'Pequeños milagros en Peckham Street': la inmigración, más allá de la subsistencia
Las búlgaras Vesela Kazakova y Mina Mileva abordan en su película la gentrificación y los problemas de los extranjeros de clase media en Londres
6 agosto, 2021 10:08La Gran Bretaña del Brexit sirve como escenario a Pequeños milagros en Peckham Street, donde las directoras búlgaras Vesela Kazakova (Sofía, 1977) y Mina Milleva (Sofía, 1976), la segunda emigrada al país desde hace muchos años, analizan con sarcasmo y agudeza las contradicciones de una nación tan admirable como abocada a mirarse el ombligo. El escenario es un edificio en el Sudeste de Londres repleto de ciudadanos de clase media, algunos ingleses de “pura cepa”, otros emigrados. Entre ellos, algunos son esforzados ciudadanos pero también hay otros que viven de las prestaciones del Estado del bienestar, algo no poco habitual. Desde hace varios años —la gentrificación es imparable en el mundo entero—, el ayuntamiento de la ciudad trata de echarlos de sus casas céntricas para que su lugar lo puedan ocupar inquilinos con más dinero en el bolsillo.
La protagonista del filme es Irina (Irina Ataranasova), una arquitecta casada con hijos que se desespera para llegar a fin de mes. Como señalan las directoras, curtidas en el campo del documental político en su país natal, uno de los aspectos más originales del filme es que no vemos la cuestión de la emigración desde el punto de vista de unos personajes marginados o pobres sino de la clase media. El drama arranca cuando los dueños de los apartamentos, no del todo, solo del “aire” según la peculiar ley británica de propiedad inmobiliaria, ya que las paredes tienen otro dueño, tienen que pagar una costosísima reparación absurda a la que les obliga el municipio para que se rindan y se vayan. La cosa se complica cuando el gato de unos vecinos negros se cuela en casa de la protagonista y se encierra en una rendija de la pared. Ese pequeño conflicto hace que estalle la ya precaria convivencia entre vecinos de muy diversas procedencias y culturas.
Pregunta. En la película se muestran muy críticas con el progresivo nacionalismo excluyente de la sociedad británica. ¿El país está involucionando con el Brexit?
Mina Mileva. Alguien nos dijo que podemos hacer esta película porque somos búlgaras y por tanto medio gitanas. Al venir de un país con tan poco reconocimiento podemos ser racistas y hacer chistes sobre negros y al mismo tiempo burlarnos de los ingleses. A su vez, estamos acostumbradas a los palos porque en Bulgaria nos dieron muchos por los documentales que rodamos. Allí vimos una sociedad muy intolerante que nos acusaba de actuar contra el país, en Inglaterra eso no pasa.
Vesela Kazakova. La película aborda el tema del racismo y los prejuicios raciales pero lo hace de una manera tan luminosa que está más allá de los juicios de valor. Para los ingleses es un poco embarazoso ver la realidad a través de nuestros ojos. Ponemos una especie de espejo en lo que está pasando y lo aceptan. La sociedad inglesa tiene la virtud de recibir bien las críticas y de tomarlas con humor. Las personas educadas se dan cuenta de lo que está pasando con el Brexit y están horrorizadas.
Mina Mileva. Hay una manipulación muy grande. Vivo en Londres desde el 96, es una sociedad que me gusta y por la que siento gratitud. Recibí ayudas para educar a mi hijo y me ha ido bien trabajando como productora en el campo de la animación. Las cosas cambiaron en 2008 cuando hubo la crisis económica. En Gran Bretaña tuvo un efecto enorme porque la relación con los bancos de Estados Unidos es estrecha. Fue el primer lugar de Europa que colapsó. Poco a poco comenzaron a aparecer artículos en la prensa sobre la “invasión” de los europeos del Este. Fue un proceso gradual y realizado de manera deliberada. La realidad es que los emigrantes trabajan más que nadie por menos dinero que nadie, tres euros y medio la hora. Ahora no hay frutas y verduras en los supermercados porque los empleos no se cubren, los británicos no quieren hacerlos.
P. Los ingleses son muy educados en todo momento pero los prejuicios saltan en cuanto surgen conflictos. ¿Es una sociedad muy hipócrita?
V. K. Es una sociedad que parece muy tolerante y abierta pero cuando llevas allí un tiempo ves que hay un tope hasta el que puedes llegar. Los polacos llevan allí mucho tiempo y es posible encontrar un médico o un abogado polaco. Fue muy interesante cuando presentábamos el proyecto al canal ARTE, la persona que lo apoyó era una italiana que había hecho carrera en Francia y nos dijo que lo que más le gustaba es que no se ven emigrantes traficando con drogas. Ese es el cliché más obvio. Hay una clase media de emigrantes que quieren vivir su vida y prosperar.
M. M. Hay algo en la cultura británica que quizá tiene que ver con su educación en escuelas segregadas y es que los británicos siempre deben mantener un buen tono. Hay una parte que me gusta mucho porque en Bulgaria nos agitamos muy fácilmente, los insultos vuelan y se pierde mucha energía, no es muy productivo. Me gusta que sean así aunque siempre debes ser consciente de lo que pasa en un segundo plano. Yo soy muy fan de muchas cosas del país como su tradición de “stand up comedy”. Me gusta mucho ver cómo la gente cuenta sus problemas y sus sentimientos a todo el mundo. Hay una cultura de gran consideración por los demás, la película lamenta que estos valores se pierdan. Así es como han construido una gran sociedad multicultural y es triste que eso se destruya por culpa del Brexit.
P. En la película vemos a una arquitecta de clase media educada. ¿Quería que viéramos las dificultades los emigrantes cualificados?
M. M. Muchas veces se presenta la emigración desde la pura desesperación pero muchos emigrantes buscan oportunidades laborales, poderse realizar, no es una cuestión de subsistencia porque se mueran de hambre en sus países.
V. K. La diferencia entre esta película y muchas otras es que no estamos hablando de unos emigrantes pobres sino de personas que quieren tener logros profesionales. Son emigrantes cualificados que llegan para estudiar o con una carrera universitaria detrás.
P. ¿Cómo funciona ese proceso de gentrificación por el que muchas personas acaban marchándose de sus casas al sufrir la agresividad del ayuntamiento?
M. M. Hicimos una investigación muy larga de dos años y muchos de esos edificios como el de la película estaban habitados por personas que viven de los beneficios sociales y los otros no son propietarios del todo de su apartamento. La estrategia es que primero te obligan a hacer una reparación que en realidad no es necesaria para que los “leaseholders” se vayan porque no les compensa. (Nota: en el sistema británico de propiedad inmobiliaria el dueño de una casa puede poseer todo el inmueble o solo “el aire”). Acto seguido, solo se quedan las personas que viven de los beneficios sociales del gobierno y en último término, demuelen el edificio. La idea es que la gente que vive del Estado se vaya fuera del centro de Londres, poco a poco van destruyendo edificios. Estaban cargándose uno detrás de otro hasta que llegó el Brexit y la pandemia.
P. ¿La historia de ese gato que se esconde detrás de una rendija de la pared creando un conflicto vecinal es cierta?
M. M. Todo lo que pasó con el gato es verdad. Estaba con mi hijo. Se sentía un poco solo y cogimos un gato que parecía abandonado. Después resultó que era de unos vecinos. Cuando compré el piso, al ser “leaseholder”, no eres propietario del suelo ni las paredes, adquieres el aire del piso. Por eso en la película no podemos tocar las paredes, en mi piso no puedo hacer ningún cambio porque solo soy dueña del aire.
V. K. Nos inspiramos en la realidad tal y como es con mucha humanidad. No queremos una dirección demasiado “inteligente”, preferíamos que fuera casi invisible. Todo eso pasó, Mina encontró el gato, se peleó con la familia vecina, era un ambiente muy deprimido. Y al final se hizo amiga de la madre. Ves personajes tan diferentes en ese bloque que entiendes que surjan conflictos.
P. ¿Qué nos pueden contar de sus documentales conjuntos Uncle Tony, The Three Fools and Secret Service (2014) y The Beast is Still Alive (2016)?
M. M. Yo soy animadora de cine, es como me gano la vida. Decidí hacer un retrato de mi profesor, Tony, un gran talento que fue totalmente censurado por el régimen comunista. Al mismo tiempo, hablamos de otro, D. D., que fue favorecido por el gobierno porque colaboraba con ellos y era un agente del KGB. Mientras uno se pudría el otro triunfaba en medio mundo. A los americanos les gustó mucho la película pero los búlgaros se volvieron locos, nos acusaron de difamar a un hombre famoso, nos dijeron que éramos antipatrióticas. Trataron de querellarse, prohibieron la película y mandaron cartas a los festivales de cine. En el segundo, The Beast is Still Alive, quisimos ver cuántos decanos de universidad actuales fueron agentes de los servicios secretos y vimos que casi todos. El nuevo primer ministro lo fue también y uno de los más crueles. Ambas películas siguen sin exhibirse en nuestro país.
P. ¿Es un error no ver la experiencia comunista en el Este como una catástrofe absoluta?
M. M. En Madrid rodamos una parte para el segundo documental sobre una reunión del Partido Comunista. Allí vemos que están fuera de la realidad. Tuvimos muchas discusiones pero es muy interesante ver cómo mucha gente se ha sentido desarraigada después de esa caída del comunismo.