El director rumano Cristi Puiu (Bucarest, 1967) estrena Malmkrog, un filme ambientado en un momento indeterminado entre finales del siglo XIX y principios del XX en el que cinco aristócratas, encerrados en una casa señorial, dialogan sobre el bien y el mal, la moralidad, el progreso e incluso el Anticristo a lo largo de toda una jornada, en la que comen, beben y juegan a las cartas. Tras la monumental Sieranevada, el director propone una experiencia extrema al espectador, en un filme de 200 minutos en el que el diálogo sustituye a la acción y en el que el tiempo adquiere una dimensión surrealista y enigmática. La película, premiada a la mejor dirección de la sección Encounters en la Berlinale y con el Giraldillo de Oro a la mejor película y el premio al mejor guion en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, adapta el texto Los tres diálogos y el relato del Anticristo del filósofo ruso Vladimir Soloviev y cuenta con una interpretaciones fabulosas de unos actores en estado de gracia. Hablamos con el director de los desafíos que planteaba la puesta en escena y de las referencias de una película que recuerda a El ángel exterminador (1962), de Luis Buñuel.

Pregunta. ¿Qué fue lo que le atrajo de la obra de Soloviev para lanzarse a esta peculiar adaptación?

Respuesta. El motivo que me ha llevado a rodar esta película es, sobre todo, de índole personal, está relacionado con mi propia experiencia como lector, y no tiene tanto que ver con una intención de analizar el contenido filosófico del texto. Descubrí a Soloviev cuando tenía veintitantos años, a principios de los 90, y de alguna manera cambió mi perspectiva acerca de muchas cosas. Crecí durante los años 70 y 80 en un país, Rumania, en el que, durante la época comunista, el cristianismo y cualquier otro tipo de creencia estaban oficiosamente prohibidos. Yo recibí una educación atea, como toda mi generación, pero eso no me evitó tener discusiones con mi abuela, que era una creyente de verdad. En cualquier caso, las cosas cambiaron radicalmente con la caída de la URSS y fue cuando algunas editoriales empezaron a publicar libros que habían estado prohibidos durante décadas, de Soloviev y de otros autores que habían sobrevivido al Gulag. En muchos casos, eran autores que habían vivido experiencias extremas y que escribían sobre Dios y sobre la relación que mantenían con él. Estas obras siempre permanecieron en mi cabeza y en 2011 organicé un taller en Toulouse en el que ya trabajé sobre este texto con tres actores y ahí tuve la impresión de que una película era posible. Y, finalmente, en 2017 conseguí el dinero. Por eso, digo que fue algo muy personal porque el texto me ha acompañado durante un largo período de tiempo.

P. ¿Cree que el texto es en cualquier caso profético? ¿Habla de alguna manera de nuestros días?

R. Sí, creo que sí. En realidad, nunca cambia nada, te das cuenta si por ejemplo lees a Homero o Cervantes. Y está bien que nada cambie, lo preocupante es que no hagamos lo máximo por entender el mundo en el que estamos viviendo. A menudo, y de manera vertiginosa, llegamos a conclusiones y tomamos parte o suscribimos todo tipo de ideologías nuevas sin apenas cuestionarlas. El deseo y la necesidad de pertenecer a un grupo es mucho más importante que la necesidad de verdad. Pero esta época de posverdad es simplemente basura, una valla de la autoridad para bloquear el pensamiento. En cualquier caso, sí que creo que es un texto muy actual, pero la razón por la que quise abordarlo no tiene que ver con el contenido del texto, aunque claro que es importante. 

P. ¿Qué desafíos le planteaba la adaptación?

R. Ver si era posible cambiar la acción por el diálogo y hacer del diálogo el elemento principal del filme. En el cine del siglo XX la acción es la pieza central de la narrativa. Pero recuerdo que cuando vi Mi cena con André (Louis Malle, 1981), pensé que yo podría hacer algo como eso con un texto que estuviera ya escrito para tratar de trasladar mi propia experiencia como lector a una experiencia cinematográfica: imágenes, sonido, edición, actuación… En definitiva, la idea de la película está más relacionada con el propio cine que con el posicionamiento filosófico de Soloviev o el mío propio.

P. ¿De qué manera cree que la película reta al espectador?

R. Muchos espectadores se han quejado de la duración de la película y de la densidad del diálogo, pero simplemente es así. Hay libros en los que también es muy difícil entrar y que requieren cierta iniciación para poder digerirlos. También ocurre con la música, no es fácil dejar que tu mente se sumerja en Shostakovich o Mozart porque no es una música comercial en estos días y requiere de esfuerzo para poder decodificarla. Ocurre lo mismo con el cine. Por ejemplo, cuando hablamos de Buñuel, su trabajo parece fácil de entender pero no es así para nada, requiere de una gran preparación. No es un cine veraniego o de fin de semana, es algo muy serio. Y, como Buñuel, hay muchos autores que cultivan preguntas serias con respecto al mundo en el que vivimos, a nuestras creencias y a otras muchas cosas que tienen que ver con nuestra más profunda manera de ser. 

P. ¿Pero el único camino para esto es cultivar cierto hermetismo?

R. En realidad, no creo que la película sea tan hermética como parece. Ocurre lo mismo con libros como Don Quijote, Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, o Guerra y Paz, de Tolstoi: no importa cómo de voluminosa sea una de estas obra, en realidad no son tan herméticas como parecen ser. La gente tiene más miedo al espesor de los libros que a lo que puedan encontrar en él. Una película como esta parece ser muy hermética y la gente puede pensar: “no voy a ser capaz de entrar en lo que me cuenta porque es demasiado filosófica”, pero no es verdad. Es cierto que hay límites para nuestro entendimiento y tienes que estar iniciado. Pero si no está iniciado, tienes que dejarte llevar. Es como hacer puenting, no te vas a hacer daño ni vas a morir en la butaca del cine así que déjate llevar. Ocurría por ejemplo con otras películas difíciles como Sátántangó, de Béla Tarr, que dura 6 horas pero no es tampoco tan hermética. 

Una imagen de la película

P. ¿Cuánto confía en el espectador?

R. Confío mucho en el espectador, porque yo también lo soy. No soy solo un tipo que hace películas, sino que también formo parte de la audiencia y creo que Hitchcock tenía razón cuando dijo que el espectador es en realidad mucho más inteligente que el autor de una película. Al menos es más lúcido, porque tiene la capacidad de escuchar y ver desde fuera la obra de otra persona. El director, en cambio, está sugestionado por un montón de tentaciones y porque juega con lo impredecible. Esta película, al final, no es la traslación de un trabajo literario, es el resultado de una enorme pelea y la audiencia, desde fuera, puede evaluar el contenido más fácilmente. En definitiva, confío mucho en la audiencia y no creo que esta película sea difícil, más allá de que está rodada en francés y que todos aquellos que no son nativos franceses van a tener que leer una gran cantidad de subtítulos. Pero esto es un problema técnico que no podía resolver.

P. Ha mencionado antes a Buñuel. ¿El ángel exterminador fue una referencia para la película?

R. Una referencia inconsciente. Tenía 17 años cuando la vi en el cine y me impactó muchísimo. Hasta entonces estaba más interesado en la pintura y consideraba el cine como un arte popular y bastante vulgar que tenía que ver con el entretenimiento. Solía ver westerns y cine negro y para mí era como leer novelas policíacas, que planteaban problemas de lógica y cultivaban preguntas sobre el bien y el mal, mero entrenamiento para el cerebro. Me invitó un amigo a verla en la Cinemateca rumana y cuando salí de la proyección tuve la sensación de que tocaba los límites de mi entendimiento. Me acompaño en la cabeza durante largo tiempo y volví a verla varias veces. Empecé en esto del cine cuando tenía 26 años, bastante tarde, pero todo empezó con Buñuel y algunos otros directores.

P. La aparición en la pantalla de las ovejas parece una referencia directa a la película…

R. El proceso de filmación de la película fue bastante libre y, en un momento dado, tuve esa necesidad de poner las ovejas. Mi primera idea fue incluirlas hacia el final, junto a un astronauta que aparece a cámara lenta mientras una grabadora reproduce una canción de los Bee Gees. Después me di cuenta de que estaba dentro de El ángel exterminador y decidí dejar de lado esta especie de broma para enfocarme en las ovejas. Así que las puse en el comienzo de la película, como una declaración asumida que nos viene a decir algo sobre la Historia como un agujero y sobre la relación que tengo con el cine. En realidad, la función principal de la presencia de las ovejas en la película es la superposición de dos tiempos históricos, ya que es imposible tener estos animales en el dominio de un aristócrata. Las ovejas son de hoy y los aristócratas de ayer.

P. ¿Qué fue lo más complicado del rodaje?

R. Que el texto era tan complejo para los actores que supuso para ellos un viaje completamente pasional. Hablamos mucho sobre el texto y su significado y fue un reto muy serio. Tuvimos que constreñir la gran cantidad de líneas de diálogo que había al inicio. Pero son magníficos actores e hicieron un gran trabajo. Y luego había que manejar el espacio teniendo en cuenta las costumbres, los hábitos y todo eso. No era algo familiar para mí porque hasta ahora había hecho películas basadas en mi propia experiencia en Rumania y ahora era sobre mi experiencia como lector y esto requería un estado mental diferente. He tenido que confiar más en lo que pasaba dentro de mi cabeza y fue bastante engorroso.

@JavierYusteTosi