Rebelde con causa, exmarido de Madonna, amigo de Chávez y entrevistador de El Chapo, Sean Penn ya era el malote del "brat pack", ese grupo de actores como Rob Lowe, Patrick Swayze o Demi Moore que surgieron en los 80. Mientras Cruise o Michael J. Fox interpretaban a impolutos héroes juveniles americanos, Penn se especializó en el lado oscuro. En Bad Boys (Rick Rosenthal, 1983) da vida a un delincuente juvenil, en Crackers (Louis Malle, 1984), más de lo mismo y en Hombres frente a frente (James Foley, 1986), hace de gángster. El ceño fruncido, la mirada torva, los labios apretados, Penn era el conflictivo y sexi de esos años de apoteosis del capitalismo neoliberal de Reagan.
En su madurez, Penn ha trabajado con los mejores directores estadounidenses, con Tim Robbins en Pena de muerte (1995), sentido alegato contra la pena capital coprotagonizada por Susan Sarandon, con Clint Eastwood en Mystic River (2003) o Gus Van Sant en Milk, por la que gano un Oscar dando vida a un histórico activista por los derechos LGTB en San Francisco. Si duda, le ha influido especialmente uno de esos cineastas con los que ha colaborado como actor, Terrence Malick, en La delgada línea roja (1998) y El árbol de la vida (2011), y eso que acabó echando pestes después de que recortara su aparición en esta última película (¡como si fuera la primera vez que lo hace!). En El día de la bandera, último trabajo de Penn como cineasta, se deja notar con fuerza el misticismo de Malick y la influencia de su visión de una América en la que conviven el mito con la cruda realidad.
Hombre inquieto, a nadie sorprendió que Penn se pusiera tras la cámara. Su debut, Extraño vínculo de sangre (1991), un thriller protagonizado por dos hermanos, uno poli y el otro malo, fue recibido con elogios. Thrillers de machotes como Cruzando la oscuridad (1995) o El juramento (2001) ambos con Jack Nicholson cimentaron su fama de cineasta con pulso para las historias turbulentas. Hacia rutas salvajes (2007), un gran éxito de taquilla, basada en la historia real de un tipo que se fue a vivir con lo puesto a un remoto paraje montañoso, inauguró una nueva etapa "mística" que se torció con el gran fiasco de Diré tu nombre (2016) con Charlize Theron y Javier Bardem, dando vida a dos cooperantes de ONG más bien desnortados.
Será que basta una mala película para que a uno le caigan todos los rayos, El día de la bandera fue recibida con ataques despiadados y algunos elogios encendidos a su paso por el último Festival de Cannes. Lo "trascendente" es un terreno pantanoso para cualquier cineasta ya que no todos son tan buenos como el propio Malick o Tarkovski. Basada en una historia real, queda claro que en la película Sean Penn ajusta cuentas consigo mismo dando vida a un pendenciero y criminal incorregible que al mismo tiempo que parece sentir verdadero afecto por su hija no puede evitar cometer todo tipo de tropelías.
La historia está explicada desde el punto de vista de la joven, Jennifer Vogel (Dylan Penn, hija real de Sean), quien narra toda una odisea emocional de reencuentros e inevitables decepciones en la América rural de Minnesota. En El día de la bandera, confluyen dos visiones, la idealizada de una hija "enamorada" de un padre catastrófico pero carismático, y la realidad de un tipo que no es más que un delincuente de poca monta con ínfulas. Al convertir a su propia hija en protagonista de la película, en un debut notable, Penn subraya el inevitable paralelismo entre su propio cargo de conciencia por su paternidad y la historia que está contando.
El punto de vista de Vogel marca el tono. Adaptación de sus memorias, escritas en la edad madura, es en los recuerdos distorsionados de la infancia donde esa figura encantadora y embustera alcanza un grado más alto de fascinación. Desde el propio título, El día de la bandera, que coincide con el del cumpleaños del padre delincuente, se sugiere ese paralelismo con la dualidad de la propia América, territorio tan mítico como dotado de un lado oscuro.
Penn brilla como director en las escenas poéticas pero también en las dramáticas, otorgando veracidad y fuerza a las discusiones familiares. Se concede a sí mismo, además, uno de sus mejores personajes como actor, el de ese tipo que miente como un bellaco con absoluta convicción negando la propia evidencia pero al mismo tiempo parece sentir verdadero afecto por sus hijos, víctimas también de una madre inestable de carácter débil.
Retrato angustioso y al mismo tiempo bello de esa América rural y nada sofisticada que vemos menos en las películas, El día de la bandera transpira en cada fotograma el afecto de Penn por esa hija a la que no puede perdonarse no haber querido como merecía. A la manera de las grandes tragedias americanas, el país donde lo mejor y lo peor es posible, el director realiza un hondo y conmovedor reflejo de las consecuencias y traumas asociados a las infancias infelices a través de esa joven valiente que acaba encontrando a través de la escritura una forma de liberarse.