Todas las madres de Pedro Almodóvar empiezan con una: la propia. La vimos cuatro veces en sus películas, ya siendo una persona mayor, interpretando con retranca y salero manchego a una señora de pueblo sarcástica y luminosa. Las de Francisca Caballero eran unas apariciones cómicas y tiernas y fueron ganando en importancia. En ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) es una clienta en una tienda, en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) es una inusual presentadora del Telediario, en ¡Átame! (1989) interpreta a una mujer de pueblo preocupada porque su hija, Victoria Abril, una actriz porno, se alimente bien. Y en Kika (1993), su última aparición, repite en su papel de locutora.
Francisca murió en 1999 y Almodóvar publicó un artículo de homenaje en el que decía que era capaz de “sacar leche de una alcuza” y la situaba como la mayor inspiración y fuerza de su vida. Doña Paca, lejos de sentirse como pez fuera del agua en el mundo de la Movida un tanto descacharrante que creó el director a su alrededor, confesaba en las entrevistas ser su fan número uno. En la penúltima película de Almodóvar, Dolor y gloria, quizá la más autobiográfica, la veíamos también interpretada por dos actrices. En su pasado rural de cabras y mujeres cantoras en el lecho del río, por Penélope Cruz en una versión idealizada e “italianizada” como figura protectora pero también sensual y latina. Chus Lampreave le daba vida como la señora mayor castiza e irónica que conocimos.
En Madres paralelas, Cruz interpreta a una fotógrafa de moda que vive en Malasaña, pero mantiene unas fuertes raíces en su pueblo, donde siguen enterrados varios represaliados por el franquismo durante la Guerra Civil. En la última escena, vuelve a homenajear a la añorada madre de pueblo con la aparición de la tía de la protagonista, Brígida (Julieta Serrano), una mujer que se queda dormida sin querer y sufre por la ausencia de la niña que crio. En la película tiene una gran importancia la cuestión de los republicanos que siguen enterrados en lugares ignotos y sin identificar, un asunto que ya trataba en El silencio de otros, documental producido por El Deseo en el que se reflejaba la lucha de los descendientes de aquellos muertos por recuperar sus cadáveres para darles una sepultura digna y que los asesinatos de la dictadura no queden impunes en los tribunales.
Las madres de Almodóvar no son perfectas pero siempre son buenas madres. En su última película, Cruz da vida a una mujer que frisa los 40 y vive su embarazo como una bendición ya que está a punto de no poder tener hijos. Frente a ella, Ana (Milena Smit), una adolescente que se ha quedado embarazada de manera indeseada y tiene toda la vida por delante. Para ambas, el nacimiento de sus hijas es una inmensa alegría pero las cosas, cómo no, se complicarán. De esta manera veremos que ese instinto maternal de la mayor, casi desesperado, puede llevarla a cometer actos de los que luego tendrá que arrepentirse. Vemos por tanto la parte oscura de ese deseo que el director presenta como absolutamente primario, las malas pasadas que puede jugar la naturaleza cuando su rugido nos atormenta aunque el suyo siga siendo un personaje eminentemente “bueno”.
La madre de Almodóvar es una luchadora, una guerrera. En ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, con Carmen Maura como protagonista, vemos a una madre desbordada por las circunstancias que además de sufrir malos tratos por parte de un marido alcohólico debe lidiar con un hijo chapero y otro drogadicto. En aquel filme, donde apuntaba al cineasta ambicioso y dramático que después se convertiría, el director rinde homenaje a las mujeres que llevan adelante sus familias a base de sangre, sudor y lágrimas, creando una heroína de barriada que servía como crisol de los problemas sociales de la Transición.
La Maura de esa película enlaza con la Cruz de Volver (2006), una mujer que debe padecer a un marido violento y lidiar con una hija adolescente al tiempo que “reaparece” su propia madre (Maura) de entre los muertos. En este caso, la maternidad se convierte en una fortaleza, en un bastión, y el director nos quiere hablar de una cadena de amor que salva al mundo de sus miserias. Si en esa película la protagonista recupera a una madre perdida y debe realizar un acto de violencia para proteger a su hija, en Todo sobre mi madre (1999) la mujer interpretada por la argentina Cecilia Roth debe enfrentarse al duelo más brutal imaginable como es la desaparición de un hijo. Aquí vemos a Roth recorrer toda Barcelona para encontrar al padre perdido del niño, y en la película ese amor maternal, como la energía, se transforma y vemos la creación de una nueva familia.
Quizá la peor madre en la filmografía del manchego sea la que interpreta Marisa Paredes en Tacones lejanos (1991), donde da vida a una antigua estrella de la canción que lleva años emigrada en México. Su hija es Victoria Abril, una mujer resentida por esa larga ausencia materna que espera con ansias su regreso. En este caso, sin embargo, una serie de circunstancias rocambolescas muy almodovarianas acaban propiciando que pueda redimir sus pecados en el último momento. Con lo cual podemos decir que en el mundo del director, las madres malas al final no existen. Una vez más, en Madres paralelas, veremos que el director utiliza esa figura como símbolo del amor puro, de la entrega absoluta, como la mayor luz en la oscuridad del mundo.