Europa, Europa (1990) sigue siendo una de las mejores películas sobre la barbarie nazi. Cuenta la rocambolesca peripecia de Solomon Perel, un joven judío que logra sobrevivir al Holocausto haciéndose pasar por ario luchando con la ominosa Wehrmacht. Desde entonces, Agnieszka Holland (Varsovia, 1948) ha labrado una distinguida trayectoria a caballo entre el cine europeo y el estadounidense con títulos como Vidas al límite (1995), biopic del romance de Rimbaud y Verlaine protagonizado por Leonardo DiCaprio, Copying Beethoven (2006), con Ed Harris dando vida al compositor en sus últimos años, o En la oscuridad (2001), en la que narra la historia de unos judíos polacos que sobreviven escondiéndose en las alcantarillas.
Aficionada a las historias reales, la directora narra ahora en Charlatán la debacle de Jan Mikolásek (Ivan Trojan), un curandero que hizo fortuna en la Checoslovaquia del siglo pasado primero bajo la ocupación nazi y luego con los comunistas. Sin formación médica reglada, Mikolásek tenía la facultad de ejecutar un diagnóstico clínico observando la orina de sus pacientes, a los que “curaba” con preparados de hierbas. En la película, vemos el momento en el que su suerte cambia a finales los años 50 cuando el régimen socialista decide procesarlo por un crimen inexistente al repudiar su independencia y su riqueza.
La directora polaca nos cuenta desde su refugio en la Provenza francesa, donde ha pasado la pandemia, por qué cree que el asunto central de la película es el miedo a la muerte, las complejidades de la relación homosexual del protagonista con su ayudante o la dificultad para discernir la ciencia verdadera de la falsa.
Pregunta. ¿Por qué le interesaba contar la historia de un personaje que acaba como mártir pero también resulta muy dudoso moralmente?
Respuesta. En primer lugar, me gusta mucho el trabajo del guionista (el checo Marek Epstein) y cuando me propuso esta historia ya sabía que podría gustarme. La República Checa es un país que conozco bien y admiro su cultura, con lo cual también me atraía rodar en ese país y en ese idioma. Me gusta la complejidad del protagonista, alguien que cuando ve su vida en peligro traiciona a su pareja, Frantisek (Juraj Lo). Hay una mezcla muy interesante entre generosidad y egoísmo, es un hombre narcisista pero con mucho talento. Además, el propio Mikolásek no acepta que es gay porque es incompatible con su visión de sí mismo como un hombre intocable y poderoso. Hay una lucha constante entre quién es y quién le gustaría ser porque al mismo tiempo necesita amor, esa relación le llena. Es interesante ver cómo esta historia podría ser totalmente distinta si no existiera esa hostilidad de la sociedad. La cultura del macho produce mucho daño.
P. Mikolásek trata de mantenerse al margen de la política pero al final se convierte en un perseguido. ¿Es imposible escapar de los regímenes totalitarios por mucho que uno luche por mantenerse al margen?
R. En las democracias las decisiones no tienen consecuencias, uno escoge si prefiere café con leche o té para desayunar. No hay dramatismo. Los totalitarismos no permiten esa ligereza porque nadie puede mantenerse al margen. En esos regímenes mucha gente se comporta como el protagonista, tratan de sobrevivir y lo que hacen es seguir las reglas y estar integrados. No se mojan. Sin embargo, en último termino es imposible porque aunque a ti no te interese la política, la política sí que se interesa en ti. Desde el momento en el que se pasea con un Mercedes y acumula poder económico y sobre la gente, se convierte en una amenaza. Los periódicos comunistas de la época le acusaban ser un charlatán que chupaba la sangre de la clase trabajadora.
P. ¿El insuperable miedo a ser ejecutado justifica la traición del protagonista?
R. Me gusta pensar en mis películas como una habitación con muchas puertas, cada uno puede escoger por dónde quiere entrar. Intento aportar muchos puntos de vista para que el público tenga suficiente espacio para crearse su versión. Sin duda, esa cercanía de la muerte, el deseo de sobrevivir a toda costa, está muy presente en la película. Vivimos en un mundo cada vez más polarizado en el que todo se simplifica y donde se juzga a la ligera. Yo no quiero juzgar a Mikolásek.
P. Esa ambigüedad también está presente en el propio Frantisek, quien nunca abandona a su mujer y no está claro si le corresponde porque necesita el trabajo que le proporciona. ¿Cómo lo ve?
R. Por lo que tengo entendido tras la investigación, Frantisek era bisexual. Es muy posible que al principio haya una necesidad económica y se sienta obligado a pagar con su cuerpo. Creo de todos modos que poco a poco su relación se va convirtiendo en algo más profundo y más importante. Hay una mezcla de amor, respeto, ternura y también de ocuparse el uno del otro. Frantisek se convierte en el apoyo de este hombre mucho mayor que es mucho más violento y orgulloso y que es una persona de talento con dinero. Hay también un contexto muy duro, la homosexualidad era ilegal en Checoslovaquia y si se descubría podrían acabar en la cárcel. Eso no solo pasaba en los países comunistas, en Inglaterra no despenalizaron la homosexualidad hasta los años 80.
P. Con la pandemia ha cobrado visibilidad la parte de la sociedad que desconfía de la ciencia. ¿Al fin y al cabo, el protagonista era un “charlatán” como dice el gobierno, por nefastos que sean sus métodos?
R. Es un terreno complejo. La ciencia moderna acepta que la orina pueda ser un “espejo” del paciente. Mikolásek tenía un talento indiscutible para el diagnóstico y se equivocó muy pocas veces, eso lo tuvieron que reconocer los médicos de la época. También se convirtió en un experto mundial en plantas medicinales. Era un hombre muy centrado en su trabajo y muy entregado. Obviamente, no te vas a curar un cáncer tomando una infusión ni tampoco va a protegerte del coronavirus. La película pretende abrir interrogantes pero no poner en duda la ciencia, es evidente que las vacunas funcionan y que esta pandemia solo se solucionará confiando en ellas.
P. La película tiene una estética grisácea y un tono sobrio. ¿Buscaba ese academicismo?
R. Siempre trato de encontrar la verdadera voz de la historia, su naturaleza oculta. No busco un “estilo propio” porque siempre está al servicio de lo que estoy contando. Si miras mi filmografía he realizado películas muy distintas pero hay unos puntos que las conectan. Cuando hago una película, no estoy pensando en lo que ya he hecho, estoy pensando en el futuro.