindicar no solo su importancia en el contexto español, sino para situarlo en un contexto internacional en el que fue una estrella que brilló con luz propia”, finaliza Cerdán.