La pandemia no ha terminado pero Operación Camarón, película que debía estrenarse un 13 de marzo de 2020, justo al inicio del confinamiento, por fin llega a las pantallas. Detrás de la cámara, el nuevo rey de la comedia patria, Carlos Therón (Salamanca, 1978), quien después de reventar las taquillas con Lo dejo cuando quiera (2019) regresa al terreno del humor con una película clásica sobre un policía más bien pardillo, Sebas (Julián López), que por fin se libera embarcándose en una aventura insólita. Porque esta también es la primera parodia patria, en clave amable, del fenómeno de la música urbana que arrasa nuestro país.

Cuenta la peripecia de ese Sebas, joven policía apocado que de pequeño despuntaba para virtuoso del piano y debido a su miedo escénico ha acabado con el uniforme. Destinado en Cádiz, tierra de chirigotas y narcos del Estrecho, su vida cambia cuando debe infiltrarse en un grupo musical, una especie de flamenco-trap llamado Los Lolos y dirigido por el descamisado y porretas Lolo (Carlos Librado), única manera de acceder a la mansión de un narco (Antonio Dechent), ya que actúan en la boda de su hija. De tímido y reprimido a soltarse el pelo, Sebas se enamora de la hermana de Lolo (Natalia de Molina), redescubre su vocación y el sabor de la vida mientras los narcos se dedican a negocios mucho más sanguinarios.

Pregunta. ¿Cómo vive poder estrenar por fin su película?

Respuesta. Pilló justo el estreno con el principio del confinamiento. Estábamos haciendo la promoción y la gente comenzó a comprar papel higiénico como loca. Allí vimos que esto es más serio de lo que parecía al principio. Me gusta verlo como un símbolo de que ya arrancamos de vuelta. Me gusta que sea una película tan luminosa y optimista porque creo que es lo que necesitamos ahora, de repente cobra un significado distinto y no solo porque se tocan y se abrazan. Se ha convertido en una película de época contra pronóstico.

P. ¿El centro de Operación Camarón es ese proceso de liberación personal del tímido y reprimido Sebas?

R. Hay una especie de bloqueo en el personaje. De crío iba para concertista y por culpa de eso se ha quedado en policía. De repente, esta misión en un grupo musical mucho más desordenado y loco, tan distinto al mundo de la música clásica, vuelve a sacar ese lado creativo. Encuentra un camino para expresarse que se había bloqueado. Tenemos a este tipo que se tapa hasta el mentón, obsesionado con que todo esté ordenado y que cuando se mete en el grupo está obligado a salir de ese mundo tan normalizado e híper reglado. Lo más importante que aprende es que hay muchas formas de vivir, que la suya no es la única, además de redescubrir su vocación musical.

P. ¿En este caso la represión creativa va acompañada de represión sexual?

R. Eso está representado en su relación con Lucy (Natalia de Molina). Siente una atracción pero le cuesta mucho darse cuenta porque él mismo trata de reprimirla todo el rato. Es un personaje tiquismiquis y lo más gracioso es que Julián López (el actor que lo interpreta) también es así, muy ordenado, con lo cual no tuvo que fingir, le salía solo. Su sorpresa es cuando descubre este grupo en el que todo lo hacen con alegría y se fuman tranquilamente sus porretes.

P. El chico tímido y la mujer mucho más salvaje que le abre los ojos es un clásico de la comedia desde como mínimo La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938). ¿Fue un referente?

R. Sí, desde luego. También nos fijamos mucho en una película de los 80, Procedimiento ilegal (John Badham, 1987), por la idea del poli infiltrado que se enamora de la chica. Hay muchos elementos mezclados porque también es el remake de una película italiana (Song’e Napule,  de Marco y Antonio Maretti, 2013) y hay algunas escenas que están tal cual, porque hay muchas similitudes entre Nápoles y Cádiz. Ese momento en el que el policía dice si el protagonista piensa que Cádiz es el coño de la Bernarda, por ejemplo, es muy parecido. Al mismo tiempo, era importante que reflejara la cultura local, ese mundo de la chirigota gaditano tan peculiar.

P. Hace poco también vimos ese mundo gaditano del narcotráfico en Antes de la quema (Fernando Colomo, 2019). ¿Es muy atractivo para el cine?

R. Desde luego, es goloso. Cádiz es uno de los sitios más calientes para el narcotráfico. De repente aparecen los narcos en lancha con el cargamento y en 30 segundos ha desaparecido. No es tan fácil juzgarlo. Fue uno de los lugares donde más fuerte pegó la última crisis y muchas personas tuvieron que ponerse a trapichear porque no había otra opción.

Los Lolos, con Julían López en el centro y Carlos Librado a la izquierda

P. Vemos también la violencia del mundo de esos narcos, ¿cómo lo combina con ese tono de comedia amable?

R. Hay un momento en el que al protagonista casi se le olvida la misión. Yo me empeñé en ese tono agradable, pero corríamos el riesgo de que la historia parezca un cachondeo cuando el mundo y el problema del narcotráfico que retrata es muy serio. Por eso aparecen esas pinceladas de terror, no debemos olvidar como espectadores la importancia de la misión. Hacia el final hay un enfrentamiento entre los buenos y los malos, como en una película del Oeste, y hace falta que los malos sean muy malos. Hay un espíritu de película de aventuras, como un Indiana Jones de risa, pero los malos tienen que dar miedo.

P. ¿El auge de la música urbana pide a gritos una parodia?

R. Hay un momento en el que se oye a Riki Rivera rapeando de fondo eso de “no me entiendo, ni yo mismo me comprendo”, es sano reírse un poco. La verdad es que de entrada el fenómeno del trap me parecía bastante incomprensible. Ahora entiendo que es el punk de esta generación, en mis tiempos estaba la radio y el programa de televisión para darse a conocer, estaba mucho más reglado, ahora una canción es un post de Instagram. No necesitan a la industria porque tienen su propia red para expresarse y eso lo hace muy interesante. En la película Los Lolos tienen un sentido más musical, no han aparecido tan de repente, recuerda al trap pero sin ser trap. Es un sonido más domesticado con reggeaton y unas bases más urban.

P. ¿Son las pintas de los raperos idóneas para la parodia?

R. Una de las cosas más divertidas de la película fue el vestuario. Teníamos una foto de Yung Beef como referente, la postchulería o el chulo del barrio con resaca. Yo vengo del rock, pinchaba en un bar country, Willie Nelson y Rammstain, en mis tiempos eran los pantalones cortos estilo Pearl Jam y el colgante. Lo fascinante del trap es que lo mezclan todo, llevan una camiseta del Che Guevara y una chaqueta de Dolce y Gavana, mezclan un símbolo comunista con Mickey Mouse y les funciona. Otro aspecto curioso es que tienen un aspecto provocador pero luego las letras rompen esa imagen. Lo vemos con Cecilio G, se pone la pamela y la camisa a rayas y al rapear dice cosas muy tiernas. Ese contraste lo vemos en Lolo, va de duro pero en realidad es un blandito. Es algo que también pasa en la saga The Fast and Furious, son atracadores y sueltan unos discursos muy cursis sobre la familia.

P. Acaba de estrenar en Movistar la serie Reyes de la noche, donde aborda la lucha por la audiencia de José Ramón de la Morena y José María García en clave de comedia. ¿Es su género predilecto?

R. La serie es una comedia mucho más negra que Operación Camarón. Yo veo que he compensado con la luz de la película la oscuridad de la serie. La comedia es fantástica porque te permite experimentar, en todas mis películas me lo paso muy bien jugando con el sonido, la luz y las herramientas narrativas. Hay mucha alegría en la comedia porque nadie te frena. Me siento heredero de ese tono berlanguiano tan español en el que hay una forma de contar agridulce que también es una radiografía del momento. Está claro que después tienes peor prensa porque el periódico lo abre una tragedia y no que unos chavales se lo han pasado muy bien.

@juansarda