El 13 de agosto (si los saltos de la cartelera no lo impiden), con la canícula haciendo estragos, se dará la paradoja de que se estrene una de las mejores películas navideñas de los últimos tiempos, aunque no sea precisamente para todos los públicos ni demasiado edificante. Al contrario, nos encontramos ante un filme gamberro, que hace gala de más mala leche que el Grinch, desconcertante por momentos en su intrépida mezcla de drama, comedia absurda y actioner desatado, aunque no por ello deja de ser una fábula sobre la importancia de la empatía y la amistad y sobre cómo la familia puede encontrarse más allá de los vínculos sanguíneos.

Este filme formaría una interesante sesión doble con 'Otra Ronda', ya que ambos profundizan en la crisis de la masculinidad

Dirigida por el danés Anders Thomas Jensen (Frederiksværk, 1972), Jinetes de la justicia podría además formar una interesante sesión doble con otra producción de este país, Otra ronda, con la que Thomas Vinterberg ganó este mismo año el Óscar a la mejor película extranjera. Y no solo porque las dos están protagonizadas por el infalible Mads Mikkelsen (actor fetiche, por cierto, de Jensen), sino porque ambos filmes profundizan en la crisis de la masculinidad en el siglo XXI, mostrando a hombres en la mediana edad, frustrados y con grandes problemas para conciliar su mundo emocional con una realidad decepcionante. Quizá por eso, para no aceptar que la vida no es lo que esperaban, son capaces de involucrarse en las cruzadas más absurdas, ya sea la ingesta de alcohol en el trabajo o una vengativa cruzada contra la mafia local.

Eso sí, en contraste con la compasiva mirada de Vinterberg, Jensen concibe toda la narración desde un afilado humor negro que ha ido depurando a lo largo de su filmografía, plagada de personajes extremos insertos en las situaciones más inverosímiles, como los extravagantes hermanos de De pollos y hombres (2015) o como los cuatro gangsters de poca monta que en Luces parpadeantes (2000) decidían montar un restaurante con el dinero que le birlaban a su jefe. Con Jinetes de la justicia merecería el director, ganador del Óscar al mejor cortometraje en 1999 con Noche de elecciones y guionista de la mayoría de películas de Susanne Bier, alcanzar cierto éxito en un mercado internacional que hasta la fecha se le ha resistido.

Hay más hilos de los que tirar en la película, y el principal sería esa reflexión sobre el destino frente a las coincidencias que le sirve de armazón narrativo. Jensen se zambulle en los pormenores del efecto mariposa, tantas veces tratado en el cine, para mostrarnos cómo la compra de una bici en Tallin puede cambiar dramáticamente la vida de una familia en Dinamarca. Así, el duro soldado Markus (Mikkelsen) se ve obligado a regresar al hogar para cuidar de su hija adolescente cuando su esposa muere en un trágico accidente de tren. Pero Markus tiene un concepto extraño de lo que significa el término ‘cuidar’: se dedica a beber cerveza en silencio sentado en la cocina, reniega de la ayuda psicológica para tratar el shock del suceso, le echa la bronca a su hija por no salir a correr tres días a la semana y le pega un puñetazo a su novio cuando llega diez minutos tarde a casa.

Por su parte, Otto (Nikolaj Lie Kaas), un patético cincuentón experto en matemáticas y en análisis de datos que iba también en el tren, y que le cedió su asiento a la mujer de Markus sin saber que esto acabaría con su vida, empieza a pensar que todo fue orquestado por una banda mafiosa para acabar con un testigo que iba a declarar contra ellos. Otto involucra en la investigación a sus colegas Lennart (Lars Byrgmann), un hacker con más de 4.000 horas de psicólogo a su espalda, y Emmenthaler (Nicolas Bro), un orondo y maniático especialista en reconocimiento facial, ambos igual de patéticos y frikis que él, para tratar de demostrarlo. Sintiéndose culpable, visitará además a Markus para contarle la conspiración de la que cree tener datos infalibles. Y Markus, incapaz de lidiar con el duelo, se aferrará con uñas y dientes al relato que le presentan.

Así arranca un filme de venganza en el que estos inadaptados de manual unirán fuerzas con el personaje de Mikkelsen, una máquina de matar a la altura del mismísimo Jason Bourne, para urdir un plan que acabe ‘literalmente’ con la banda de mafiosos, conocida como Jinetes de la justicia (de ahí el título del filme). Jansen podría haber optado por el camino fácil y presentar una simpática comedia de acción en la que los personajes representaran el bien sin matices (el tráiler nos quiere vender esta idea centrándose en la hilarante escena de la instrucción en el manejo de las armas de fuego, con un Emmenthaler absolutamente desatado). Pero Jinetes de la justicia prefiere la escala de grises y apuesta por truncar las expectativas del espectador en cada curva de la historia, tanto en el devenir de las tramas como en el dibujo de los personajes.

Hasta el punto de que la incomodidad ante el desarrollo de algunas escenas logra congelar la sonrisa en el rostro en más de una ocasión. La película puede hacer gala de una excesiva y fría violencia, para pasar seguidamente a un gag más o menos burdo y acabar con un giro de 180º que nos muestra el drama de los personajes de la manera más descarnada. La mayor parte del tiempo uno no sabe si reírse o echarse a llorar y, quizá por eso, sea tan interesante y refrescante la propuesta de Jensen.

Al fin y al cabo, Jinetes de la justicia no es más que una fábula navideña en la que unos personajes buscan de la manera más inadecuada que les quieran, llegar al corazón de sus semejantes, que les respeten y de que les den confianza. Y si eso es lo que Jensen busca del público con su película, no debería ser complicado que lo lograra. Su apuesta funciona.

@JavierYusteTosi