Manuel Martín Cuenca (El Ejido, 1964), tras triunfar con la satírica El autor (2017), vuelve a la frialdad y el minimalismo de Caníbal (2013) o La mitad de Óscar (2010) en La hija, un fascinante y tenso thriller que aborda un tema tan de moda como la maternidad. “No es casualidad que haya en estos momentos muchas películas hablando sobre esto porque, debajo de todo ese andamiaje institucional de la sociedad civilizada, se encuentra la gran cuestión: la gestión de la vida”, asegura el director. “De hecho, lo que cuenta La hija podría haber ocurrido hace 30.000 años en una cueva. Es algo esencial y primitivo”.

En el filme, Javier (Javier Gutiérrez) y Adela (Patricia López Arnaiz) son un matrimonio consumido por la imposibilidad de ser padres que convencen a la joven Irene (Irene Virgüez), una de las chicas del centro de menores infractores en el que él trabaja, de que les entregue el bebé que espera. Para ello, organizan en secreto la fuga de la chica, que se instalará en la casa que la pareja tiene en un paraje aislado de la sierra hasta que dé a luz.

Pregunta. ¿Buscaba participar en el debate sobre maternidad subrogada y vientres de alquiler?

Respuesta. No me interesa participar en un debate desde una posición ideológica. Quería indagar en cómo afrontan las parejas la frustración de no poder tener un hijo, en cómo se puede reparar una injusticia de la naturaleza sin incurrir en una nueva injusticia. Javier y Adela no han podido o no han querido pasar por los cauces establecidos para resolver ese anhelo y, por ello, acaban desafiando a la sociedad, a la naturaleza y a Dios.

P. ¿Existe el estigma de la infertilidad?

R. Sí, es un estigma muy grande sobre todo para las mujeres, que aparece incluso en la literatura más progresista, en Lorca o en Arturo Barea. Hay muchos más abortos no deseados de los que parece y, sin embargo, nadie habla de ello, es un tabú.

“Cualquier cosa que muestres al espectador siempre será más banal y obvia que una buena elipsis. Si le obligas a usar la imaginación tendrá que recurrir a sus propios fantasmas, que sí son reales”

P. ¿Quería inscribir la película dentro del molde del cine rural español, en la línea de Furtivos (José Luis Borau, 1975)?

R. Películas como Furtivos, Pascual Duarte, El extraño viaje o La tía Tula, y directores como Mur Oti o Fernán Gómez siempre me han impresionado. Pertenecen a una tradición tremendista, de contar cosas que te dejan impactado con un atrevimiento que quizá estamos perdiendo. Pero también tengo influencias de un cine mucho más contemporáneo que viene de fuera. Lo que sí hay en La hija es un homenaje directo a Ozu en una escena, pero cualquier otra influencia es inconsciente.

P. El escenario, esa casa aislada en la sierra, tiene una importancia vital en esta película. ¿Cómo lo incorporó a la historia?

R. Antes de escribir un guion, busco situar la historia en un lugar concreto, que sea muy significante y tenga una esencialidad teatral y dramática. Me voy allí, lo recorro, bebo de su atmósfera, de los espacios, de la gente que conozco, y empiezo a imaginar que los personajes viven allí. Creo que existe una espiritualidad o una trascendencia en el paisaje que te habla sobre la historia de forma inconsciente. Lo geográfico es, por tanto, anterior al relato. También ensayo allí con los actores, para que entren en comunión con el lugar y el texto.

El nuevo López Vázquez

P. ¿Por qué ha vuelto a reclutar a Javier Gutiérrez tras El autor?

R. Javier es como José Luis López Vázquez, alguien con el que la gente se identifica y en el que parece sencillo confiar. Me parecía que esta imagen ofrecía un contraste muy interesante para un personaje que acaba siendo manipulador y maquiavélico. Además, Javier entiende muy bien mi manera de trabajar. Yo no hago un trabajo técnico, me interesan las personas que hay detrás de los intérpretes, ver qué le pueden aportar de sus almas y experiencias emocionales a los personajes.

Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz en un momento del filme

P. ¿Por qué le interesa indagar en el lado oscuro de las personas?

R. Somos contradictorios, capaces de lo mejor y de lo peor, pero para crecer hace falta un discurso crítico sobre el ser humano. Yo hago películas desde esa militancia, porque se cometen muchas barbaridades en nuestra sociedad sin que nos demos cuenta. Me molesta que traten de vendernos ficciones infantiles sobre cómo somos. El cine, de hecho, tiene una tendencia general muy mainstream a repetir modelos de redención y finales felices.

P. Vuelve a recurrir a poderosas elipsis en la narración en algunos de los momentos clave. ¿Qué le lleva a optar por estas soluciones?

R. Cualquier cosa que muestres al espectador siempre será más banal y obvia que una buena elipsis. Cuando enseñas algo escabroso, por ejemplo un asesinato, el impacto emocional es muy corto, porque todo el mundo sabe que es mentira, que es una convención, que no han matado a nadie. Pero si obligas al espectador a usar la imaginación tendrá que recurrir a sus propios fantasmas, que sí son reales.

P. ¿Cómo vela situación del panorama cinematográfico?

R. Me preocupa mucho la salud de las salas de cine. Ir a una sala es como viajar, es un acto físico, consciente, en el que tienes la posibilidad de salir cambiado, te guste o no te guste la película. Es un rito, y los ritos dejan impronta. El cine es una experiencia, como la literatura, y si se convierte en puro entretenimiento de datos, en una cosa para pasar el tiempo, a mí ya no me interesa. Como cineasta, me preocupa que se imponga el pensamiento único, que las plataformas aplasten la experiencia cinematográfica.

@JavierYusteTosi