El remoto y no muy conocido país de Georgia vuelve a las pantallas después del gran éxito de Solo nos queda bailar (Levan Akin, 2019), en la que veíamos las vicisitudes de un joven bailarín de danza folklórica homosexual. Entre Asia y Europa, ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, sorpresa indie de la temporada, premiada en el Festival de Berlín y el de Sevilla, nos ofrece una visión mucho más luminosa.
Segundo largometraje de Alexandre Koberidze (Tiflis, 1984), la película narra en tono de fábula el romance interrumpido entre una pareja de jóvenes cuando ambos se despiertan a la mañana siguiente después de su primer encuentro romántico con un aspecto distinto.
Víctimas de una inexplicable maldición, los desdichados personajes, además de estar atónitos ante su increíble mutación, padecen pensando que nunca podrán reencontrarse. Hay una gozosa ligereza en esta película metacinematográfica de dos horas y media con planos largos y sostenidos de críos jugando o personas caminando por la calle.
Localizada en Kutaisi, una pequeña ciudad del país, el cineasta narra el “milagro de enamorarse”, una hipotética victoria de Argentina en el Mundial de 2018 y también cómo Lisa (Ani Karseladze y Olico Barbakadze) y Giorgi (Georgi Bochorishvili) logran combatir a la magia negra con la “blanca” del cine. El director nos cuenta por qué “cuanto más simple sea la historia más tiempo tienes para la película”.
Pregunta. ¿Quería rodar un cuento de hadas?
Respuesta. Creo que es bueno empezar con una fábula, es algo que me resulta cercano. Hay un animador ruso, Yuri Noshtéin, quien sostiene que cuanto más simple sea la historia más tiempo tienes para la película. En el film sucede este milagro por el cual la gente cambia de aspecto. Me propuse que no solo fuera una metáfora sobre el hecho de enamorarse sino que fuera un milagro en sí mismo. Por supuesto detrás también está la idea de que cambiamos cuando sucede algo tan importante pero creo que no nos damos cuenta de lo milagroso que resulta el propio hecho de enamorarse. Lo tratamos como si fuera algo normal pero es realmente algo increíble y maravilloso. Alguien nos dice que ha visto un perro bailando y nos parece que delira pero en cambio asumimos como lógico el enamoramiento cuando no hay tanta diferencia entre una cosa y otra.
P. Hay muchos planos de gente en la calle, ¿quería poner en valor cómo nos condiciona el entorno en el que vivimos?
R. Creo que la forma en que miramos define quién somos y nuestra filosofía de vida. Para mí es parte de mi vida salir a la calle y mirar a mi alrededor. A veces es abrumador porque hay muchas cosas pasando pero aun y así creo que es importante intentar fijarse. El otro día fui a ver la versión de Spielberg de West Side Story y me disgustó ver que es una apología del individualismo. La idea final es que tus sentimientos personales son más importantes que cualquier otra cosa. Hay algo de eso en la primera película pero en ésta es exagerado la forma en que defiende esta idea de que solo tú importas. No creo que nada sea significativo si no lo compartes y no convives con los demás.
P. Estamos más acostumbrados a una visión algo sombría de las ex repúblicas del orbe soviético pero usted filma Kutaisi con gran belleza. ¿Quería dar otra imagen?
R. Se trata del ángulo, de dónde pones la cámara. No hemos filmado necesariamente los lugares más bonitos de la ciudad. Muchas veces tiene que ver con la luz, si vas una hora después o en otro momento del año no sería tan interesante o bonito. Como hemos dicho, la película es como un cuento de hadas y no todo tiene por qué ser verdad. También es importante las emociones que tienes cuando ruedas algo. Si te gusta o amas lo que ves, esos sentimientos se trasladan a la imagen y al espectador. Tanto a mí como al operador nos gustaba mucho Kutaisi.
P. Hay muchos planos de niños, ¿por qué tanta atención a ellos?
R. En el guion no se les prestaba tanta atención. Un año antes de rodar la película estuvimos dos semanas grabando un documental en Kutaisi. En el primer borrador solo había una escena, unos niños volvían de la escuela. Fue así como surgió. Eran los tiempos del campeonato mundial de fútbol de 2018, me gustaba ver las reacciones de la gente cuando se reunían en los bares para ver los partidos y entre ellos había muchos niños. Después es una ciudad en la que hay muchas escuelas y hay una universidad, tienes la impresión de que pertenece a los jóvenes. En el caso de los adultos, en esos planos generales no se ven sus caras, muestro partes del cuerpo, pero con los niños es diferente porque no hay una historia detrás. Si solo muestras un segundo del rostro de un adulto no me gusta, necesito saber más. Los niños no tienen pasado y es más ligero filmarlos, solo hay esperanza.
P. El film recuerda a la mezcla entre ligereza e “intelectualidad” de François Truffaut, ¿fue un referente?
R. Me gustan mucho todas sus películas pero mi favorita es Besos robados (1968). Es un cineasta que me inspira y en esta película es crucial su influencia, cómo se comporta el actor, el trabajo con el sonido, por ejemplo esos planos en los que vemos una cafetería desde la calle pero aún y así escuchamos lo que está diciendo el protagonista dentro. Me gusta cómo las personas se mueven en las calles en sus planos urbanos.
P. Para hacerlo un poco más enrevesado, por momentos parece que lo que estamos viendo es una película dentro de otra película. ¿Quería jugar con esa frontera entre fantasía y realidad?
R. La idea de que el cine debía formar parte de esta historia se me ocurrió al principio. Vino en el momento en el que empecé a pensar en cómo los protagonistas podían liberarse de esa maldición. Desde el principio decidí que quería que se encontraran y tenía que haber algo que los ayudara. Si hay una magia negativa que perjudica a los personajes también debe haber otra que los ayude. No tienen la posibilidad de solucionarlo por sí mismos porque no es algo que puedas arreglar yendo al médico. El cine forma parte de mi vida lo he estudiado muchos años, pero aún y así sigue teniendo algo mágico. Hay películas que me siguen afectando de una manera profunda y no puedo explicarlo, supongo que esa es la magia.
P. El fútbol aparece de varias maneras, los partidos del Mundial que ven los ciudadanos de Kutaisi, el protagonista es futbolista amateur o salen niños jugando. Hay incluso un plano en el que una pelota parece la cuna de Moisés. ¿Qué papel quería que tuviera?
R. Me gustaba la idea de inventar una realidad paralela en la que Messi ganaba el Mundial. No tengo el poder para hacer que se repita el torneo pero como me parece justo sucede en mi película. Al final hacer películas consiste en crear realidades. Me gusta el fútbol, crecí viéndolo, especialmente a Leo Messi. Tiene algo muy inexplicable en sí mismo, es algo muy tonto, once hombres o mujeres peleando por una pelota. Es una pasión que no se puede contar, lo sientes o no. Recuerdo que al tener diez años y encender la televisión para ver la Champions League me creaba una emoción muy grande y quería reflejarlo. También me parece muy interesante ver a gente viendo fútbol.